Es el 23 de abril del 2074. Un año más, la red se colapsa con el tráfico masivo de libros digitales a los dispositivos electrónicos de los usuarios. Un enjambre de drones de la división española de Amazon cruza los cielos depositando paquetes en los portales y los jardines. Estos contienen ediciones numeradas y limitadas de las últimas novedades literarias, que sólo los más adinerados pueden permitirse regalar, pues cada unidad alcanza un precio astronómico, similar al de un billete para un vuelo interestelar. Es jornada de puertas abiertas en las contadas librerías museo que quedan en pie, y voluntarios de avanzada edad ofrecen, entre suspiros, visitas guiadas.

Como cualquier ejercicio de proyección futurista, este panorama de Sant Jordi y el día del Libro seguramente tendrá un bajo porcentaje de aciertos. Lo que no plantea dudas es que la lectura de libros en dispositivos electrónicos (e-readers, tabletas, ordenadores portátiles, teléfonos inteligentes?) habrá crecido sin descanso.

En el 2011, el mundo literario anglosajón sufrió una sacudida cuando las cifras totales de venta de títulos en EEUU mostraron que un 20% respondía a ediciones digitales, mientras que en el Reino Unido alcanzaban el 11%. Aunque en Europa sólo Alemania ha arrojado resultados significativos, y el grueso de los mercados literarios permanece en una horquilla de beneficios digitales del 1% al 3%, en los últimos años ha habido un esfuerzo por establecer infraestructuras de distribución de e-books (títulos digitales), extensible a otros rincones del planeta como Brasil, China, India o el mundo árabe.

Un informe del Gremio de Editores de España indicaba que, a principios del 2013, un 9,7% de los españoles aseguraba poseer un e-reader, y que la lectura en estos se ha multiplicado por cinco desde el 2010. En la primera mitad del año pasado las descargas de libros electrónicos habían aumentado en un 100% respecto al 2012. Aunque en el 2013 la cuota de mercado del libro electrónico se situaba en España en torno al 8%, los profesionales del sector auguran que en el 2015 subirá hasta el 15%, lo que sitúa al país en la parte alta de las previsiones de expansión en Europa.

El paso de una cultura lectora en papel a una en pantalla comporta transformaciones. Las que siguen serían algunas de las más significativas.

Cambios en la industria

Nuevos canales de distribución y venta llamados Amazon, Apple o Google, florecimiento de la autoedición, lucha contra la piratería, atención a las corrientes de opinión en Facebook y Twitter... Al editor tradicional se le multiplican los frentes. Debe reescribir un guión en el que lleva décadas cómodamente instalado. Renovarse o perder el tren. Algunos ya se han puesto las pilas o, mejor, se han enchufado a la corriente.

Hace poco, Roca Editorial lanzaba Ciudad de Libros, un sello digital enfocado a rescatar títulos que pegaron en su momento y que hoy son inencontrables. La fundadora de Roca, Blanca Rosa Roca, considera que "el formato e-book es perfecto para la recuperación de libros de fondo" y que la esfera digital fuerza a "cambiar muchas prácticas: los precios son dinámicos, y hay que ser muy ágil; tenemos la oportunidad de saber las ventas diariamente, y eso hace que puedas tomar decisiones. Además, dar visibilidad a un libro virtual implica un marketing diferente, que se basa por entero en las redes sociales, buscadores y merchandising en las tiendas on line". Respecto al futuro, tiene claro que, "de forma creciente, los editores publicaremos en digital y, si funciona, nos arriesgaremos a publicar en papel".

En la primera mitad del año pasado las descargas de libros electrónicos habían aumentado en un 100% respecto al 2012

Idoia Moll, directora de la editorial Alba, sintetiza el momento actual sosteniendo que "la comercialización del libro digital funciona sobre todo con ofertas". "La venta de e-books -señala- nos aporta un plus de ingresos, pero en ningún caso podríamos sobrevivir solamente con ella. Desde un punto de vista práctico, supone más trabajo para el editor y, por lo tanto, mayor coste. Básicamente, porque tienes que vender dos productos y crear dos estrategias distintas para la venta, a lo que hay que sumar una serie de procedimientos técnicos. Creo que el papel tiene todavía mucha vida por delante. El e-book es un formato ideal para aquellos libros que lees y nunca más vuelves a ellos, como pueden ser el de carácter comercial, el best seller o el de bolsillo. Mi impresión es que el papel y el e-book convivirán durante mucho tiempo".

A partir de la alianza entre Círculo de Lectores -sello del grupo Planeta- y Telefónica, en septiembre del 2013 nacía Nubico, una plataforma que por una tarifa plana de 8,99 euros al mes permite acceder a una amplísima selección de títulos desde cualquier dispositivo electrónico. "La carencia de librerías en muchos territorios y los problemas logísticos ya no son un impedimento para que el libro llegue a manos de un lector en cualquier rincón del planeta. La propia concepción del libro ha cambiado: las posibilidades que abren los dispositivos digitales son infinitas, y el editor debe considerarlas, aportando valor al proceso, o surgirá alguien que lo sustituirá", opina Santos Palazzi, director del área de mass market y digital de Planeta.

El gravamen impositivo del 21% que sostiene el libro digital, frente al mínimo del 4% del físico, ha sido criticado por los editores al forzarlos a encarecer el precio de sus títulos y frenar el desarrollo del modelo. Pero como ocurre con la música y el cine, el mayor enemigo del libro virtual tras la irrupción de internet radica en la piratería. Los datos provocan escalofríos. Se calcula que sólo un 32% de los españoles que se descargan libros paga por ellos y, dentro de este porcentaje, únicamente en 4,5 de cada 10 títulos (se debe tener en cuenta, sin embargo, que los hay de acceso gratuito).

No es de extrañar que hayan saltado las alarmas y que el sector editorial tema seguir el camino hacia el cadalso de las discográficas. Miembro de Copirrait, una plataforma de creadores y artistas en defensa de los derechos de autor, Lorenzo Silva, uno de los escritores que más se han significado públicamente contra la piratería, resume el estado de la cuestión: "Parece que empieza a haber tímidas iniciativas para proclamar jurídicamente, con claridad, que los derechos derivados del trabajo de quien crea o comercializa una creación no son de peor condición que los de quien planta una patata o la vende, y que puede llamar a la policía si alguien se la apropia ilegítimamente. Sobre esta premisa, la única salvación es que los lectores, en el caso de la literatura, apuesten por lo que aman, los libros, renovar el pacto de afecto entre lectores y escritores".

Por ahora, las políticas de descuentos salvajes que practican Amazon y las grandes cadenas son las bestias negras de la librería tradicional. En España no ha cundido el pánico porque existe un precio fijo del libro, que permite un descuento máximo del 5%, y porque, por ejemplo, el fracaso de Libranda, la plataforma de distribución de libros digitales lanzada en el 2010 por los principales grupos editoriales y un amplio surtido de librerías, lastrada en buena medida por las dificultades ­técnicas, ha revelado la inmadurez del mercado.

Con todo, las multinacionales están sacando todo el arsenal en aras de concentrar al máximo el negocio. Amazon facilita que cualquiera se autoedite un libro en sus tiendas virtuales y tiene su propio modelo de e-reader, el Kindle; Barnes&Noble también cuenta con su propio aparato, el Nook; Apple comercializa iBooks para sus productos (iPhone, iPad...); Fnac, en Francia; Feltrinelli, en Italia, y Livraria Cultura, en Brasil, se asocian con la librería virtual Kobo...

Frente a estas opas hostiles que dejan a las librerías de barrio en la situación de la aldea gala de Astérix, Lluís Morral, dueño de la librería barcelonesa de referencia Laie, sostiene que las armas del librero de toda la vida "son pocas, estar en la red y que los lectores utilicen tu web para descargar e intentar personalizar un poco la oferta, con destacados que sigan la línea de la librería".

Una lectura distinta

Platón recogía en 'Fedro' los temores de Sócrates a que el desarrollo de la escritura neutralizara la capacidad de los individuos para acumular saber en sus mentes. Temía que al confiar el conocimiento al registro escrito "dejarán de ejercitar la memoria y se volverán olvidadizos" y, aún peor, la falta de instrucción sobre los contenidos llevará a "que los tomen por grandes conocedores cuando, en verdad, permanecerán en su mayoría bastante ignorantes".

Las políticas de descuentos salvajes que practican las grandes cadenas son las bestias negras de la librería tradicional

Lo recuerda Nicholas Carr en el ensayo 'Superficiales' (Taurus), de subtítulo tan elocuente como '¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?'. Se demostró que Sócrates no tenía tanto de qué preocuparse en el 370 a.C., pero parece que nosotros sí, y mucho, pues la concentración se va desmigajando tanto que en el futuro las pastillas más preciadas no serán las que nos transporten a paraísos artificiales, sino las que garanticen poder centrarse una hora en una sola tarea. Además de que internet multiplica las opciones de ocio hasta la desmesura, opera bajo una navegación rápida, fragmentaria, hecha de saltos e improvisaciones que va adelgazando progresivamente la capacidad de atención y aumentando la necesidad de estimulación constante.

Ha quedado demostrado que el elemento físico del libro en papel refuerza el compromiso de la persona con él, igual que, salvando las distancias, decirle a alguien que no a la cara cuesta infinitamente más que por WhatsApp o e-mail. En líneas generales, la lectura digital parece ir en contra de la condición de seres emocionales y recolectores de experiencias (que no de datos). Se ha comprobado que su práctica sólo permite registrar el texto (tener constancia de si se consumió o no), pero dificulta recordarlo y, sobre todo, vincular el título a las condiciones particulares y al momento vital en que se desarrolló. La neutralidad del fondo blanco de una pantalla es como la tundra azotada por la ventisca para el explorador polar, incapaz de clavar balizas que lo orienten en el viaje de regreso.

A esto se suma que colocar un ejemplar con el lomo agrietado y sus páginas con marcas o anotaciones en una estantería supone un recordatorio de que aquella relación tuvo lugar, igual que llevar una foto de un ser querido en la cartera.

Por otro lado, al amante de las letras le aguarda una revolución en el ámbito de las bibliotecas. Si el Ministerio de Cultura cumple con su palabra, el 2014 debería ser el año de la llegada de los libros digitales a la red de bibliotecas públicas de toda España, un desembarco cifrado en 1.500 títulos y 200.000 licencias o préstamos. El inmenso abanico de posibilidades que esto abrirá lo sintetiza Anna Bröll Nadal, directora técnica de Coordinación y Servicios de las Bibliotecas de Barcelona. "Los usuarios -detalla- podrán acceder a los contenidos sin limitación de horarios, sin necesidad de desplazarse y sin necesidad de estar pendientes de si los otros usuarios devuelven los ejemplares en los plazos establecidos. Las personas ciegas y con discapacidad visual podrán acceder a los contenidos de las bibliotecas que hasta ahora quedaban fuera de su alcance. En el entorno de la promoción de la lectura, un mayor conocimiento del perfil de nuestros usuarios mejora nuestra posición de cara a diseñar estrategias para conseguir que lean más, personalizando al máximo las recomendaciones".

Contenidos enriquecidos

¿Qué aporta a las historias, a las posibilidades narrativas, al contenido, esta pléyade de e-books, tabletas, teléfonos inteligentes...? Aquí asoman los entusiastas del cambio, los que se relamen con las posibilidades de acoplar la energía atávica de la letra al dinamismo y la multifuncionalidad de la imagen, gracias a su unión santificada por el dios de la tecnología. El libro ha muerto para resucitar trascendido en una suerte de ciborg.

En una obra digital, el texto puede ser un componente más, enriquecerse con vídeos, mapas interactivos, sonidos, enlaces... Asimismo, vivimos inmersos en la llamada narrativa transmedia, que consiste en el desarrollo o ampliación de una historia en diversas plataformas. Puede surgir en un libro para avanzar, o ramificarse, con tramas o personajes secundarios bien en un videojuego, una serie de televisión, una web o una red social creada por aficionados.

El 2014 debería ser el año de la llegada de los libros digitales a la red de bibliotecas públicas, un desembarco cifrado en 1.500 títulos

El escritor Agustín Fernández Mallo, que se dio a conocer con la trilogía 'Nocilla' -cuyo tercer volumen, 'Nocilla Lab', enriqueció en su versión digital- y que acaba de publicar la novela 'Limbo' (Alfaguara), apunta que "las tabletas digitales ofrecen al escritor unas posibilidades que antes no existían". "El hecho de poder incorporar vídeos, sonido o enlaces a lugares externos hace que ya no estemos hablando propiamente de un libro -apunta-. El autor se convierte en una especie de compositor de un artefacto que combina diferentes lenguajes, y han de conocerse o ­dominarse tan bien como la palabra escrita. Creo que estamos en la prehistoria de este tipo de creaciones, quien elija este camino ­tiene todo un campo virgen por explorar. Esto es de una naturaleza tan diferente a lo conocido que no entra en conflicto con la publicación en papel o en sus clónicos e-books. Sencillamente es otra cosa".

Gracias a dispositivos electrónicos de creciente sofisticación, el relato se va librando de las cadenas que lo amarraban a las páginas impresas que constituían el libro, hasta devenir un organismo vivo que dialoga con otras fuentes de conocimiento o entretenimiento, que muta para adaptarse a un cerebro irremediablemente inquieto, impaciente, multifuncional.

Este marco de libertad y posibilismo ha provocado también que la autoedición en la red se haya disparado de una manera bárbara. Es un fenómeno que, como el concepto detrás de su agencia literaria, SalmaiaLit (salmaia significa mezcla de aguas dulces y saladas), Bernat Fiol valora en clave positiva: "El medio digital puede ser un buen trampolín para que un autor inédito en papel capte la atención de un editor o agente que se plantee su publicación también en papel, la promoción de traducciones de sus obras a otras lenguas, etcétera".

Pero Fiol también ve una vertiente negativa: "En la mayoría de las ocasiones, los autores que publican directamente en digital en plataformas muy conocidas no tienen, literalmente, interlocutor como pueden serlo un editor o un agente que lean sus textos, que les sugieran mejoras o modificaciones, les orienten, les apoyen en la promoción y difusión del texto... El autor digital tiene que cocinárselo todo él mismo".

Coda

Así pues, hasta nueva orden no nos hallamos frente a la muerte del libro tradicional, sino frente a su convivencia con su versión digital, que, como todo hermano pequeño, llama la atención por ser el último en llegar, rivaliza por ganarse la atención de los progenitores y despliega una personalidad en buena parte definida por la generación a la que pertenece. Todo conlleva el fin de un régimen de partido único y el consiguiente reequilibrio de fuerzas, cuyo verdadero alcance resta por ver.

A la espera de conocer el ritmo de implantación del e-book en España, el presente ofrece pocas certezas. Son: que pese a índices de lectura bajos y caída progresiva de las ventas, se sigue publicando una barbaridad de títulos cada año; que florecen pequeños sellos con infraestructuras mínimas así como librerías basadas en la especialización y la multifuncionalidad (cafetería, organización de talleres, venta de objetos de merchandising); que la compra de ediciones digitales de novela romántica y erótica sube como la espuma al evitar tener que forrar las embarazosas tapas en papel; que los clubs de lectura en bibliotecas atraviesan una efervescencia esperanzadora...

Y quizás lo más relevante es que la convicción de la mayoría queda expresada en el título del brillantísimo diálogo mantenido entre Umberto Eco y Jean Claude Carriè­re en 'Nadie acabará con los libros' (Lumen).