¿Influyó el traslado a Lanzarote de José Saramago en el año 1993 en su narrativa? Las palabras del Premio Nobel de Literatura que se recogen en De la estatua a la piedra, en la que hace un recorrido por su trayectoria literaria y en el que reflexiona sobre el oficio de escribir, se refieren también a la transformación que experimentó su narrativa a partir de la publicación de Ensayo sobre la ceguera (1995), cuando ya residía en su casa del pueblo lanzaroteño de Tías.

"Me di cuenta de que había estado describiendo estatuas. Tuve que entender el mundo nuevo que se me presentaba al abandonar la superficie y pasar al interior de la piedra", afirma Saramago cuando se refiere al proceso de evolución de su escritura, uno de los temas que se abordaron anoche en la Sala José Saramago de la Fundación César Manrique, en Arrecife, dentro de la Ruta Literaria denominada Saramago Ínsula. Se trata de una iniciativa organizada por el departamento de Actvidades Culturales del Vicerrectorado de Centros Asociados de la UNED de Madrid, que ha trasladado hasta Lanzarote a 18 personas desde la Península para conocer la isla en la que residió Saramago entre 1993 y 2010, año de su fallecimiento.

Fernando Gómez Aguilera, autor de los libros José Saramago: La consistencia de los sueños, Saramago en sus palabras y José Saramago: un hombre llegado a una isla, aseguró que "cuando acaba El Evangelio según Jesucristo (1991), toma una nueva dirección en su literatura que tiene su primer gran hito en Ensayo sobre la ceguera (1995)".

En opinión de Aguilera, Lanzarote pudo ser un catalizador en la obra de Saramago, ya que se empezaron a producir algunos cambios. Al respecto recordó las siguientes palabras del Premio Nobel: "Tal vez el hecho de vivir en Lanzarote haya influido en el estilo de mi escritura, que se ha vuelto más austero, disciplinado y, por eso, quizá más hondo. Es como si al simplificar la escritura me permitiera avanzar hacia dentro".

Utilizando una metáfora, Saramago se interesa por la piedra de la que está hecha la estatua, por "ahondar en los que no tuvieron voz". Por eso, tal y como dijo en 2003, "no escribo por amor, sino por desasosiego, porque no me gusta el mundo donde estoy viviendo".

Entre finales de los ochenta y principios de los noventa, a Saramago le pesaba la etiqueta de novelista histórico, con la que no está de acuerdo, señaló Aguilera. Para el escritor luso, precisó Aguilera, la historia no era "sino una versión del pasado cuyos vacíos se podían completar desde la literatura".

En ese sentido, "abandonó el gran espacio de la historia para centrarse en el gran individuo contemporáneo y así siguió hacia su muerte", aseveró Aguilera. Añadió que "adopta escenarios abstractos de alcance universal, reflexiona sobre desafíos actuales, toma como referencia al individuo. Su expresión se hace más directa. Convencido de la inhumanidad de nuestra vida sitúa al ser humano como centro de sus prioridades".

La viuda y traductora de Saramago, Pilar del Río, relevó que al Premio Nobel "le hubiese gustado ser ensayista, pero le faltaban instrumentos para ello, sentía un pesar profundo no poder haber ido a la universidad". Aunque Saramago escribía "para desasosegar, también lo hacía para comprender qué es lo que está pasando y por qué nos volvimos locos. Decía que el ser humano el día que se descubrió inteligente se volvió loco y empezó una carrera hacia el abismo". Cobra sentido la metáfora de Ensayo sobre la ceguera, "ciegos que viendo, no vemos".