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En las entrañas del convento

'Sister Act' conlleva una complejidad técnica superior a la mayoría de los musicales

Una imagen del escenario del teatro Pérez Galdós con el decorado en el que ocurre la acción y el foso en donde estarán los ocho músicos. ANDRÉS CRUZ

El aire festivo y animado de un musical como Sister Act, requiere, sin embargo, un trabajo técnico extremadamente complejo detrás en el que están involucrados un centenar de profesionales. Así lo señaló ayer el regidor Gonzalo Lisardi en un encuentro con los medios.

El montaje, cuyas dos primeras funciones se representan hoy en el teatro Pérez Galdós a las 18.00 y 22.00 horas, y que incluye representaciones hasta el 24 de este mes de enero, está formado por dos actos de una hora y diez minutos cada uno con un descanso de veinte. "Un equipo de 75 personas viajamos de ciudad en ciudad, y luego contratamos a 20 técnicos locales para ayudar en cada departamento", señaló Lisardi desde el principio.

En Sister Act intervienen 30 artistas que son actores, cantantes y bailarines, además de siete multiinstrumentistas que se van cambiando continuamente de función, incluido el director de orquesta. La actriz Whoopi Goldberg contrató al prestigioso compositor Alan Menken para que creara una partitura original para este espectáculo que se estrenó en 2009 y que incluye una música muy animada con géneros que van del disco al funk, pasando por el soul y la Motown. "Todo el material pesa diecisiete toneladas y se transporta a través de siete tráilers donde destaca una vidriera retroiluminada de 500 kilos", recordó el regidor.

El suelo llega en los tres primeros containers y con ellos se monta los elementos principales. El cuarto y quinto transportan escenografía y utilería. Y los dos últimos corresponden a sastrería, caracterización y regiduría. Lisardi reconoce que lo que más le gusta de este show es la estética clásica, ya que han prescindido de rayos láser, proyecciones, o efectos especiales. "Aquí todo es más complicado ya que trabajamos con 35 telares móviles que crean ocho escenarios por los que transitan los actores: el convento, la comisaría, el callejón abandonado, el nightclub, la habitación de Deloris o la del policía".

La acción está basada en la película de 1996. Deloris es una joven aspirante a diva que actúa por nightclubs esperando que alguien la haga una estrella y que mantiene una relación con un matón. Tras ser testigo de un asesinato por parte de este, la cantante sabe que van a ir a por ella y la policía, para protegerla, la mete en un convento de clausura que está a punto de cerrar por problemas económicos. "Ella viene de ese mundo alocado y cuando llega al convento empieza a revolucionarlo". Deloris enseñará música a las monjas y generará unas misas con las que empezarán a ganar dinero. Así, de ser un lugar oscuro, lúgubre y serio, pasa a convertirse en una fiesta con lentejuelas, luces y colores.

Otra complejidad añadida es que se representa el mismo show en todas las ciudades del mundo, lo que conlleva el tener que mandar imágenes semanales a la productora y hacer un casting al que acuden los directores ingleses para contrata a un actor nuevo, aparte de que hay unos directores residentes que mantiene la calidad. "Sólo vamos a sitios donde podemos hacer el show al completo. Todo es en directo, no hay nada de voces o música grabada. Los actores están entrando y saliendo continuamente mientras el departamento de utilería hace su trabajo y hay cosas que no caben y que tienen que estar colgadas como las bancadas de la iglesia que sólo se bajarán para la clase de música".

Todo está ambientado en los años 70 y los elementos musicales del decorado, entre los que se encuentra un jukebox, tienen sus propios altavoces para la música. La responsabilidad del regidor es máxima. Desde su puesto en el backstage sigue todo el show con una pantalla que recoge un plano general de infrarrojo para los oscuros, otro en color para las entradas y salidas, y otros dos de la parte derecha e izquierda del escenario. "Voy siguiendo toda la función a través de las partituras y dando indicaciones sobre cambios de luces, de telares y de maquinaria sin parar", afirma. "En este show tan complejo, con tantos cambios de escenografía, con aparatos peligrosos, hay un doble protocolo de seguridad". El ritmo escénico es tan frenético y agotador que cada actor tiene dos sustitutos para los días de funciones consecutivas.

Tres personas se encargan de peinar, lavar y secar un total de noventa pelucas, ya que cada actriz tiene una por triplicado. Y el departamento de sastería incluye 200 trajes compuestos por 1.000 piezas, Lisardi subraya a complejidad en un momento al final en el que a Mireia Mambo, que interpreta a Deloris, hay que quitarle en 50 segundo hasta el sujetador. "Ella llega y, como un ferrari, se ponen siete personas a desvestirla y vestirla de nuevo, y sale con el abrigo de piel de zorro blanco que lleva todo el show queriendo conseguir".

Todos los personajes, curas, monjas, obispos o monaguillos tienen su correspondiente traje de lentejuelas para la guinda final. "Deloris va cambiando de domingo a domingo y pillando más color en cada concierto", puntualiza.

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