Entre enero y febrero la Filmoteca Canaria reserva sus fechas de programación para ofrecer, en las sedes de Las Palmas y de Tenerife, y en colaboración con A Contracorriente Films, una selección de películas de producción francesa agrupadas en torno a un nombre mítico, indisolublemente unido al propio desarrollo histórico y cultural del país sin cuya existencia el cine galo no hubiera escalado tantos peldaños en su ascendente carrera hacia la excelencia artística, ni hoy constituiría un referente de primer orden para tantas cinematografías nacionales: la Gaumont, la Arcadia donde han florecido muchos de los grandes nombres propios de la industria local y en la que se forjaron películas del calado artístico de Judex (1917), de Louis Feuillade; Carbón (1931), de G.W.Pabst; Se escapó la suerte (1947), de Jacques Becker; Tempestad de almas (1940), de Marcel Pagnol; El renegado (1954), de Leo Joannon; Mujeres soñadas (1952), de René Clair; La marquesa de O (1976), de Eric Rohmer; El diablo probablemente (1977), de Robert Bresson; Lola Montes (1955), de Max Ophuls; Los amantes de Montparnasse (1950), de Jacques Becker; Danton (1982), de Andrej Wajda; o La noche de Varennes (1982), de Ettore Scola.

Su sólido compromiso con el cine de arte frente a la progresiva trivialización comercial de otras tantas compañías nacionales y foráneas constituyó siempre la principal baza de su éxito, su rotunda coherencia con unos planteamientos estéticos e ideológicos que garantizaban la calidad de sus productos y el consiguiente seguimiento de un público absolutamente fidelizado, tanto en Europa como en los Estados Unidos. Incluso en momentos históricos particularmente críticos para la propia supervivencia de Francia como Estado soberano, como la larga pesadilla que supuso la ocupación del país por los nazis entre mayo de 1940 y diciembre de 1944, la Gaumont mantuvo siempre el tipo.

A la sombra de esta legendaria compañía cinematográfica, la más importante del viejo continente desde su nacimiento en París en julio de 1896, fue construyéndose uno de los capítulos más gloriosos e influyentes de la industria cultural francesa de la mano de su fundador, el industrial y productor parisino Leon Gaumont. Su sobrio logotipo, una margarita enmarcada sobre un cielo estrellado, ha encabezado los títulos de crédito de millares de producciones que han dado la vuelta al mundo como embajadoras de un país cuyas señas de identidad siempre han estado estrechamente asociadas con la creación artística y con los inventos y la miríada de filmes que ha apadrinado desde sus orígenes constituyen, sin duda alguna, uno de los más sólidos legados culturales que ha podido recibir el pueblo francés en toda su historia. Henry Langlois, el respetado creador de la Cinemateca Francesa, lo dejó bien claro: "Si hay un solo acontecimiento que pueda competir en influencia y reconocimiento general con la gloria aportada a nuestro país y al mundo por el cine francés es el de la explosiva irrupción en las galerías parisinas de la pintura impresionista".

Aunque una retrospectiva completa sobre la Gaumont resultaría materialmente inabarcable pues en su catálogo figuran millares de producciones y legiones de creadores de primera fila, la Filmoteca Canaria resume su breve repaso por los contenidos de esta productora con cinco títulos que, por una u otra razón, marcaron tendencia en el cine europeo como Diálogo de carmelitas (1960), de Philippe Agostini, inspirada en la controvertida novela homónima de Georges Bernanos y que se proyectó el pasado día 11;Adios muchachos (1987), de Louis Malle, una mirada particularmente estremecedora sobre la persecución de niños judíos durante el Régimen colaboracionista de Vichy; Un condenado a muerte se ha escapado (1956), la inmarchitable obra maestra del gran Robert Bresson; Week End (1967), una aguda e impenitente disección de la moral pequeñoburguesa a cargo del siempre sorprendente Jean-Luc Godard y Ascensor para el cadalso (1958), proyectado ayer, el filme que situó a Malle en la cumbre de la nouvelle vague y su estilo como un modelo impoluto para legiones de directores que aspiraban a visitar los angostos corredores del cine negro con la solvencia artística y el rigor dramático de esta inquebrantable obra maestra.