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Una trayectoria de cine

El productor grancanario Andrés Santana cuenta con un bagaje de más de 100 películas - Su nombre figura entre los mejores títulos del cine de autor español de los últimos 30 años

Enrique González Macho, Mateo Gil y Andrés Santana, en el Gabinete.

El equipaje fílmico de Andrés Santana (San Mateo, 1949) es un índice de los mejores títulos del cine de autor español de los últimos 30 años. Su factura engloba cuatro Premios Goya, que coronó hace siete días con la estatuilla por la producción de Nadie quiere la noche (Isabel Coixet, 2015), junto a Marta Miró, pero que apenas son la punta del iceberg de un centenar de películas que siempre se distinguieron de los cánones predominantes del cine nacional.

El grancanario, el rostro detrás de Ariane Films, ha sido productor de 19 cintas y ha ejercido como director de producción de otras 31, pero ha integrado los equipos de producción de más de 100 películas y su nombre, a título individual, ha sido candidato al Goya en 15 ocasiones. Una vida de cine. "Esa capacidad de entrega, esa energía, esa ilusión puesta en perseguir un fantasma muchas veces huidizo que es, en definitiva, en lo que se convierte una película (...) en Andrés parecen proceder de un pozo sin fondo". Así describe el director salvadoreño Imanol Uribe al productor grancanario en el libro El vuelo de la cometa (2003), donde el periodista y crítico Luis Roca Arencibia glosa la trayectoria de uno de los productores independientes más prolíficos de la industria española.

Apenas contaba diez años cuando se colaba en los salones de Acción Católica, en la trasera de la iglesia de Las Lagunetas, para ver las películas de Joselito. "Desde ahí, supe que quería trabajar en el cine", declara el productor. Cuenta que "aquella fue la etapa más feliz de mi vida": "Echaba cometas en una era, soñando que quería volar como ellas para ver desde lo más alto ese inmenso paisaje".

Comenzó a tirar del hilo de la cometa a finales de la década de los 60 en Madrid, donde realizó sus primeros trabajos como figurante y ayudante de producción en el seno de una industria que jadeaba en el encorsetamiento del franquismo. Aquellos rodajes constituyeron una escuela para alinearse en las filas de una generación de cineastas que peleaba por insuflar nuevos aires al panorama audiovisual. "Yo vengo de una generación de profesionales que amaban este arte", ha declarado Santana, quien formó parte de las primeras películas de Fernando Trueba, Fernando Colomo, Eloy de la Iglesia o Ricardo Franco.

Aunque alzó el vuelo como productor en los años 90, el gran despegue de Santana en el cine español tuvo lugar en 1984, como director de producción de Los santos inocentes (Mario Camus, 1984), uno de los títulos imprescindibles de la historia del cine nacional en el siglo XX. Sobre su trabajo en esta obra maestra, protagonizada por el tándem Landa-Rabal, Mario Camus declara en El vuelo de la cometa: "Andrés es uno de los escasos directores de producción que no trabajan para controlar las cuentas al productor, pero tampoco para el director: trabaja para la película".

"Creo que yo quise hacer cine porque lo que me apetecía era contar historias", manifiesta Santana, en la cumbre de los 50 años de trayectoria cinematográfica. "En la producción es donde pones tu parte más creativa y lo importante es hacer las cosas lo mejor posible". En aquellos años, trabajó en películas como Lluvia de otoño (José Ángel Rebolledo, 1988) o Mambrú se fue a la guerra (Fernando Fernán Gómez, 1986). Este último, con quien Santana coincidiría en un total de siete películas, declaró: "Andrés Santana se trajo a la áspera y adusta Castilla un buen soplo de cordialidad y serenidad de esas paradisíacas islas en las que los dioses, antes de haber dimitido, solían pasar sus vacaciones".

El primer trabajo de Andrés Santana como productor se desempeñó en 1991 con la película El rey pasmado (Imanol Uribe), una pequeña revolución cinematográfica en el panorama audiovisual español, por la que recibió su primer Goya a Mejor dirección de producción. Pero el verdadero hito fílmico eclosionaba tres años después con Días contados (Imanol Uribe, 1994), una película de etarras, prostitutas y yonquis inspirada en una novela de Juan Madrid, que sumergía a Carmelo Gómez en la piel de un terrorista de ETA en pleno recrudecimiento del conflicto vasco. Pese a todas sus adversidades, la película ha batido hasta la fecha el récord de nominaciones en la historia de los Goya con 19 candidaturas, de las que obtuvo ocho galardones en las grandes categorías, entre ellos, el de Mejor dirección de producción para Santana.

Además, la cinta también fue distinguida ese año con la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, cuando aún no disponían de distribuidor. Y en aquel tiempo, los recién estrenados galardones españoles apenas se dejaban sentir en la taquilla pero, en el caso de Días contados, la película pasó de facturar cinco a 30 millones tras la ceremonia de premios. Este rodaje supuso la consolidación de la relación profesional Santana-Uribe y de una vocación común de apostar por aventuras fílmicas desde las tripas, sin anteponer sus posibilidades comerciales. "Imanol y yo hemos querido ser independientes. (...) Nos dejamos llevar por el corazón y, una vez tomada la decisión de hacerlas, hemos puesto el alma y todos los sentidos para sacar las películas adelante", ha manifestado Santana.

Otros tres años después afloraba Secretos del corazón (Montxo Armendáriz, 1997), cinta mágica enmarcada en la posguerra español, que se postula como candidata al Óscar como Mejor película extranjera, además de recibir el Premio Ángel Azul a la Mejor película europea en la Berlinale, así como cuatro premios Goya. Una película cuyo rodaje estuvo a punto de suspenderse en la búsqueda eterna del niño protagonista y sobre el que Armendáriz evoca la persistencia despreocupada de Santana al frente de la producción. Porque, al final, apareció Andoni Erburu, en Pamplona. Tras la culminación de este proyecto, Armendáriz ha manifestado sobre Santana: "Entonces entendí muchos de sus comportamientos, de sus silencios, de su aparente tranquilidad y, sobre todo, de esa seguridad con que se enfrenta a cada nuevo proyecto. Porque tiene fe en ellos. Y porque son parte de su vida".

Un caudal de títulos se sucedieron en la década de los 90 y los 2000 bajo la producción de Andrés Santana, como Mararía (Antonio Betancor, 1998), película bordada en la memoria de Lanzarote; Después de tantos años (Ricardo Franco, 1994), segundo retrato de la familia maldita de los Panero; Plenilunio (2000) y El viaje de Carol (2002), de nuevo de la mano de Uribe; Visionarios (Manuel Gutiérrez Aragón, 2001), su último trabajo con Fernán Gómez; o La caja (Juan Carlos Falcón, 2006), con un fantástico elenco femenino en las calles de Fuerteventura. Y más adelante llegó Blackthorn. Sin destino (Mateo Gil, 2011), un homenaje al western clásico protagonizado por el norteamericano Sam Shepard y cuyo rodaje se desarrolló durante nueve semanas en Bolivia. La película del teldense obtuvo cuatro Goyas, entre los que se alzó Santana con un tercer galardón.

Apenas transcurrió un lustro para que el veguero se embarcara en un nuevo proyecto de carácter internacional y de gran complejidad en la atmósfera glacial del Polo Norte. Nadie quiere la noche (Isabel Coixet, 2015) comenzó a fraguarse hace cuatro años y Santana afirma que ha sido "la película más compleja" y "de mayor responsabilidad presupuestaria" -6,3 millones de euros- de su carrera. Pero el resultado comportó la consecución de tres sueños. Primero, la culminación de una película ambiciosa que apuntaba alto como una cometa. Segundo, filmar con Juliette Binoche, "con la que siempre quise rodar desde que vi Azul", confiesa el productor. Y por último, un cuarto Goya por su trabajo de producción. Y en alguna ocasión comentó la posibilidad de poner aquí el punto final a 50 años de cine, pero el productor ya se ha desmentido: "¿Y qué voy a hacer? Mi vida es esta y no sé hacer otra cosa".

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