Francisco Kraus Trujillo, Paco Kraus para sus muchos admiradores, nació un año antes que Alfredo y era el mayor de los tres hijos de don Otto Kraus, director gerente de LA PROVINCIA hasta la suspensión del periódico por el régimen franquista. Se imprimía en lo que es hoy la Casa de Colón, donde residía don Otto con su esposa canaria y los tres hijos habidos del matrimonio: Paco, Alfredo y Carmen. Para todos los que, muchos años después, con la reaparición de la cabecera (1966) nos fuimos incorporando a ella, era don Otto una figura mítica por su autoridad y conocimiento de la empresa periodística. Sentíamos también especial admiración por los hijos, todos cantantes, profesionales los dos varones y amateur la hermana, que tenía una interesante voz mezzosoprano. Iniciados en la música como cantores de los coros infantiles y juveniles de los respectivos colegios, sus trayectorias fueron diferentes. Alfredo alcanzó muy pronto el estrellato internacional, mantenido en la cumbre hasta su fallecimiento; tuvo Paco un desarrollo más discontinuo, con grandes éxitos en su haber; y se limitó Carmen al ámbito íntimo de familia y amigos.

Con el fallecimiento de Paco, a los 89 años, desaparece una saga notabilísima del arte canario. Era el barítono del trío fraternal y en sus años de esplendor poseía una voz muy bella y timbrada, de noble color y notable poder. Sus seguidores decían sotto voce que era una voz mejor que la de Alfredo, opinión respetable pero muy discutida, como es de rigor en este tipo de comparaciones. Lo cierto es que en sus desempeños profesionales, fundamentalmente en zarzuelas como barítono protagonista, hizo giras muy exitosas por todo el país antes de saltar al extranjero. Le conocí como espectador en alguna de ellas antes de encontrarnos en el salón musical de doña María Suárez Fiol, extraordinaria maestra de voces y anfitriona de cantantes bien dotados para la música. Cuando Paco estaba en Las Palmas frecuentaba aquellas reuniones que daban comienzo a las cuatro de la tarde en su casa de la calle Luis Millares y podían prolongarse hasta las nueve de la noche. Allí se hablaba, pero, sobre todo y fundamentalmente, se cantaba. Paco Kraus mostraba con generosidad su preciosa voz, su musicalidad y su fácil técnica, bien a solo, bien en dúos con sopranos y mezzos, y hasta en conjuntos más numerosos de las óperas y zarzuelas más populares.

Además de excelente barítono era persona cordial, expresiva y abierta al diálogo, con natural tendencia a enseñar a los más jóvenes. Doña María dirigía las veladas, en las que participé frecuentemente como pianista acompañante. Artistas tan conocidos y aplaudidos como Pepita Miñón -predilecta de la maestra-, Marta Curbelo, Virginia Martín, Chano Ramírez, Antonio Ortega o Manolo Ramírez, entre otros, templaban sus voces y disfrutaban de su afición alternando a veces con Paco o formando entre sí un auténtico parnaso del arte lírico. Tiempos inolvidables.

La vena didáctica de Paco se impuso en ocasiones a su propio desempeño canoro y dedicó en Caracas muchos años de su vida a la formación de cantantes, brillando entonces su nombre como el mejor profesor de la capital venezolana. Posteriormente regresó a Las Palmas, su ciudad natal, y aquí pudo expresar por un tiempo esa faceta de su saber hasta que la edad le aconsejó retirarse. Quienes le conocimos en los escenarios, en el salón de la señora Suárez Fiol, madre de los hermanos De León Suárez, tan vinculados a la mayoría de los 49 años de existencia de las temporadas de ópera de Las Palmas, o en las clases que impartía, guardamos de él memoria feliz no solo como cantante y maestro de canto; también por su llaneza y afabilidad, su voluntaria conexión con las formas y estilos de la cultura popular de la Isla, su discreta ciudadanía y sus valores de hombre de bien.

La saga Kraus ha sido básica en la imagen cultural de Canarias y su recuerdo sigue siéndolo. En los registros fonográficos de Paco alternan los géneros mayores, ópera y zarzuela, con los cancioneros más valiosos, el de Néstor Álamo por ejemplo, y las creaciones espontáneas del pueblo. Esa producción grabada merece sin duda alguna la reedición, pues supo fundir su formación académica con el tono y el deje de la gente que canta como expresión de una manera de ser; más exactamente, una manera de ser feliz. La dualidad de su repertorio define a la persona buena, amable y generosa a manos llenas: al conciudadano culto y a la vez asequible, el maestro que deleitó a los más exigentes y fue adoptado por los más sencillos. Alfredo fue la estrella pero Paco, que lo adoraba y admiraba, no quiso brillar con su luz sino con la propia. Y su luz es cálida, matizada, poderosa o tenue, pero integrada siempre en el alma del pueblo. Descanse en paz.