La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Amores que duelen

Amores que duelen

Atsushi Shinohara tiene un don, aunque tampoco es que sea gran cosa. No puede volar, leer mentes o curarse en cuestión de segundos. Lo suyo es algo más rudimentario e introspectivo, una cuestión de oído, tacto e instinto. Con un simple golpe de martillo en el hormigón es capaz de sentir las fisuras internas de una columna de cemento granítico. Así, en cuadrilla, trabaja en el mantenimiento de los puentes que se elevan sobre el mar para formar una red de autopistas. Un pilar tras otro, como un sanador de lo que ni siente ni tiene vida. Tan solo hay un problema y es que él, como sus estructuras, está completamente roto por dentro y nadie lo puede curar.

Sobre esta metáfora se construyen y desarrollan las tres historias que componen, durante 140 minutos de metraje, el título Koibito-Tachi, del director japonés Ryosuke Hashiguchi; un drama íntimo y reflexivo, en el que aborda el amor desde el dolor que genera una pérdida. En el caso de Atsushi, nuestro héroe atormentado, se trata de su mujer, asesinada sin motivo aparente tres años antes del inicio de la trama. Le embargan la ira, la vergüenza y el deseo de venganza.

También está Sinomiya, un jóven abogado homosexual cuyo mejor amigo y amor platónico, aunque secreto, rechaza su amistad y le acusa de abusar sexualmente de su hijo. Además, está Toko, posiblemente el personaje más complejo de los tres. Ella es una mujer de mediana edad absolutamente desubicada en el mundo. Su marido la ignora. Un leve toque en el hombro se convierte en orden de carácter sexual, y ella, subyugada, sale disparada a comprar preservativos. Su existencia irracional y carente de cualquier muestra de afecto, la lleva a adorar a una figura del papel cuché: la princesa heredera del Japón, Masako Owada. Por eso, Toko encuentra lo que cree que es amor en un estafador que no le promete la luna; tan solo una simple granja de gallinas.

Nada tienen en común, aparentemente, estos tres personajes salvo una coraza de granito tras la que ocultan todos sus miedos, pasiones y complejos. Los golpes de la vida son trampas en el camino y han formado callo. Apenas hay una muestra de sentimiento en público. Se impone el silencio, los cigarrillos y las miradas perdidas en el infinito. Porque Japón es un país de grandes formalidades. Hay que quitarse los zapatos al entrar en casa, el alcohol es una herramienta de comunicación y ya puedes estar hasta el cuello de mierda que el dolor se oculta bajo una sonrisa educada.

En este recorrido por las miserias de estos tres personajes, levemente salpimentado con toques de humor ácido, se impone una de las enfermedades más extendidas. La soledad es una presencia constante en Kobito-Tachi, induce a sus protagonistas a situaciones tan dramáticas como, por momentos, cómicas. En este apartado destaca la figura de Toko, interpretado magistralmente por la actriz Toko Nashimura, y su mugrienta vida privada con un momento sublime en el que se viste y desviste con un baile patoso. Al final, Hashiguchi concede algo de espacio al optimismo. Queda Atsushi y su martillo.

Compartir el artículo

stats