La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La era de la incomunicación

No es sencillo firmar una ópera prima que se desarrolla en esa grieta entre la realidad y las proyecciones que ocupan el lugar de esa realidad. Aloys Adorn es una de esas personas solitarias e invisibles que prefiere vivir la vida detrás de un cristal. En su caso, su cámara de vídeo es el vehículo para experimentar (que no vivir) la vida con cierta distancia de seguridad. Por eso, tras la muerte de su padre, el robo de su cámara y todas sus cintas, su único patrimonio tangible, lo deja en el más absoluto desamparo, sin asideros a los que aferrarse en un mundo hostil del que no se siente parte.

Y es que Aloys sublima ese aislamiento emocional en la rutina de vigilancia y grabaciones casi voyeurs que desarrolla para una empresa detectivesca durante las 24 horas. En este sentido, su personaje evoca al de Gene Hackman en el thriller psicológico La conversación de Francis Ford Coppola, pero con la ternura de Jean-Louis Trintignant en Rojo, de Krzysztof Kieslowski.

Un día, esta rutina de no vivir o de vivir la vida de los otros se quiebra de repente con la primera llamada telefónica de Vera (Tilde von Overbeck), como si con ella se colara en la vida de Aloys la voz del mundo real. Poco a poco, la relación virtual que se desarrolla entre ambos va transformando su entorno en un mundo más amable, donde parecen tener cabida todos sus fantasmas. Un planteamiento similar al de la maravillosa Her, de Spike Jonze, donde Joaquin Phoenix queda prendado de la voz seductora de Scarlett Johansson. Así, este amor se convertirá en las nuevas lentes de Aloys para hacer frente al mundo, aunque la relación se sostenga, sobre todo, en la fantasía y las sensaciones (¿pero qué relación no se construye, en gran medida, sobre un pacto similar?).

En todos los rincones del mundo existen personas que se desentienden de los estándares sociales y prefieren vivir a salvo dentro de sí mismos, hasta que un día encuentran un espejo en el que mirarse, como es el caso de Aloys y Vera. "No me entiendes, porque tú no tienes una vida a la que renunciar", le reprochará ella en una ocasión. Ambos representan, tanto en sí mismos como en su extraña relación, la incomunicación en la era de la comunicación, o viceversa, y cómo en este mundo hiperconectado y mediado por artefactos tecnológicos resulta casi inevitable sentirse en la más profunda soledad. Por eso, Nölle dibuja en Aloys un universo onírico, esotérico, casi distópico, que se introduce poco a poco en el terreno de la fantasía para configurar el mundo tal como lo percibe su protagonista.

Nunca queda claro dónde termina la realidad y dónde empiezan la imaginación y la locura en este valiente debut cinematográfico de Nölle. Pero esa parece precisamente su intención, la de querer instalarse exactamente en ese abismo, y explorar ese espacio único donde el mundo que vivimos y lo que proyectamos de nosotros mismos se dan la mano.

Compartir el artículo

stats