La atmósfera sombría y pesarosa de la España de la generación del 98 cristalizó en el trazo grueso de los grabados de José Gutiérrez Solana (1886 - 1945). El pintor y literato madrileño plasmó, sin sentimentalismos ni hipérboles, las contradicciones y miserias de la realidad cotidiana que lo circundaba en la estampa rural a comienzos del siglo XX, pero reflejando su oscurantismo a través de la belleza del claroscuro.

La Fundación Mapfre Guanarteme recoge este universo subjetivista en la muestra Solana, grabador, que se inauguró ayer en su sede oficial en la capital grancanaria y exhibe un total de 25 aguafuertes catalogados por Rafael Díaz Casariego y cuatro litografías sobre papel Japón. La mirada tenebrista de Solana frecuenta un patrón común en los escenarios y ambientes lóbregos que retrata, en los que desfilan traperos, mendigos, prostitutas, gitanos, arrabales, rastros, tabernas, comedores sociales y casas de dormir, cementerios y procesiones siniestras y máscaras carnavalescas. "La España que refleja Solana es más bien trágica, pesimista, oscura; su ambiente recuerda al de la novela La colmena, de Camilo José Cela", señaló ayer Daniel Restrepo, director adjunto del área de Cultura de la Fundación Mapfre, durante el recorrido de la exposición. "Sin embargo, creo que es en esa oscuridad donde reside su fuerza".

Esta muestra constituye una de las primeras colecciones artísticas que adquirió la institución en 1997 y recoge la práctica totalidad de la producción de grabados y litografías del artista. Aunque la serie completa engloba otros seis óleos, custodiados en Madrid, la obra grabada de Solana es, en realidad, un "trasunto de sus óleos", en palabras de Díaz Casariego, por lo que podría decirse que las estampas alojan el imaginario íntegro del artista madrileño.

Bajo el signo de lo grotesco, las representaciones solanescas abrazan las tonalidades oscuras y los rostros hieráticos que evocan, en muchos aspectos, los Caprichos de Francisco de Goya, y los monstruos que produce el sueño de la razón. Sin embargo, los grabados de Solana desplazan toda sátira y juicio moral para inscribirse en la tradición del realismo, de manera que la verdad que esconden piezas como Trapera, Chozas de la Alhóndiga o Méndigos calentándose parece mirar directamente a los ojos. "A la puerta se suele ver la lumbre donde se calienta un puchero, pues en esas chozas, tan reducidas y sin salida del humo, es peligroso el fuego por temor de asfixia", escribe Solana en Madrid callejero, rótulo que arropa esta última pieza.

"Hablamos de un hombre de la época de Valle Inclán y Pío Baroja a quien, siendo un hombre acomodado, le gustaba ir por los arrabales, los cementerios y los rastros de Madrid", apunta Restrepo. Por otra parte, la oscuridad de las estampas se convierte en sordidez y extravagancia en el retrato de las costumbres y fiestas populares, como los primitivos Carnavales en los pueblos de Castilla, que Solana evoca en la siniestralidad de Máscaras bailando cogidas del brazo.

Pero sus pinceladas también se detienen en los despojos apilados en los escaparates del Rastro, la soledad de las "mujeres de la vida", la derrota de las tabernas. "El dibujo no es un dibujo perfecto, por lo que no estamos hablando de un artista de vanguardia, pero Solana imprime un carácter muy especial y una carga emocional fuerte", indica Restrepo. "Solana no es un artista muy conocido y su obra no ha sido muy extendida, pero es un artista muy importante dentro de la cultura española".

La palabra fue el otro cauce que empleó Solana para volcar la desesperanza de la España que le tocó vivir y que recogen textos como La España negra (1920), Madrid callejero (1923) o Dos pueblos de Castilla (1925), que abrigan los grabados de la muestra. Y que cruzaron los salones del Café de Pombo en Madrid, donde compartió mesa con intelectuales como Ramón Gómez de la Serna o Mauricio Bacarisse, y que Solana también inmortalizó en la pintura.