Hay dos magníficas razones para no dejar que este libro se quede fuera del morral: el prólogo y las crónicas que lo siguen. Ambos salen de la pluma de María Sonia Cristoff, narradora que lleva años reflexionando sobre la escritura. En días en los que la crónica se alza como uno de los baluartes que mejor defienden al periodismo de los zarpazos multimediáticos, Cristoff reflexiona sobre los contornos, debilidades y grandezas de la narrativa no ficcional, a la vez que contribuye a dispersar la nebulosa que sustenta el reinado industrial de la novela. Hecho esto, en catorce páginas sin desperdicio que refrendaría la nobel Aleksiévich, llega el momento de pasar de las musas al teatro y viajar. En Falsa calma, Cristoff vuelve a su Patagonia natal para levantar palmo a palmo ante el lector el mapa psicogeográfico de un territorio anclado en el petróleo y en el aislamiento de sus habitantes. Hombres y mujeres, perdidos en una esquina de la nada, a los que la autora argentina se acerca con destrezas que sumen en el vértigo como antesala a desembocar en el trance.