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Entrevista a Francesc Capdevilla, Max

"Con El Bosco naufragaron críticos ilustres e historiadores del arte"

"Cuando yo estudiaba Bellas Artes, los profesores, que eran todos impresionistas, estaban obsesionados con la forma y despreciaban lo que ellos llamaban pintura anecdótica, que es la que te estaba contando una historia", asegura el dibujante

El dibujante Francesc Capdevilla, Max, días atrás en Palma de Mallorca. MANU MIELNIEZUK

Tanto las secuencias de la pintura de El Bosco como los cómics de Max surgen de historias interiores, mentales. Y en ambos convergen en dosis diferentes el humor y la formación cristiana. Un conjunto de intersecciones que le han permitido al autor de Bardín o Peter Pank imaginarse las intenciones del genio holandés cuando pintaba y adaptarlo a su lenguaje. El dibujante tiene sus propias teorías sobre los cuadros del maestro, apoyadas principalmente en las del filósofo Michel de Certeau. Can Gili, en Sineu, acoge hasta el día 28 una exposición de originales que dialogan con esculturas de Ricardo Gago.

El Bosco ya le interesaba antes de recibir este encargo. ¿Qué veía en él y qué ve ahora después de estos seis meses de trabajo?

Conocía a El Bosco por los libros y porque he ido muchas veces al Prado. Sus cuadros me parecían impresionantes por dos motivos. Uno, el imaginario desbocado que tenía, un ejemplo único en su momento. Y después por esta cualidad de abigarramiento de muchas escenas superpuestas en una misma pintura que daban a entender que allí había una narración oculta, implícita, y a la vez misteriosa porque a primera vista no acabas de entender de qué se está hablando. En cuanto a la forma, El Bosco es evidentemente un maestro de la época. Pintaba muy bien y tenía un sentido del color y de la composición prodigioso. Pero lo que a mí me atraía realmente eran las escenas infernales. Esa creación de demonios híbridos a partir de toda clase de animales, personas, vegetales... Esto es algo que ya estaba apuntado en los manuscritos medievales, en los códices, pero él lo llevó a un punto de sofisticación y sentido del humor muy elevados. Y esto es lo que yo sabía de El Bosco. Nunca había entrado más allá.

El Bosco es un personaje bastante misterioso. Se saben pocas cosas de él.

Exacto. Y lo que se sabe indica una vida muy monótona y aburrida: siempre en la misma ciudad, no se sabe si viajó. Prácticamente sólo se conoce que se casó y que hizo algunos encargos para la catedral de su ciudad. Y que era muy católico. Esto último lo hace doblemente misterioso porque te preguntas cómo es posible que hiciera esos cuadros. Asimismo, se sabe que era hijo de una familia de pintores de tipo artesanal.

¿En qué punto confluyen El Bosco, su propio trabajo y el lenguaje del cómic?

He encontrado tres intersecciones. Una es la del cómic, el hecho de que muchos de sus cuadros sean un conjunto de secuencias a las que se les puede buscar un sentido.

¿Pero son secuencias simbólicas o narrativas? La pintura de entonces era muy simbólica.

No son estrictamente narrativas. Es cierto que juega mucho con símbolos visuales que son complicados de interpretar. Hay algunos muy evidentes y otros muy oscuros. Algunos de los evidentes tienen trampa porque lo son hoy en día pero no en el XV. Y, claro, es terreno pantanoso. Y es aquí donde han naufragado muchos ilustres críticos e historiadores del arte.

¿En sus lecturas de El Bosco?

Sí. Se han hecho lecturas para todos los gustos. Y realmente no se ha llegado a un consenso sobre lo que supuso este pintor. Está la clásica, que decía que era un católico moralista y que lo que hacía con su obra era mostrar las consecuencias del pecado. Esta interpretación se ha mantenido desde la época de Felipe II, que fue su máximo fan una vez muerto el maestro holandés. Esta lectura aguanta hasta el siglo XX, cuando los surrealistas dijeron "alto, aquí hay otra cosa". Y a partir de los surrealistas y el psicoanálisis empezaron a surgir interpretaciones diversas: desde que era adepto a una secta, la de los adamitas, que existieron en su época. Éstos predicaban el amor libre, eran una especie de prehippies. Hay que tener en cuenta que la época comprendida entre finales de la Edad Media y los albores del Renacimiento fue muy convulsa. Son los años de la llegada de Lutero y de la escisión protestante. Proliferaban todo tipo de interpretaciones heterodoxas. Además de éstas, hay otras lecturas de El Bosco: hay quienes ven en sus cuadros una explicación de los procesos alquímicos. Y te escriben libros enteros demostrándolo. Y así hasta el infinito. El Bosco es como un bosque.

Y usted ve cómic en El Bosco.

Hay una intención narrativa en sus obras. Tampoco es que esto lo convierta en un precedente del cómic, pero algo hay de ese lenguaje por el hecho de juntar muchas secuencias, muchos personajes, y que a veces parece que hay un hilo narrativo. Pero es muy ambiguo todo. Como dice el filósofo Michel de Certeau, cuando interpretas El jardín de las delicias siempre acabas en callejones sin salida. Y la otra vinculación que he encontrado con él es el trabajo por encargo. Él todo lo hizo por encargo. De hecho, todos los pintores de entonces pintaban por encargo.

Se olvida del tema del humor.

Sí. Y del tema de la educación católica. Yo también lo conozco muy bien porque me lo hicieron mamar de pequeño. Gracias a ello me he podido acercar a El Bosco e imaginarme qué le pasaba por la cabeza y qué intenciones tenía cuando pintaba, aparte de complacer al cliente y ganarse la vida.

¿Y qué intenciones cree que tenía?

No lo sé con certeza. Pero yo veo e imagino cronológicamente la posibilidad de que El Bosco, de joven, fuera alguien con una educación católica y creyente y con un conflicto consigo mismo porque la fantasía desbordada ya estaba en él. De hecho, el primer cuadro que he elegido para mi cómic es Extracción de la piedra de la locura. En él veo una metáfora de este conflicto interior. El segundo cuadro sobre el que he trabajado es Las tentaciones de San Antonio, que es una pintura modesta, pacífica, al contrario de las cinco o seis versiones diferentes que pintó sobre el mismo tema, que son muy tensas y trágicas. Aquí veo una identificación con el santo y una etapa en la que llega a equilibrar esa fantasía, sus creencias católicas y las peticiones de los clientes. Finalmente, está El jardín de las delicias, de los últimos que hizo. Este cuadro es el gran enigma de todos los que pintó. Aquí veo a una persona descreída, que busca a Dios y no lo encuentra. Para llegar a esta conclusión, he partido de De Certeau.

¿Es De Certeau un especialista en El Bosco?

No. Y por eso me gusta lo que dice. Es una mirada fresca que viene de fuera. Escribió un libro muy interesante sobre la mística de los siglos XV y XVI en Europa. Y le dedica todo un capítulo a este cuadro. Lo que viene a decir es que cualquier intento de empezar a tirar de un hilo te lleva a un callejón sin salida y que el secreto que esconde este cuadro es que no tiene secreto. Es decir, que El Bosco nos hace creer que lo que hay ahí es algo increíble, pero lo que en realidad hay es una gran ausencia. De Certeau dice que probablemente se trata de la ausencia de Dios. Esta teoría la desarrolla después de haber hablado de otros místicos y llegar a la conclusión de que éstos no son los que han encontrado a Dios sino que son los que lo buscan. Y si lo buscan es porque no lo encuentran.

Después de este trabajo previo, ¿cómo se enfrenta al cómic?

Hube de buscar un artificio narrativo que uniese los tres cuadros en una sola historieta. Utilizo a los diferentes personajes de las pinturas y no uso ni los paisajes ni el color. Y tenía claro que había de huir de la estética del Bosco.

¿Es este libro una reinterpretación?

No, es una exploración de la obra del Bosco en cuanto a sus contenidos y no en la forma. A mí, como narrador, me interesa el contenido. Cuando yo estudiaba Bellas Artes, los profesores, que eran todos impresionistas, estaban obsesionados con la forma y despreciaban lo que ellos llamaban pintura anecdótica, que es la que te estaba contando una historia. Pues a mí era ésta la que me interesaba.

¿Cuál es el hilo conductor?

Para juntar los tres cuadros en una única peripecia narrativa que me permitiese ir dejando implícito todo esto que yo ya había reflexionado sobre El Bosco necesitaba un MacGuffin, como Hitchcock, un elemento que en sí mismo no significara nada pero que permitiera construir una trama. Lo hallé en una de las simbologías visuales más abundantes del Bosco que es la esfera. Entonces imaginé que la piedra de la locura era una esfera, una canica. Y que era transparente y que dentro de ella se veían cosas. Éste es el elemento que nos conduce de un cuadro a otro. Y que conecta con el otro símbolo preferido del Bosco, que es el búho. Sobre el búho hay también varias interpretaciones clásicas: una, que es el pájaro de la sabiduría porque es el pájaro de la diosa Atenea. Dos, que es un pájaro infernal porque es el pájaro nocturno y de las brujas. Pero hay una tercera, que es mía, una interpretación que yo no me he inventado sino que me la he encontrado en mi propia obra a base de dibujar búhos sin saber por qué pero un día de repente te das cuenta del motivo. Y es que el búho es el que ve en la oscuridad, es el testimonio de las cosas que pasan y los demás no vemos y por tanto es el que las puede contar. Por eso es el símbolo del autor. Es la representación del propio artista, que nos está contando lo que los demás no hemos visto. Y es curioso porque en casi todos los cuadros del Bosco hay un búho. Y en El jardín de las delicias está justo en el centro del paraíso y dentro de una fuente que es circular, que a su vez es un ojo gigante que está plantado ahí en medio. Es decir, en la pupila del ojo hay un búho que son dos ojos que están mirando. Entonces, vi muy claro que mi entrada en El jardín de las delicias había de ser a través de los ojos del búho.

¿De qué fuentes bebió El Bosco?

La Biblia y la mitología griega. La imprenta se acababa de inventar. El Bosco debió poder ver libros hechos a mano, códices, y las primeras estampas impresas que empezaban a circular por Europa con dibujos de seres y elementos que Marco Polo y los viajeros habían visto en Asia. De aquí esos seres híbridos de sus cuadros, que era lo que contaban los viajeros que habían visto en Asia.

Los colores del cómic son mínimos: una suerte de rosa y negro.

Sí, a dos tintas y mucho espacio en blanco. He usado un rojo atenuado y en lugar de negro, marrón muy oscuro, para que el contraste no sea tan grande. Son dos colores que están en los cuadros del Bosco. Los colores de la pintura flamenca son muy luminosos y por entonces se acababa de inventar la pintura al óleo. Por eso estaban descubriendo las posibilidades de esta técnica.

Si el Prado le hubiera propuesto otro pintor, ¿habría accedido?

Me lo habría pensado dos veces. De los pintores del Prado, el único que me interesa más que El Bosco es Brueghel el Viejo, que de hecho es un discípulo del Bosco, lo que pasa es que al final va por otro camino. Después, me hubiera decantado por Goya.

¿Por qué cree que Felipe II estaba tan fascinado por El Bosco?

En efecto, compró todas las obras que pudo. Sabemos que fue el rey más beato que ha tenido este país y por eso se me hace extraño que lo coleccionara. Entonces, la pregunta debería ser: qué debía ver él en esas pinturas. Probablemente, un Bosco ultramoralista y ultracatólico. En cualquier caso, está muy bien que esta ambigüedad esencial del Bosco que ha provocado múltiples lecturas continúe así. De hecho, parece ser que pintó El jardín de las delicias para un tal Enrique de Nassau. La primera constancia escrita de este cuadro lo sitúa en el palacio de este noble en Bruselas. Se sabe que la nobleza encargaba pinturas para hacer tertulia. Cuando invitaban a sus amigos nobles a las fiestas, en las sobremesas se ponían frente a un cuadro y lo comentaban. Eran los únicos que tenían dinero para pagarlos y los únicos que tenían cultura para apreciarlos. Si realmente El jardín de las delicias se trataba de un cuadro para incitar a la tertulia, llevamos 500 años de tertulia loca.

¿También le saldrá bosquiano su próximo cómic?

Inevitablemente, saldrán cosas que han empezado a aflorar en este libro. Lo que ahora estoy preparando no tiene guión, no tiene un planteamiento, nudo y desenlace. Tiene un tema, que es el dibujo. Y hay secuencias, unos personajes... Hay secuencias que evocan los dibujos de las cuevas prehistóricas y secuencias que evocan a Marcel Duchamp. Hay un hilo, pero no orden. No me gusta decir la palabra "experimental", pero lo es. Mi próximo proyecto es un experimento.

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