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Cine

Vivir y morir en Los Ángeles

'Dos buenos tipos'

Vivir y morir en Los Ángeles

A pesar del interés que despiertan las películas protagonizadas por dos policías, dos detectives, o bien dos tipos que tienen como objetivo común combatir el crimen (en Hollywood se las conoce como buddy cop), la verdad es que los productos cinematográficos que han abordado el tema en los últimos años se han estrellado con los altos niveles alcanzados por Richard Donner en las cuatro entregas de Armal Letal. Dos buenos tipos, dirigida por Shane Black, otrora guionista de Arma Letal, viene a romper esa dinámica gracias a una base argumental mucho más ambiciosa que la habitual mezcla de comedia, thriller y cine de acción, a la que nos tiene acostumbrados uno de los géneros más populares de la historia del cine.

Dos buenos tipos es, digámoslo ya, una perfecta demostración de cómo siguen vigentes algunos viejos patrones narrativos del cine negro clásico (y, cómo no, de la literatura: Ross Macdonald, Charles Williams) y de su utilización actual por parte de una película que tiene alma de serie B (dicho sin pizca de desdén), en la que las constantes vitales de sus fotogramas desprenden curiosas vibraciones que apuntan a que estamos ante un espécimen sumamente extraño en el cine contemporáneo: una película que es más (mucho más) de lo que parece. Quién no lo entienda así, no podrá disfrutar del intento de abordaje del espectador que Black lleva a cabo desde la pantalla con la connivencia de sus estrellas protagonistas.

La lucha entre el campeón absoluto de las dos últimas décadas de interpretación, Russell Crowe, y un avispado aspirante, Ryan Gosling, se dirime en una historia ambientada en Los Ángeles en los años 70, en la que el segundo interpreta a un detective, Holland March, y el primero a un matón a sueldo, Jackson Healy. Ambos se ven forzados a colaborar para resolver el caso de una joven desaparecida, la muerte de una estrella porno y una conspiración criminal que llega hasta las altas esferas. Gosling no sólo se desmarca de sus anteriores trabajos, sino que tiene aquí el papel de su vida: irreprochable, incluso brillante, con el apoyo de un descomunal Crowe. Se diría que se ha producido entre ellos un traspaso de experiencias y emociones.

El hecho de que Dos buenos tipos no sea un thriller novedoso (los thrillers de este milenio se caracterizan por una acción trepidante y una extrema violencia con un toque de humor imprescindible que parece exigir el público) no ha de considerarse como un aspecto negativo. En el cine, como en todas las artes, prácticamente todo está ya inventado y se nos van sirviendo las mismas historias con diferentes envoltorios. La gracia de Dos buenos tipos está precisamente en su envoltorio, atractivo como el que más, pero sin perder nunca de vista el género que, por las variantes que van surgiendo, parece que nunca va a tocar fondo.

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