Quien sólo hubiese llegado a tiempo de presenciar los instantes finales de la última propuesta del ciclo Patios con Rima, se habría encontrado a dos bailarinas que cargaban, sin más preámbulo, a algunas de las mujeres que ocupaban los primeros asientos, para depositarlas después sobre el espacio donde ellas dos acababan de bailar, inspirándose en un cuento llamado Diógenes. Antes, ellas mismas habían depositado algunos montones de libros aquí y allá, tomados de los estantes cercanos, para traducir escénicamente el comportamiento de quien padece el síndrome paradójicamente atribuido al filósofo estoico Diógenes de Sinope. Esta nueva oportunidad para tender puentes entre creadores, y para establecer conexiones inesperadas entre las áreas cerebrales de los usuarios de la Biblioteca Insular, tuvo lugar la noche del pasado jueves en el pequeño patio cubierto del edificio de la calle Remedios. Allí volvieron a encontrarse por segunda vez bailarines y autores de libros ilustrados.

Esta vez los protagonistas fueron dos Pablos, Albo y Auladell, que son respectivamente, el narrador y el ilustrador que firman un libro que mereció, allá por el 2008, el Premio Lazarillo de Creación Literaria. A la lectura de los textos, acompañada por la proyección de las ilustraciones correspondientes, se sumó el trabajo coreógrafico interpretado por dos jóvenes bailarinas de la compañía de Natalia Medina, Adriana Álvarez y Andrea Bueno. Fue una noche entre versiones. La del autor del texto, la del ilustrador, y la de Vanesa Medina, la coreógrafa que moldeó las tres piezas a partir de las ideas aportadas por las dos primeras. Ambas se habían encerrado a improvisar tras una lectura conjunta de tres cuentos, firmados todos por los dos creadores alicantinos: Caracol, Inés azul y el ya mencionado Diógenes, cuyo protagonista no es un anciano, sino un niño que, inesperadamente, acumula seres animados e inanimados para bien. Con esta visión positiva del síndrome parecen haber estado de acuerdo las bailarinas y su coreógrafa.

Pablo Albo leyó esa noche un cuarto volumen ilustrado, Alas y Olas, que sirvió para que, tras la lectura, Pablo Auladell desentrañara el proceso de creación de las ilustraciones, tal como hizo Gabriel Pacheco en el mismo espacio una noche de comienzos del pasado mes de diciembre. En ese primer encuentro pudo echarse de menos lo que sí disfrutó el público en esta ocasión, la lectura de las narraciones. No hubiera tenido sentido desperdiciar la oportunidad de escuchar a Pablo Albo leer sus propios textos con esa rara habilidad que le permite decir tonterías con sentido. Interrumpe la narración para pedir al público que suspire o se sorprenda inocentemente con un ¡Aaah!, o para hacer él mismo un juego de palabras; y cuando lo hace, uno puede darse cuenta de que otros dirían las mismas cosas y no nos harían reir. Él lo logra porque nos mira desde la perplejidad, con un asombro lleno de empatía. Otras cosas sólo se le ocurren a personas como él, que está dispuesto a dejar que el humor absurdo haga su efecto y nos libere de la tiranía instaurada por los imposibles que cada día nos pone delante el sentido común. Alas y Olas, mencionado antes, es un álbum ilustrado que nos devuelve, poéticamente, la ilusión por ser un cuerpo y disfrutarlo. Qué oportuno fue, entonces, escucharlo leer también en compañía de bailarines.