"Gracias por despertar nuestra mente". La frase quedó escrita a primera hora de la tarde de ayer en el libro de condolencias del Ayuntamiento de Santo Domingo de la Calzada como resumen anticipado de lo que allí iba a pasar a continuación. La gratitud de los hijos, de los nietos, de los dos hermanos vivos y de una multitud de discípulos de Gustavo Bueno quedó de manifiesto en una emotiva ceremonia de despedida para el "filósofo del siglo", como pronto lo retrataría el secretario de la fundación que lleva su nombre, Tomás García. Bueno volvió a la tierra en su tierra no sin antes recibir el calor, el físico y el humano, de su ciudad natal en La Rioja.

Entre discursos interrumpidos por las lágrimas se abrieron paso las notas de las melodías de Bach, esas que "él nos transmitió y que gracias a él forman parte de nuestro paisaje", decía su hija Carmen, y la idea fuerza de que no existe la muerte para la "filosofía inmortal" de Bueno. La casualidad les dio a todos los asistentes una razón para creerse esto que de este modo proclamó Tomás García porque ayer, casi justo en el momento en que el filósofo tomaba la tierra en Santo Domingo de la Calzada, arrancaban en León (Guanajuato, México) las clases de la Facultad de Filosofía inspirada por el 'Instituto Oviedo' de la ciudad mexicana y por el sistema filosófico de Bueno.

Condolencias de la Casa Real

Familia y discípulos despidieron al filósofo en un salón no demasiado grande pero abarrotado, con gente en los pasillos y en el zaguán de entrada. Estaban el alcalde, Agustín García Metola, o el presidente de La Rioja, José Ignacio Ceniceros, y fue, entre otros, el rector de la Universidad de Oviedo, Santiago García Granda. Mandaron condolencias la Casa del Rey y la Presidencia del Gobierno.

Con el féretro orlado por cuatro lámparas blancas y una fotografía de Bueno delante, con sus hermanos vivos, Fernando y Teresa, sentados en el escenario y los hijos y los nietos en las dos primeras filas de butacas, cuatro músicos rusos del grupo 'Ermitage musical', teclados, violín y flauta acompañando a una soprano, trufaron las intervenciones institucionales y personales con la Cantata 147, el aria Erbarmedich de La pasión según San Mateo, el Magnificat, el aria de la suite en Re y el lied Cuaderno para piano de Anna Magdalena, obras de Bach sobre la separación, la despedida.

Porque el acto trataba de eso, y por eso la nieta menor del fallecido, Jimena, no pudo evitar sollozar antes de recitar de memoria y con aplomo un madrigal de Gutierre de Cetina que siempre le pedía su abuelo -"ojos claros, serenos..."-, pero Gustavo Bueno Sánchez, quiso desterrar de palabra la tristeza. "Aunque la hay y es natural", aseguró, "sería un error, pura subjetividad sensiblera, trasladar una sensación de tristeza", enlazó. Antes al contrario, mandó por delante la "alegría de las vidas plenas", dijo en plural, hablando del padre y la madre que se le fueron en dos días. Hablando también de un sistema filosófico que se mantiene "pleno de vigor" desde el día en que se queda huérfano de su creador y "cobra una vida nueva en la nueva España".

Estaba el director de la nueva facultad mexicana que le dará vida. Íñigo Ongay, bilbaíno, que llevó el féretro a hombros parte del camino entre la puerta del cementerio y el panteón familiar, no dudaba en decir que a Bueno "se lo debo todo", que es "el autor poco reconocido "del único sistema filosófico completo en lengua española", que "no hay persona que haya influido más en mi vida". Como él, otros de sus discípulos hicieron ayer centenares de kilómetros para despedir en su ciudad natal al calceatense universal que hizo decretar, ayer y hoy, dos días de luto en Santo Domingo, esta ciudad tomada de peregrinos donde Bueno conserva la casa familiar y donde el filósofo "debatía poniéndose al nivel de sus interlocutores", recordó el alcalde.

Palabra de discípulo

Se va Bueno, pero su materialismo hace fuerza. Y Tomás García, discípulo de la primera 'oleada', secretario de la Fundación Gustavo Bueno, se detiene un rato ante el atril para glosar la figura de un maestro que representó en vida "la reina de las virtudes, la fortaleza", pero una fortaleza cargada de firmeza y generosidad. Se acordó del día en que su esposa, Carmen, reprendió al muy firme profesor Bueno por entretenerse con sus alumnos después de clase y él, "con aquella sonrisa pícara, se encogió de hombros y nos dijo: 'ya véis, me tengo que someter a la dulzura de la obediencia'". Echando mano permanentemente de aquella muletilla tan de Bueno, "¿verdad?", Tomás García se extendió en las virtudes académicas del profesor "que no polemizaba por polemizar, que discutía y sabía que tiene que haber una lucha con las ideas, que tenía un sistema más fuerte y reducía a los demás". "Tocó todos los campos de la filosofía", la de la política y la religión, la de la ciencia, la cultura, la corrupción o la religión? Fue, acabó, "el filósofo del siglo como Platón lo fue del siglo IV antes de cristo, o Santo Tomás del XIII o Hegel del XIX". Por eso, remató, "la muerte no es el final . Todos sabemos que su filosofía es inmortal".

Fue, en palabras de Carmen Bueno, "una ceremonia poco canónica" ; "institucional y familiar" más que civil por opuesta a religiosa, le acompañó su hermano Gustavo. El caso es que acabó con "ofrendas", regalos de los nietos al abuelo como la pieza de la banda sonora de Gladiator -obra de Hans Zimmer- que Carlos siempre tocaba con él, o el poema de Jimena, o el movimiento de una partita de Bach que Livia interpretó al violín, o los significativos textos del abuelo, de El sentido de la vida, que leyeron Lino, Gustavo y Carlos. En el que introdujo Gustavo venía muy al caso que el filósofo hubiese dejado escrito que "las personas fallecen, no mueren", o que sólo "muere el individuo". "La persona no nace ni muere". El acto se cerró con la Elegía a la muerte de mis hermanos, una oda a la inteligencia. a la sabiduría y a la imaginación leída por Fernando Bueno, y el largo día en Santo Domingo se fue después de la bajada del féretro a la tierra riojana que vio nacer al filósofo, rompiendo los presentes el silencio con una sonora salva de aplausos después de que la música la volviese a poner Bach a la flauta travesera.