Stefan Zweig nació en Viena y vivió en Salzburgo. Cuando conoció Sevilla sintió, y así lo expresó, que Salzburgo y Sevilla eran ciudades gemelas. Decía que tanto una como otra son de aquellas ciudades donde nunca se está por primera vez. "Sientes como si desde todos los rincones de la ciudad desconocida te acudieran los recuerdos y te llamaran voces amigas", expresó.

Hablar de Salzburgo es hablar de su festival de música porque no hay ningún otro festival que siendo tan bueno sea tan largo. En Salzburgo hoy se perciben aires de decadencia, sobre todo en la juventud poco incentivada por lo que sucede con la crisis en esta parte del mundo, y pequeños desajustes en el ritmo urbano debido a cierto desasosiego con el tráfico urbano que funciona peor que ayer pero acaso mejor que antes de ayer.

El Festival de Salzburgo tiene una estructura presupuestaria que habilita a los directores de los diferentes eventos a disponer de los mejores intérpretes. Y dos debates son permanentes aquí: el primero de ellos enfrenta a la opción más contemporánea -en lo que se refiere a la música- y a la puesta en escena -con la concepción más clásica o historicista-. El otro gira sobre la apreciación de unos y otros en cuanto a si el festival mantiene o disminuye su legendario nivel.

Tres orquestas lideran, en mi opinión, el universo sinfónico: Viena, Berlín y Chicago. Las dos primeras comparecieron este año y la primera, desde hace algunos años, es costumbre que sea la orquesta residente. Se colocaron en el podio los tres directores más reconocidos en música no wagneriana: Riccardo Muti, Mariss Janson y Zubin Mehta para atacar la segunda, cuarta y sexta sinfonía de Bruckner. "Elogiar a la Filarmónica es llevar violines a Viena". Esta críptica, o interpretable descripción de Richard Strauss, etiqueta a la sección de cuerda más prodigiosa del planeta. Claro que esto vuelve a ser una opinión. Esa condición, entiendo que quedó revalidada este año.

En lo que hace a la nueva programación, El amor de Danae era lo más esperado. Cuarta presencia en el cartel en noventa y seis años de festival y la sombra permanente de aquella primera aparición en el programa del año 1944 suspendida -como prácticamente todo el festival de ese año- por el régimen nazi, lo que impidió la puesta en escena de esta ópera cuando ya se había celebrado el ensayo -con vestuario y abierto al público- con la presencia del autor Richard Strauss. Welser Most y Hermanis se encargaron de poner sobre el escenario lo que para algunos fue un frenesí de colorido y de buena música y para otros un incidente kitsch, pero que no dejó indiferente a nadie. Y confirmando a la soprano búlgara Krassimira Stoyanova como la cantante straussiana de referencia.

Aguas arriba de nuestra presencia aquí, el Ángel Exterminador de Ádes, dirigido por el autor, tuvo un éxito relevante. Y Ana Netrebko había revalidado su condición de reina entre las cantantes con su intervención en una versión concierto de Manon Lescaut.

Solo se programó una representación de la ópera-oratorio de Massenet, Thais. En escena, y en versión concierto, el otrora rompe-taquillas y rey indiscutido: Plácido Domingo. Escuchamos lo que queda de él. En la voz de barítono, el monje Anathael no tenía voz, ni fraseo, ni control sobre la partitura. Solo sobreactuaba. Pero sucedió lo que solo a veces sucede cuando estamos ante un episodio artístico. Apareció un ángel, lo que sería un duende en Sevilla, la letona Marina Rebeka, que los embarcó a todos en un carro hacia donde habitan los más grandes artistas y los éxitos más clamorosos. El público delirante hizo algo que nunca había visto: obligó a Plácido Domingo y a la letona a bisear un dúo de la misma ópera después de hartarse a aplaudir. Y sentenció un gran triunfo, indultando al más grande y quizá convirtiéndolo en el papel de padrino de una noche memorable que estaba dando la alternativa a una magnífica cantante.

La ausencia de Karajan hizo posible programar a Bernstein y su West Side Story. Un musical de Broadway habilitado como ópera por una fórmula peculiar y por la presencia de Cecilia Bartoli y de Gustavo Dudamel. Critical Edition, con Cecilia Bartoli como la única cantante que impostaba la voz en el papel de la María, la mujer que años después -y esa es la fórmula- recuerda lo que vivió la María niña recién llegada de Puerto Rico. Es claro que Dudamel era el hombre correcto. Dirigió con empatía a todos, cantantes, y bailarines y dejó a la orquesta tocando mambos y otros ritmos cuando recibía la ovación del público con el resto del elenco. No quiso Dudamel proponerle a tanto smoking y traje de gala bailar un mambo una vez finalizada la ópera, pero seguro que lo hará cuando repita la fórmula en otros escenarios. En la escena, un grancanario: José Antonio Dominguez formaba parte de la pandilla de los Sharks.

Aquí, en Salzburgo, la reventa es el termómetro de la expectativa creada y aquí la reventa no es siempre al alza, sino al precio y a veces a la baja. Y se observó que el espectáculo mozartiano mejora con frecuencia a los hitos del Festival. Había más número que buscaba entrada para Don Giovanni que para Thais, Fausto o West Side Story.

Para el año próximo obsesiona no perder el nivel, y aunque la programación es sólo oficial en noviembre, ya conocemos la presencia de Aida con Netrebko y la subida al pódium del director letón Mariss Janson para dirigir la Lady Macbeth de Shostakovic. El director que por muchos está considerado el mejor del mundo, y que hemos visto en tres ocasiones en el concierto de año nuevo de Viena -y no hace tanto aquí en Canarias-, sufrió un infarto en 1996 cuando dirigía La Boheme. Abandonó la dirección de ópera y ahora vuelve en lo que se presume el gran acontecimiento del año en el mundo lírico dentro y fuera de Salzburgo.