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Arte Los fondos de la Casa de Colón

El museo dentro del museo

La Casa de Colón alberga un amplio fondo artístico con más de 1.000 cuadros de épocas diversas

El museo dentro del museo

Cada museo aloja otro museo en su interior. Detrás de las paredes de la Casa de Colón, que exhiben una muestra permanente del patrimonio cultural de Canarias y su histórico puente con América, respira un vasto universo artístico desconocido. Y como toda superficie que se sustenta en un fondo, esta trastienda nutre uno de los templos culturales imprescindibles del Archipiélago. "Sin trastienda, no hay puerta que abrir", manifiesta Ramón Gil Romero, conservador de la Casa de Colón. "Y hay mucha trastienda detrás de cada uno de los cuadros que se exponen".

Desde su inauguración en 1951, los fondos públicos de la Casa de Colón, los más antiguos que atesora el Cabildo de Gran Canaria, suman unas 4.200 piezas que engloban estampas, grabados, escultura, pintura, cerámica y mobiliario, entre otras reliquias. Más de un millar se corresponde con un valioso legado pictórico, con obras que datan del siglo XVI a comienzos del XX y que reúnen joyas de la pintura española -sobre todo, canaria- y ejemplares de la plástica americana, así como piezas de los fondos del Museo del Prado. Un patrimonio histórico que, junto con los fondos del Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM), que alberga la colección de arte moderno más importante de Canarias, fundamentaría el proyecto de un museo de Bellas Artes en Gran Canaria, tal como planteó la pasada corporación del Ejecutivo insular, en 2015.

Intrahistoria

El legado artístico que se extiende en los depósitos del museo americanista se mantiene incólume ante los embates del tiempo -sin arrebatarles la magia que sólo confiere el tiempo- gracias a la labor del conservador. Un trabajo invisible, pero cotidiano e imprescindible que registra, en palabras de Gil, "la pequeña intrahistoria que hace la historia de cada cuadro". "Y la historia de todos conforma la historia de la colección", apunta.

Este conjunto, tanto el que se exhibe en salas como el que custodia la trastienda, dibuja un paisaje pictórico "muy variado, amplio y heterogéneo". Pero el cuidado y revisión continua de ese gran fondo no expuesto, su registro de idas y venidas a través de la red de museos públicos, y sus trasvases de las catacumbas a la superficie de la Casa de Colón marcan el pulso de la vida interior del centro que escapa, por lo general, al conocimiento de sus visitantes más asiduos.

La realidad es que, entre los más de 1.000 cuadros que engrosan la colección de arte, sólo unos 70 u 80 se exhiben en la exposición permanente, emplazada en la planta superior del centro. "Lo que sucede es que conservamos colecciones completas muy importantes de, por ejemplo, 18 cuadros, pero sólo hay espacio para exhibir uno", apunta Gil. "En los depósitos tenemos cientos de joyas que vamos rotando en la exposición fija para difundir el mayor número posible". Eso sí, algunas piezas son inamovibles, como La trilla, de Nicolás Massieu y Matos (1910), el San Andrés, de José de Ribera, cedida por el Museo del Prado en 2012; o las tablas flamencas de Gumart de Amberes del siglo XVII, las joyas de la corona.

En paralelo, el centro construye exposiciones temporales que gravitan alrededor de una temática específica, como el paisaje, la mujer, el retrato o el bodegón, con el fin de desenterrar más pinturas de épocas diversas de sus fondos. Este es el caso, entre otros, de una valiosa colección de bodegones, entre los que destacan el Bodegón con frutas y hortalizas, de Damián Nágera, de 1864, que llegó al museo en un estado muy precario desde la Junta de Incautación y pasó por un proceso de restauración; o Calabazas, de Antonio García (1945). Ambos cuadros vieron la luz por vez primera, después de 50 años, el pasado 2015 en la muestra temporal El bodegón en la colección de la Casa de Colón, que rescató y exhibió estas reliquias.

Sin embargo, la directora de la Casa de Colón, Elena Acosta, baraja la posibilidad de coordinar visitas guiadas a los depósitos a partir del próximo 2017, con el objetivo de descubrir a la ciudadanía "los músculos del museo".

Conservación preventiva

Los músculos de los fondos artísticos se mantienen engrasados gracias a un proceso de conservación "enorme y complejo", que se sustenta en un plan estratégico global de "conservación preventiva". El propio Ramón Gil redactó en 2012 el Plan de conservación preventiva para la red de museos del Cabildo de Gran Canaria, basado en el Plan Nacional de Conservación Preventiva emitido en 2011 que, a su vez, hace referencia al europeo. "En este sentido, fuimos bastante adelantados", afirma.

Los centenares de obras del centro se custodian en hileras de peines numerados y se ordenan esencialmente en función de su tamaño, como un mosaico artístico de distintas generaciones. "El criterio se basa en rentabilizar al máximo la superficie y el espacio, además de rentabilizar económicamente unas instalaciones muy costosas que, por otra parte, se financian con dinero público". Además, cada pieza cuenta con un carnet propio, que gestiona el conservador y que registra movimientos, salidas, estado de conservación y préstamos. "Digamos que ese carnet contiene la vida de las piezas", señala Gil.

El citado plan de conservación preventiva se basa en la actuación continuada en el entorno de las obras para prevenir sus agresiones y evitarlas o, en su defecto, minimizar su impacto, lo cual exige unas estrategias y herramientas concretas y complejas. "La conservación preventiva funciona como la medicina preventiva", explica Gil. "Su objetivo último es evitar la restauración, porque restaurar es intervenir". En el caso de la pintura, el plan establece unas condiciones específicas de iluminación, temperatura, humedad, manipulación y seguridad, toda vez que incorpora un plan de evacuación de las colecciones en caso de incendios. "Este trabajo supone lidiar con muchos frentes abiertos que inciden en el deterioro de las piezas", advierte. "Uno de los factores más lesivos para una obra en papel o madera es la luz: sólo el hecho de exhibirla e iluminarla es exponerla a envejecer y deteriorarse brutalmente".

Puesto que la luz es acumulativa en materiales orgánicos, la ecuación es la siguiente: "Durante ocho horas al día, a 50 lux, que es lo justo para que el ojo sea capaz de distinguir el verde más oscuro, una obra en papel no debería estar expuesta más de un mes y medio al año", expone Gil. "El resto del tiempo, debe resguardarse en unas condiciones muy concretas de climatización, humedad e iluminación porque el papel tiene un alto grado de fragilidad; todo lo que le puede pasar al papel, le pasa".

Para ello, el restaurador observa cómo funcionan los tejidos de los cuadros, uno a uno, para calcular la tensión de las cuñas y bastidores que los soportan. "Las variaciones de temperatura y humedad afectan mucho a las piezas, por lo que deben evitarse los picos bruscos y esperar a que se estabilicen", explica. Por otro lado, "también las maderas son muy difíciles de mantener, porque la pintura es menos flexible que la madera y corre el riesgo de agrietarse". Algunas piezas heredan técnicas anacrónicas de conservación, como la del engatillado, casi en desuso, basada en una estructura móvil que admite que la madera se dilate y contraiga en función de las condiciones ambientales sin lesionar -o lesionando lo menos posible- la obra. Se trata, según Gil, de "una técnica invasiva", pero son estas herramientas las que posibilitan la inmortalidad de las obras de arte. "Se realiza una revisión anual de las piezas pero, al final, las revisas cotidianamente", revela.

El procedimiento es análogo con la colección de grabados de la Casa de Colón, que suma unas 800 estampas de insignias como Goya o Rembrandt, así como de grandes artistas canarios heredadas del Taller de Grabado de la Casa de Colón, que desarrolló su actividad en el centro hasta los años 90. Esta serie de grabados se conservan enfundados en un paspartú o papeles libres de ácido, encolados con pegamentos libres de ácidos.

Nuestro museo

Ramón Gil destaca que "cualquier museo tiene una parte expuesta y otra en la trastienda", pero "no todos alojan un depósito tan amplio como la Casa de Colón". Por esta razón, el centro busca fórmulas para exponer este patrimonio que conforma la historia de Canarias. "La función del museo es investigar, conservar y difundir el patrimonio, pero también que la gente lo vea como suyo", concluye. "Los museos están al servicio de la ciudadanía y le pertenecen porque, al final, el patrimonio es lo que nos identifica y nos hace agarrarnos a algo en concreto".

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