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Música Orquesta Filarmónica de Gran Canaria

Espléndido Herbig, con estreno de Díaz Yerro y la cuarta de Brahms

Günther Herbig (1931), excelente intérprete de los repertorios clásico y romántico, demostró su saber contemporáneo con una lectura cuidadosa, refinada y llena de sentido de los Poemas del mar de Gonzalo Díaz Yerro (1977), compositor, docente en el Conservatorio y miembro de Promuscan que, después de una década de vida y trabajo en Gran Canaria, donde fundó familia, acaba de residenciarse en Viena, ciudad de sus estudios superiores. La pieza, primera escritura de gran formato sinfónico inspirada en Tomás Morales, le fue encargada por la Fundación SGAE-AEOS, (Asociación Española de Orquestas Sinfónicas) y tendrá un largo recorrido en los atriles de todas ellas.

Lo merece. En su estreno absoluto, el pasado viernes, quedó desplegado el velamen de una consumada técnica orquestal y de una imaginación visual que hace paisaje con extraordinaria plasticidad. Sin descriptivismos, el lenguaje ecléctico más actual, que oscila con naturalidad en el eje tonal/atonal, propicia la seducción tímbrica y metaforiza el relato marino entre la pura abstracción (los dos primeros movimientos), la tonalidad de la melodía infinita en violines unísono (tercero), el grandioso estruendo de la Naturaleza (cuarto) y la exquisita ensoñación atonal (quinto).

Admirablemente coloreada en todas las secciones sobre una gran plantilla percusiva en membranas y placas redondeadas por celesta y arpa, con bellísimos solos de flauta y concertino, la imagen poética es omnipresente. Batuta y orquesta bordaron el estreno, muy aplaudido en la sala.

La acertada costumbre de lucir a los solistas de la Filarmónica dio el primer plano al trompetista Ismael Betancor con el Concierto en mi bemol de Haydn. La mayor virtud del joven artista, también doctor y docente, es la calidad del sonido, caluroso y redondo. La pieza, ingeniosa, breve y animada, plantea retos virtuosos muy bien asumidos por el intérprete, aunque la seguridad no haya sido uniforme en todos los casos, quizás por comprensibles problemas de nerviosismo en el salto del tutti al solo. Se ganó, eso sì, una gran ovación.

Cerró programa la Cuarta Sinfonìa de Brahms, capolavoro de Herbig, declamada por todos con la energía y la pasión emitidas desde el podio, sorprendentes en un maestro a punto de cumplir 85 años. Sin decaer en un solo compás, la orquesta devolvió al director una respuesta densa, empastada y entusiasta, bien respirada y justamente balanceada entre el poder sonoro, la precisión del ritmo y el lirismo. Impresionantes las treinta y una variaciones del allegro final, catálogo de riquezas de una auténtica obra maestra. Sería una versión antológica si el fortísimo en los agudos de violines no sonase a veces rasposo, como atacado por arcos sin resina.

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