La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Después de Dylan, Snoopy

Los dos pensadores contemporáneos indispensables son Bob Dylan y Snoopy. La Academia Sueca ha reparado la injusticia con el más urgente de ambos por imperativo biológico, la inmortalidad del sabueso permite premiarlo cualquier siglo de estos. La tasa de reposición intelectual garantiza que el acceso del cantante al Nobel coincida con el fallecimiento de otro bufón incomparable, Dario Fo. La autobiografía en mil canciones del judío de Minnesota le reserva el papel de frágil arlequín, un pordiosero juguetón sentado a la mesa de reyes y papas para derramarles el vino sobre los mantos de armiño. Y frente al distanciamiento quirúrgico de la literatura, Fo y Dylan se enfrentan al público cara a cara, sin anestesia.

Dylan es una religión cuyo profeta se sometió voluntario a la ejecución en la guitarra eléctrica, con tal de librarse de la engorrosa adoración de los fieles que lo confundían con el Che. Se lo explicó en una canción A Ramona, mientras la alejaba de su lado "porque desde el fondo de mi corazón, sé que no puedo ayudarte". Desde Oxford, el catedrático Christopher Ricks fue el primero en escribir un libro que dedicaba páginas a cada verso del cantante. Un análisis en profundidad demuestra que hasta sus líneas más recónditas están extraídas de fuentes bíblicas o magisteriales. Cumple así con el dictamen de que la única literatura de mérito se abona al plagio. El Nobel plantea el problema logístico de que no hay una escritura unívoca de los poemas dylanianos. Nunca ha cantado la misma canción, la versión cambia a cada concierto.

Ningún científico domina su disciplina con el fervor riguroso de un dylanólogo. El mejor que conocí fue Carlos Fuentes Lemus, el hijo del escritor mexicano que no hablaba del concierto en Londres al que había asistido, sino de los conciertos de Londres etiquetados por años. El hoy Nobel es como el ajedrez, no deja tiempo para vivir, ni siquiera para deshabituarse. Por supuesto, nunca creas a un fanático de Dylan que elogia sin tasa al cantante literario. Solo la blasfemia contra el artista divino acredita la pasión por su obra. Por no hablar de los herejes que consideramos a Desire su mejor álbum desde los sesenta, y que Self-Portrait dista de ser una burla digna de Bertín Osborne.

Dylan escribió libros, sobre todo la Tarantula psicodélica donde reserva una mención al Generalitísimo Franco. Si quiere resumir al nuevo Nobel en una canción, no acuda a la paradigmática Like a rolling stone, sino a la enigmática Desolation Row, donde habla de otro premiado sueco. "Einstein disfrazado de Robin Hood, con sus memorias en un baúl, pasó por aquí hace un rato con su amigo, un monje celoso". En los últimos tiempos, Leonard Cohen casi iguala a Dylan en el pabellón de los desolados. Sin embargo, no olviden que el canadiense empezó a cantar porque vio que el estadounidense se atrevía a hacerlo. Y que, desde su honradez inamovible, Cohen diagnosticó que "Dylan es Picasso". Dylan es Cassius Clay. Dylan es Einstein. Dylan es inaprensible.

Cada etapa de la vida necesita una canción distinta de Dylan, sin desbordar su menú inacabable. Estos días tarareo la levedad mozartiana de I want you, donde vuelve a ser el enclenque enigmático que humilla al matón que vuelve a robarle la chica, "y lo hice porque mintió, y porque te llevó a dar una vuelta, y porque el tiempo está de su parte, y porque yo..., yo te quiero". En efecto, el Nobel no está en la letra, tienes que escucharlo en labios del 'Napoleón en harapos' para concederle un premio. Y recuerda que, si el proverbial autobús hubiera arrollado a Dylan en 1967, su obra previa a esa fecha merecería igualmente un Nobel. (A propósito, no lea jamás un artículo de Dylan en que su autor ha efectuado una consulta antes de escribirlo.)

Compartir el artículo

stats