Antes de que el reguetón se convirtiera en una plaga que afectara a todo el país, Canarias funcionó como plataforma para la mayoría de los músicos de América Latina que aspiraban a triunfar en España. Si el producto cuajaba primero en las Islas, las disqueras se atrevían a dar el salto a la Península. Así funcionó el negocio durante varias décadas. Y Juan Luis Guerra es un buen ejemplo de ese modelo.

A finales de los 80, en las radios del Archipiélago, una canción de un artista desconocido se convirtió en un éxito en cuestión de semanas: el título del tema era Ojalá que llueva café y el músico que firmaba la composición era Guerra.

Conquistado el mercado canario, con varios recitales en Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife, la música del dominicano llegó a la Península, donde se presentó con un nuevo disco debajo del brazo: Bachata rosa, que se convirtió en un pelotazo.