El historiador canario Matías Díaz Padrón desveló el pasado jueves en el Club LA PROVINCIA su inquietud por el paradero de un pequeño cuadro que representa el episodio bíblico de Judith decapitando a Holofernes, que tenía en su revés el nombre de Goya junto a la identidad de la persona que lo había adquirido, Juan del Castillo Westerling (Las Palmas de G. C 1813-1900) hermano del que fuese conde de la Vega Grande desde 1870 a 1901. En el contexto de su conferencia La aventura de la investigación, el autor del monumental libro Van Dyck en España se refirió por primera vez en público a esta pintura, de la que conserva una foto de hace unos sesenta años [reproducida en esta página], fecha en la que pudo ver el cuadro, entre otros de la colección del Condado de la Vega Grande.

El conservador jefe jubilado del Pintura Flamenca del Museo del Prado reservó para el final de su conferencia, presentada por el arquitecto José Luis Gago Vaquero, el enigma del posible Goya. Tras hacer un recorrido minucioso por los aspecto menos conocidos de hallazgos de Rubens, Van Balen, Van Dyck, Willen Key y Ribera, entre otros, abordó su descubrimiento de la serie de Santos y Santas fundadores de Murillo, localizada en la colección del Condado de la Vega Grande. En 1961, relató, tuvo conocimiento de una cita manuscrita de Agustín Millares en el siglo XIX, "a propósito de un lote de lienzos murillescos de tamaño natural en la ermita de Juan Grande, tierras que eran propiedad de los condes".

El texto le sirvió para tirar del hilo, y también para darse de bruces con la imagen de Judith decapitando a Holofernes. Lleno de la curiosidad insaciable de la juventud, Matías Díaz Padrón pidió a un amigo con vehículo que lo trasladase hasta el territorio del Sur de Gran Canaria, atravesado por una carretera polvorienta y con muy poca vida humana. Las pesquisas en la ermita no dieron el fruto deseado. Sólo pudieron certificar unas ruinas y la ausencia plena de los Murillos bajo una techo desplomado. Tampoco existían documentos sobre el paradero de la serie del famoso artista andaluz.

La voz emocionada del investigador reclama paciencia ante la demanda de datos urgentes sobre el posible Goya. La expedición, que no se da por vencida, se dirige hacia el barrio de Vegueta y toca en la puerta del palacete del conde, al que le informan de su frustración por el fracaso de la pesquisa. De pronto, una luz: otra casona vieja cerrada a cal y canto, utilizada como una especie de trastero, en la que al parecer hay almacenados enseres de la familia. "En un extremo del segundo patio interior, entre muebles y ornamentos variados y en abandono, encontré envueltos varios lienzos con figuras de tamaño natural que sin duda eran aquellos desmontados de la ermita de Maspalomas", escribía el investigador en 2005.

Nada menos que cuarenta años tarda en dar publicidad al hallazgo. Una dilatación en el tiempo causada, sobre todo, por la desatención que sufren los descubrimientos de los recién llegados en el mundo de egos de la investigación artística. La otra causa fue una tesis doctoral en la que Matías Díaz Padrón se había volcado. Y de la misma manera que los Murillos tardaron en salir afuera, otro tanto -más de 50 años- ha tardado el historiador en desvelar que más había visto en el caserón venido a menos del barrio de Vegueta.

Y ahora sí. Entre las telarañas, la polilla y el polvo también habitaba el aliento de otra obra que le llamó la atención, la referida a Judith aplicando su justicia particular. Su compañero de expedición llevaba una cámara fotográfica: obtuvo instantáneas de los Murillos. Hizo lo mismo con la pequeña obra firmada por Goya, afirma Matías Díaz Padrón, y la imagen pasó a situación de reposo. "Nunca he querido hablar de esto, pero me gustaría decirlo en esta conferencia", destacaba el pasado jueves en el Club LA PROVINCIA.

Del desván de la Historia (o del historiador) llegaba a la pantalla el cuadro, mejor dicho: la única realidad que existe del mismo, una fotografía obtenida con una técnica muy rudimentaria que da como resultado una calidad declinante, a la que se une el mal estado de conservación de la obra. El olfato pulido en miles de guerras del autentificador que teme la liebre por conejo se plantea retos, superar límites que lo rejuvenecen, que lo lleva hasta materias primas ignotas. Y en este asunto no podía ser menos: Matías Díaz Padrón volvió a la pieza y su sorpresa fue mayúscula. Había desaparecido al igual que dos Murillos de la famosa serie. ¿Cómo? Nadie lo sabe. Quizás en una obra, en el trasiego de una casa a otra, en la renovación de una estancia... "Ojalá no!", exclama el investigador. Es el sueño de encontrarla algún día, de poder mirar el detalle, de confirmar la hipótesis apuntada, la esperanza de que alguien la reconozca en la oscuridad de sus perfiles... Un posible Goya colgado en un pasillo, sin que nadie le haga caso, sin que nadie haya reparado en su sustancia. Antes que una destrucción, entre todos los desastres, el deseo es que se encuentre pacíficamente acoplado a una pared o en un cuarto de trastos. Al respecto, nada se ha podido confirmar.

La foto es la única pista, y quizás los papeles de un antepasado: Juan del Castillo Westerling, hermano de Fernando, uno de los que fuese conde de la Vega Grande, que pudo reseñar en sus documentos la compra del posible Goya, y que se empleó a fondo en crear una colección de arte con obras de creadores como el pintor barroco Lucas Giordano. Díaz Padrón conecta el posible Goya con Juan del Castillo, que adquirió sus conocimientos como pintor en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y que recorrió la Europa de su época para hacerse con una visión ilustrada del mundo. Fue discípulo de Federico Madrazo, todo un factotum del arte nacional como director del Museo del Prado y pintor predilecto de Isabel II -su padre lo había sido ya de Fernando VII- .

El investigador resalta que la familia Del Castillo le ha dado todas las facilidades necesarias para indagar sobre el paradero de este cuadro que le llamó la atención hace unos sesenta años, así como para abundar en la desaparición de dos de los Murillos de la serie que estuvo colgada en la ermita de Maspalomas. Considera de sumo interés, enlazado con lo anterior, abordar el estudio de Juan del Castillo Westerling, como miembro de una aristocracia canaria conectada con Europa que, dado su peculio, se permite la compra de arte con criterio, es decir, un coleccionismo acorde con la posición social que detentaban.

La luz del proyector se apaga. Se oyen rumores en la sala sobre el posible Goya. Ha sido una de las cargas de profundidad de Matías Díaz Padrón. Lleva mucho tiempo guardada en su archivo, a la espera del momento. Los plazos en su campo de investigación no corren contra el tiempo, más bien juegan con él, se enredan caprichosamente... Puede ser que un día cualquiera de un año de una década de un siglo se establezca que fue Francisco de Goya el que pintó el cuadro de Judith. El arte no suele morir, al menos que se destruya.