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Teatro

El largo adiós

De izquierda a derecha: Luífer Rodríguez, Marta viera, Nati Vera y Mari Carmen Sánchez, durante un momento de la representación en el Cuyás. LA PROVINCIA / DLP

La enfermedad suele ser uno de los principales temas de la tragedia desde que este género fuese creado en la antigua Grecia. Por aquel entonces era considerada un castigo enviado por los dioses, y por mucho que hayan cambiado las cosas, cuando los humanos se encuentran ante una desdicha inexplicable siguen actuando como si una maldición divina les hubiera alcanzado desde lo alto.

Tal es el caso de Siempre Alice, que gira alrededor de una forma de alzheimer poco habitual, porque las novelas, obras teatrales o películas que han tratado esta enfermedad mental progresiva lo han hecho casi exclusivamente a través de personajes seniles.

Sin embargo, en esta obra teatral vemos que la turbadora dureza de esa patología cobra proporciones de un castigo divino cuando afecta a quienes todavía no han alcanzado la vejez, y eso es lo más destacable del argumento, que el caso que describe es enormemente raro.

Partiendo de esa premisa, la descripción del desarrollo de una enfermedad que ha llegado a conocerse popularmente como "el largo adiós", se convierte en un acto de despedida perpetua por parte de los familiares de la afectada, que actúan como si estuvieran separándose interminablemente de ella, a medida que su patología va mermando paulatinamente sus capacidades cognitivas.

De este modo, la tragedia cobra proporciones elegíacas en una obra en la que cinco actores tejen una urdimbre espantosamente dramática por su naturaleza kafkiana, porque como Josef K. en una novela inacabada del enigmático escritor praguense, la protagonista se adentra en una pesadilla en la que trata inútilmente de defenderse de algo cuya naturaleza nunca llega a conocer.

La mayor parte de la implacable contundencia de esta obra es resultado de la apropiada dirección de Víctor Formoso, que ha conseguido componer un retrato familiar que se entremezcla con un lamento fúnebre, todo en un solo acto en el que los espacios del salón de una casa y la consulta de una doctora se entremezclan, hasta el punto que las hijas de la protagonista cubren con un mantel la mesa alrededor de la cual la paciente y el médico intercambian la información más descorazonadora.

A ello contribuyen excelentemente la música y la iluminación que crean atmósferas cargadas de sensibilidad y/o siniestras, en las que los actores tratan inútilmente de seguir viviendo sus vidas con cierta normalidad, mostrando escenas patéticas.

Mari Carmen Sánchez protagoniza magistralmente esta obra manteniendo un duelo interpretativo con un convincente Luifer Rodríguez, que trata de guardar la serenidad ante el progresivo derrumbamiento de su esposa.

A ellos se unen en papeles algo menores Blanca Rodríguez, Marta Viera y Nati Vera, que componen tres personajes totalmente diferentes, la primera como la doctora que intenta conservar su aplomo ante un drama cuyo terrible desenlace conoce de antemano y las otras como sus dos brillantes hijas, de las cuales una manifestará su enfermedad, que como las maldiciones bíblicas es hereditaria.

Lo más destacable, sin embargo, es que Víctor Formoso no ha defraudado las expectativas que teníamos depositados en este título los que habíamos visto sus anteriores propuestas, Fedra y Lo que no se dice y esperábamos que en este salto cualitativo estuviera a la altura del reto de hacer frente a un tema actual en un formato más comercial.

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