El historiador y periodista grancanario Jorge Alberto Liria presentó el pasado martes, en el Club LA PROVINCIA, su último libro, Emigración de pintores y escultores canarios a Venezuela, fruto de un proceso investigador que arrancó hace casi tres décadas. Los protagonistas fueron nombres como los de Tony Gallardo, Raúl Tabares, Domingo Gutiérrez, Eduardo Gregorio, Juan Jaén Díaz, Juan Ismael, o entre otros, Francisco Borges Salas, en una aproximación y análisis de su obra planteada, por primera vez, como conjunto y con el nexo de unión que representa el país americano. "Se había tratado cada uno por separado, pero nunca como un capítulo propio en la historia del arte canario", señaló Liria.

La gestación de este proyecto documental, su génesis y el grupo duro de la obra, se presentó en el VII Congreso Internacional de Historia de América, celebrado en Zaragoza en el año 1996, bajo el título La otra emigración: Escultores y pintores canarios en Venezuela. Desde entonces, ha culminado la complementariedad del estudio, tras un proceso de maduración, hasta ver la versión final, que ha publicado Mercurio Editorial.

El proceso investigador ha sido minucioso con el estudio y seguimiento de una veintena de artistas, así como los elementos analíticos que explican los movimientos migratorios en Canarias desde el siglo XVIII. El punto de partida nace del rechazo hacia la reflexión imperante que describe el conjunto de la emigración canaria, sobre todo la que fue a Venezuela, como mano de obra poco o nada cualificada. "En cierto modo lo fue, ya que una gran parte se cualifica en Venezuela, a diferencia de la emigración cubana que siempre tuvo una intelectualidad, con representación en las élites locales. Sin embargo tenía referencias de artistas como Juan Ismael, Tony Gallardo y otros que estuvieron en Venezuela. Así que empecé a indagar y a conocer una mayor presencia de artistas canarios a partir del siglo XVIII, desde el ejemplo de militares que fueron a su vez escultores, orfebres y grabadores".

"La mayoría fue a buscarse los garbanzos", apunta Liria, que asegura que tras una primera ola de aristas ocasionales, se produce un descenso en el siglo XIX. "La mayor presencia se dio en el XX, entre las décadas de 40, 50, 60, con una notable nómina de artistas. Llegué a la conclusión de que si no son importantes cuantitativamente sí que lo son en lo cualitativo. Pero no podemos pretender que en cantidad sean importante cuando tampoco lo son entre la población canaria. Y creo que, por lo que he visto, acabaron por tener una notoriedad y llegaron a ha participar en colectivas nacionales en Venezuela, cuando no pudieron hacerlo en España. Ahí sí tuvieron esa oportunidad".

Los protagonistas no comparte una estética común. Sí un perfil similar: el de artistas maduros, con una trayectoria larga, que repiten algunas pautas creativas. Sus estilos no sufrieron transformaciones y permanecen ajenos a las vanguardias venezolanas favorecidas por el régimen de aquel país

Y este tipo de artista tuvo una impronta entre la población canaria inmigrante en Venezuela. Se impone entre estos el encargo de obras con referencias paisajísticas del Archipiélago, sobre todo entre acuarelistas, para combatir la nostalgia de la tierra. También predomina los motivos de tipo religiosos. Algunos fueron poco prolíficos y casi invisibles. El teldense José Arencibia, por ejemplo, llegó a Venezuela tras la Guerra Civil española pero no se tuvo noticia de su actividad artística hasta hace relativamente poco. Hasta ese descubrimiento se le tenía como un migrante más de carácter político que pintor. El grancanario Tony Gallardo trabajó varios años, tras su llegada a Caracas, en distintos oficios. Después se trasladó a Maracaibo que fue donde contactó con el Partido Comunista venezolano y donde procede su pertenencia. Además, se dedicó a la enseñanza, un rasgo compartido.

Casi todos los artistas se relacionan con el circulo artístico venezolano, mientras tiene que desarrollarse en otras labores profesionales. En el año 1967 se organizó una colectiva de artistas canarios en Venezuela, en Caracas. Esto significa que había material y artistas suficientes y que estos no estaban desperdigados. Se conocían todos.

Su estilo dentro de las artes plásticas, según apunta Liria, no varía con el cambio geográfico, aunque se integra dentro del arte venezolano del momento y que el autor recoge en una cronología propia. El periodista e historiador aclara que en este periodo de la historia del siglo XX, Venezuela era un país de enorme pujanza, libertades y crecimiento, a la altura de lo que representó Buenos Aires a principios de siglo y "muy por encima de España en lo económico". Muchos, como José González, Tony Gallardo o Juan Ismael, procedían en la Escuela Luján Pérez y pese al desplazamiento siguen formando parte del mismo.

Muchos, de manera individual, obtuvieron un importante reconocimiento en el país sudamericano. Uno de ellos fue Juan Jaén Díaz, discípulo de Eduardo Gregorio López, y que falleció en Caracas en 2008 a los 99 años. Este escultor obtuvo el máximo reconocimiento artístico en Venezuela. En aquella época, acogían muchas bienales y concurso artísticas y los canarios recibieron numerosos premios. Estos no se limitaron a Venezuela, ya que tras su éxito pudieron participar en muestras que se realizaron en Estados Unidos y otros países americanos. Pero en estas bienales se les presentaba como artistas residentes en Venezuela.

Jorge Alberto Liria concluye que "parece evidente que los artistas canarios que emigraron aportaron a la hora de enriquecer el arte de Venezuela, y que en aquella época de los 50, 60 y 70, recibía artistas e influencias de todo el mundo, como también este país les aportó mucho". Por último, Liria defiende que los artistas emigrados se merecen un capítulo aparte dentro del estudio del arte canario.