La Provincia - Diario de Las Palmas

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"Las contradicciones hacen humanos a los personajes"

"Lo que me interesaba no era tanto resolver un misterio, sino ahondar en las distintas motivaciones", destaca el escritor Carlos Ortega Vilas

El escritor grancanario Carlos Ortega Vilas. QUIQUE CURBELO

¿Cómo fue el proceso creativo de imbricar las distintas tramas y voces de El santo al cielo hasta completar el puzle?

El germen del libro surgió en un taller de novela negra en Salamanca, en el que creé a la pareja de detectives que protagoniza El santo al cielo. La propuesta de ejercicio consistía en resolver un crimen que ocurría en una habitación aparentemente cerrada, en la que no había entrado nadie, pero en la que se había producido un asesinato que había que resolver. Más adelante, volví a esos personajes y empecé a tirar del hilo, pero lo que me interesaba no era tanto resolver el misterio, como ahondar en las motivaciones de cada personaje. Entonces, desde el principio tuve clara la estructura: no buscaba un narrador en primera persona, sino que quise mostrar a los personajes a través del diálogo. Y sabía que hacía una apuesta arriesgada al priorizar mucho el diálogo, por la extensión final de la novela, aunque los diálogos no son extensos ni intrincados, porque quise que cada situación fuera lo más realista, coherente y verosímil posible, dosificando bien la información y evitando las pistas falsas al lector.

¿Por qué le interesa ahondar en los claroscuros y contradicciones de los personajes?

Siempre tengo como referentes en mi escritura a autores que muestran esos claroscuros en los personajes, además de muchas referencias cinematográficas, porque soy muy visual a la hora de escribir. Por eso, el diálogo me parece la opción idónea para mostrar a los personajes en acción, que se expliquen a sí mismos y que su voz se vaya construyendo a medida que transcurre la trama. Por tanto, apenas incluyo descripciones físicas de los personajes, sólo detalles, porque me interesa más mostrar la vida interior: qué es lo que les mueve, qué es lo que esconden, porque cada uno es un superviviente de algo y eso va aflorando de forma natural. Me interesa mucho la naturalidad a la hora de contar, introducir el contrapunto de la ironía y dejar que hablen los personajes. En este sentido, las subtramas eran necesarias para ir desarrollando a los personajes y, tanto en los tres protagonistas como en los secundarios, busqué que cada uno tuviera un peso específico y determinante dentro de la historia, aunque aparecieran de forma breve.

El tándem de Aldo Monteiro y Julio Mataró parece rendir homenaje a las parejas del noir clásico, pero ¿quiso huir de ciertos clichés en su construcción?

Sí, en ese sentido, intenté huir de esas parejas de detectives clásicas más conocidas. Los dos protagonistas son peculiares, como es el caso del inspector Aldo Monteiro, por ejemplo, que tiene su lado oscuro, porque tiene su secreto, pero es un tipo educado, que no tiene problemas con alcohol, ni fuma, ni dice tacos, que son algunos de los clichés o estereotipos adscritos a este género. Pero también tiene sus obsesiones y contradicciones, como su debilidad por los santos, que utiliza para ilustrar situaciones que aparecen en la novela, mientras que, al mismo tiempo, es ateo. Por eso, trabajé mucho esos engranajes, porque uno siempre arranca de lo contradictorio para construir un personaje verosímil, porque las contradicciones siempre son lo más humano. Luego, Silvia Manzanares, la otra protagonista, fue un personaje que disfruté al crear y desarrollar, porque quise darle ese papel de antiheroína que lleva gran parte del peso de la historia, y que era una de las historias que más me interesaba contar.

¿Por qué escoge la novela negra o policíaca como vehículo para enmarcar sus historias?

Lo que me interesaba más bien era contar una historia de suspense o un thriller y, a partir de ahí, seguir a los personajes. Cuando terminé de escribirla, tuve muchas dudas al respecto del género. Supongo que podría considerarse novela negra porque arranca con una trama de investigación criminal, y en que deja entrever un trasfondo social, como la corrupción del poder, pero que siempre está en función de los personajes. Al fin y al cabo, el germen surgió en un taller de novela negra, pero siempre evité incluir a toda costa algo que no tuviese relación directa con lo que les ocurría a los personajes. Una de mis autoras de referencia fue Patricia Highsmith, no porque escribiese pensando en ella, sino porque es de las lecturas que más me influyeron a la hora de cómo contar algo. Otra escritora que me encanta es Daphne du Maurier, una maestra del suspense que se está reeditando, por fin, después de que Hitchcock dirigiese tantas versiones de sus títulos. Pero mi estilo tal vez se aproxime al de los autores del realismo sucio, como Raymond Carver, que cuenta cosas sin contar demasiado, aunque en mí están siempre todas mis lecturas de referencia, como las de Carson McCullers o Jane Bowles, y tantas, tantas más.

¿Cómo trabó contacto con la editorial Dos Bigotes?

Después de cuatro años de escritura, la novela estuvo rondando por varias editoriales, porque yo partía con dos handicaps: para las editoriales independientes era una novela muy larga, por lo que resultaba muy cara la edición, y para las editoriales grandes el problema es que era un desconocido. Entonces, la dejé en la recámara hasta que, años después, apareció la editorial independiente Dos Bigotes. Yo los había descubierto con El armario de acero, una antología de autores rusos, y me atrajo mucho el diseño, la selección de autores y, en general, la filosofía de la editorial. Así que fue como un flechazo y les envíe las 100 primeras páginas de la novela para ver si encajaba con su línea editorial. Tuve la suerte de que, a los pocos meses, firmamos el contrato de edición.

¿Cómo afrontó el proceso de poda y depuración en una primera novela tan larga?

Cuando Alberto y Gonzalo, mis editores, se metieron con el proceso de edición vieron que era una novela larguísima, ¡entonces tenía más de 600 páginas! Pero ellos tiraron la casa por la ventana al apostar con tanta fuerza por la novela, que no sabíamos si iba a funcionar. Incluso cambiaron el formato del libro para que su lectura fuera más cómoda e iniciamos el trabajo de revisión y de síntesis, capítulo por capítulo, el verano pasado. Creo que, entre julio y octubre, estuve trabajando en la novela una media de 16 o 18 horas, sin levantarme del asiento. Fue un trabajo muy, muy intenso, pero muy bonito, en el sentido de trabajar con editores que hacen un verdadero trabajo de edición, lo cual ya no es tan frecuente. Para mí fue una experiencia increíble, porque me implicaron mucho en ese proceso y fue trabajar mano a mano con ellos.

¿Se imaginaba la acogida tan positiva que ha tenido la novela?

La verdad es que me ha sorprendido muchísimo. Me alegro inmensamente, pero todavía no lo he terminado de digerir. La semana pasada presentamos la novela en Madrid, con Lorenzo Silva, y fue una experiencia estupenda. Pero, sobre todo, la acogida de los lectores y, en especial, de aquellos que están más familiarizados con el género, ha sido una satisfacción enorme, porque parece que al final sí funciona dentro de la novela negra y que, además, gusta.

¿Tal vez se encuentra entre sus planes darle continuidad?

Cuando terminé El santo al cielo, enseguida apareció la idea de una segunda novela, sobre la que ya tengo escrito el argumento. Pero he necesitado distanciarme de esta novela, que aún está en caliente, porque el proceso de escritura fue bastante duro, sobre todo, en los últimos tres meses, así que me lo plantearía en un futuro, tal vez cuando pase toda esta vorágine.

¿Cuál fue su mayor reto a la hora de escribir esta novela?

En una novela te involucras tanto en la ficción que luego cuesta salir. Lo comentaba con un antiguo profesor de escritura, que da clases de cine en Madrid, que en la construcción de personajes hice un poco un trabajo actoral, en el sentido de que me metía en la piel de cada uno y actuaba a través de ellos. Y luego, claro, me costaba volver a salir. En ese sentido, admiro a esos escritores que pueden escribir a partir de un horario, porque, en mi caso, la mayor dificultad que encuentro en la novela es salir y volver entrar en la ficción. El relato, en ese sentido, te permite otra distancia.

Con varias antologías de relato a sus espaldas y la coordinación de los talleres de escritura de Fuentetaja en Las Palmas, siempre se ha movido cerca del mundo literario. ¿Cómo surgió esta pulsión por la escritura?

Creo que, más que escribir, fue una necesidad de contar. Y supongo que me viene de una infancia solitaria, en la que uno se aísla y termina buscando una vía de escape, que es como una habitación cerrada dentro de uno, de la que sólo tú tienes la llave. Entonces, te encierras ahí y creas una ficción sobre cómo te gustaría que fuera la vida. Y, claro, descubres la lectura enseguida, porque gracias a Dios que existen los libros, que te abren un mundo increíble dentro de ti mismo. Y en ese momento en que descubres ese lugar interior al que se dirige la lectura, donde te cuentas a ti mismo una ficción, surge lo que con el tiempo se convierte en una necesidad de escribir, que en principio es una necesidad de actuar. Entre esa habitación cerrada y el mundo exterior, creas una ficción que necesitas expresar, y lo haces a través de la escritura.

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