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Literatura 'Los milagros prohibidos'

"Los alzados de La Palma fueron los primeros maquis del país"

"Los milagros prohibidos´ surgió de la perplejidad ante la lectura de algunos libros de historia", reconoce el autor, Alexis Ravelo

El escritor grancanario Alexis Ravelo. JOSÉ CARLOS GUERRA

Alexis Ravelo regresa a las librerías con uno de los episodios más desconocidos de la Guerra Civil española: la Semana Roja de La Palma. Después de saltar de las sagas noir al género fantástico, ¿qué motiva este giro a la novela histórica?

Los milagros prohibidos es una espinita que tenía clavada desde hace tiempo, porque yo sentía que tenía que escribir esta novela. Además, mientras la estaba escribiendo, estaban pasando cosas a nivel social y político en este país, que están pasando ahora mismo -en España en general y, en Canarias, en particular-, que me llevaban a este ejercicio de memoria histórica. Así concebía Walter Scott sus primeras novelas históricas, como un vehículo para hablar del presente a través de la historia. Y todo eso se fue colando en la novela, que ha supuesto cuatro años de documentación, dos años escribiéndola y hasta tres versiones distintas. Pero más que histórica, Los milagros prohibidos es una novela de acción. En realidad, lo que estoy haciendo es volver poco a poco a la novela negra (risas), que es el vehículo que me sirve para tratar otros problemas contemporáneos.

¿Cómo equilibra en Los milagros prohibidos la trama de ficción con el rigor histórico y la reivindicación de la memoria?

La reivindicación de la memoria histórica estaba desde el comienzo de Los milagros prohibidos. Siempre me interesó la posibilidad de contar una historia sobre la Guerra Civil en Canarias, porque aquí ocurrieron muchas cosas, así que mi planteamiento inicial fue escribir una novela histórica en torno a los alzados de la Semana Roja de La Palma. Pero en ese proceso me fui dando cuenta de que esta era una historia de personas y que al lector, en realidad, lo que le mueve es identificarse con otro ser humano. Entonces, pensé que haría mucho más universal esta historia si trazaba un triángulo amoroso, con dos rivales y una persecución, y que, a partir de ese tronco común, se enmarcase toda la contextualización histórica, de manera que se relatan los sucesos históricos, pero sin perder la parte novelística. Y así fui construyendo esta historia itinerante en los paisajes de La Palma, que, en realidad, sigue el camino que hace Agustín Santos a través del miedo.

¿Por qué quiso reivindicar la Semana Roja de La Palma?

Esta historia surgió de la perplejidad ante la lectura de algunos libros de historia, porque cuando lees a cualquier historiador, como Gabriel Jackson, parece que en Canarias no sucedió nada. De hecho, en uno de sus libros, Jackson cuenta que el Dragon Rapide llegó a Tenerife, recogió a Franco y lo llevó hasta África. Y punto. ¿Y no hubo entierro del General Balmes, no hubo Dragon Rapide esperando en Gran Canaria? Fíjate hasta qué punto se nos ha metido eso en la cabeza, que muchísimas personas me han llegado a decir: ¡Si hasta en Canarias, que no hubo Guerra Civil, pasaron cosas! Pero es que sí hubo Guerra Civil, con episodios de represión y de torturas, pero la Semana Roja de La Palma fue un episodio absolutamente singular: los alzados, sin pegar un solo tiro, lograron mantener a la isla fiel al Gobierno de la Segunda República durante una semana y, por evitar una confrontación, se tiraron a los montes y permanecieron ahí durante meses e, incluso, años. Me parecía que era una historia extraordinaria que había que contar. Además, no se trataba de contarla sólo en Canarias, sino que había que contarla fuera: los alzados de La Palma fueron los primeros maquis del país. Recuerdo que, cuando era adolescente y empecé a leer sobre la Guerra Civil, di con Luna de lobos, de Julio Llamazares, que contaba aquella historia tan frustrante y dramática sobre los combatientes republicanos en los Montes de León y la zona de Asturias. Pues esa historia comienza en 1937. Nosotros, en Canarias, teníamos a nuestra gente escondiéndose en los montes desde el 25 de julio de 1936. Y eso había que contarlo. Y reivindicarlo.

Los bandos de la Guerra Civil aparecen representados en los protagonistas, Floro el Hurón y Agustín Santos, como los rostros de las dos Españas. Pero detrás de esta alegoría, ¿fue cada uno víctima de sus circunstancias?

Fíjate, para mí, Agustín Santos no sólo es un señor de izquierdas: es un señor burgués de izquierdas. Él representa a esa clase intelectual progresista que entiende que el camino de la izquierda es mucho mejor para todos, así que se apunta a ello y se viene a Canarias en las misiones educativas, se enamora en La Palma y descubre a la izquierda de verdad junto a José Miguel Pérez, un personaje que sí que existió. Y Floro, por otra parte, también representa a algo que ocurrió con mucha frecuencia a los tipos de clase baja, muy ignorantes, que querían salir adelante medrando como pudieran y que, en la mayoría de los casos, terminó en Falange. Y esto fue así. Cuando hablamos de los derechistas, siempre pensamos que se trataba de los caciques y los burgueses, los poderosos, que fueron los cabecillas, pero los que hacían el trabajo sucio siempre eran los obreros de la clase baja. Y eso, en el contexto de una sociedad desigual, es interesante, porque también los convierte en víctimas, pese a ser verdugos.

¿En algún momento siente compasión por el personaje de Floro?

Ante las circunstancias del personaje de Floro me acuerdo de las palabras de Raúl Argemí, un escritor argentino al que quiero mucho y que pasó 10 años en prisión en la época de la Junta Cívico-Militar, donde fue torturado. Me llamó mucho la atención un artículo que escribió en el que hablaba de que los hijos de los torturadores eran tan víctimas como los hijos de los torturados, porque cuando ocurre una represión tan dramática en el seno de una sociedad, con situaciones de opresión y violación sistemática de los derechos humanos, donde todo viene auspiciado desde arriba, los verdugos, los que ejercen la tortura, fusilan y llevan a cabo las ejecuciones extrajudiciales, en el fondo, también son víctimas de esas situaciones.

¿En qué medida representa La Palma un símbolo del conflicto que arrasó todo el país?

La historia de La Palma funciona como un microcosmos que explica el drama general que sucedió en todo el país. Además, el caso de La Palma, como el de cualquier isla, que está muy alejada de la metrópoli, es muy particular, porque influyen mucho la incomunicación y el aislamiento. Por un lado, tienes a tus vecinos más cerca de lo habitual y, prácticamente, todos los que forman parte de esa confrontación en La Palma se conocen personalmente. Incluso, hay lazos consanguíneos. Por ejemplo, yo me enteré de que el comandante militar del cuartel, Baltasar Gómez, había casado con una palmera, que era familiar de un señor masón que venía a ser concuñado del delegado del Gobierno. ¿Entiendes lo que digo? Ahí pasaban esas cosas. Por otro lado, me interesaba también esa noción de aislamiento, porque, al fin y al cabo, es en una isla. Por ejemplo, los alzados que estaban en León, caminandito caminandito, se llegaban hasta Los Pirineos. Pero en La Palma no había manera, salvo que consiguieras un barco. Y hubo quienes lo consiguieron y protagonizaron hazañas espectaculares, pero la mayoría se vio atrapada en los montes de la Isla, como les sucede en esta historia a Agustín Santos o Juan el Malhablao.

¿Cómo se adentró en la piel de un maqui?

Lo que más define la situación del maqui es cómo funciona el tiempo, porque el partisano, cuando está en el monte, no tiene tiempo, no sabe qué fecha es. Y en esa ausencia de tiempo, esas personas se van embruteciendo y sus fronteras morales se van diluyendo, y ese fue un tema que me interesó mucho retratar en la novela.

Una vez más, como en sus novelas negras, explora esas luces y sombras de cada personaje, incluso de los más atroces.

Claro, a mí me interesaba ver todos los puntos de vista, porque en mis novelas, incluso el más villano de los villanos para mí es un ser humano, al que intento entender y conocer sus motivaciones. Pero, en esta historia, además, tuve un trabajo gordo a nivel personal, porque tuve que meterme en la piel no sólo de un fascista, sino de un Guardia Civil, que, de repente, se plantaba en este escenario, pero no era especialmente de izquierdas ni de derechas, sino que era Guardia Civil. En definitiva, mi interés era explorar cómo reacciona cada uno ante una situación así. Imagínate que ahora, de repente, alguien dé un Golpe de Estado en España, que es una cosa poco factible porque, en realidad, ya está dado desde la economía (Risas). Pero imagínate que pasa: tocaría posicionarse, y eso diría mucho de quién eres tú. Por lo tanto, en esta historia, me interesaba ver qué le pasa a unos seres humanos cuando, de repente, se ven metidos en un conflicto de este tipo, en el que siempre sale lo mejor y lo peor de cada uno.

Sin embargo, la novela da voz a los distintos relatos y posicionamientos que se forjaron en torno al conflicto, incluso dentro de la propia izquierda.

Claro, a mí me interesaba evitar el típico maniqueísmo en el que caemos muchas veces cuando hablamos de la Guerra Civil. Pero los que somos de izquierdas lo vemos de una manera y, los que son de derechas, lo ven de otra. Incluso, los de la derecha tienden a ese falso espíritu de reconciliación nacional, que se ha reeditado ahora por parte de los sectores más neoliberales del país. Por otra parte, que en la izquierda haya relatos distintos es lo más habitual. En aquel momento, estábamos a un año de que se pegaran tiros en Barcelona el POUM y el PCE. En la izquierda siempre ha habido muchísimas familias y, además, las aversiones se toman muy por lo personal. En general, se confunde el debate de ideas con la confrontación personal, que es algo que, en cambio, en la derecha, muchas veces no pasa.

La novela también presta especial atención al papel de las mujeres en la sombra del conflicto, ¿cómo construyó los personajes de las madres y las esposas que sufrieron la guerra?

Así lo quise y, además, con eso tuve un problemón, porque, aunque hubo mujeres en las redes de apoyo que auxiliaban con comida, dinero o abrigo, fueron las menos. La mayoría fueron chicos jóvenes o cabreros que echaban un cabo. Y claro, me di cuenta de que la historia sobre la que quería contar era una historia de hombres: los milicianos eran hombres y los fascistas y los de Acción Ciudadana eran hombres. Pero yo quería contar el punto de vista femenino, así que me puse a estudiar cómo vivieron las mujeres esa situación y, en ese sentido, para mí, hay dos planos. Uno son las novias o las esposas, como Emilia, una señorita de clase burguesa, que tiene a su marido, Agustín Santos, escondido en el monte. Y luego están las madres, que es un papel que me interesa mucho porque en Canarias siempre ha funcionado mucho el matriarcado, así que me interesaba explorar cómo afrontaban lo que pasaba a su alrededor. En concreto, hay una escena entre Ma Carmita, la madre de Emilia -por tanto, suegra de Agustín Santos- y Rosita, la madre de Floro el Hurón, que representa ese papel de la madre canaria. Reconozco que Rosita, junto con Juan el Malhablao, son los dos personajes de los que me fui enamorando mientras escribía la novela. Y este punto de vista queda reflejado en un momento de la novela cuando se dice aquello de que "los hombres hacen la historia y las mujeres la sufren", porque fue así.

¿Por qué escogió adoptar en la novela el estilo y la jerga canaria de aquella época?

Uno de los mayores retos de Los milagros prohibidos fue ese esfuerzo de estilo, porque una cosa que me cabrea mucho en muchas novelas que se escriben sobre la Guerra Civil es que se escriben desde hoy hacia atrás. Entonces, tenemos a fulanito recordando lo que le pasó a su abuela en la Guerra Civil y, claro, así no tienes que hacer un esfuerzo de cambiar tu estilo, modelar tu lenguaje, porque la cuentas desde ahora, y eso es muy cómodo. Yo quería que el lector estuviera ahí, en ese momento, con sus ventajas y sus inconvenientes, porque eso hace que el lenguaje sea a veces un poco árido, un poco localista, pero era lo que tocaba si quería que el lector se trasladase a 1936.

El pasado 2016 se cumplió una década de la primera entrega de la saga de Eladio Monroy. Y entre medias, premios, más novelas negras e incursiones en lo fantástico, se posiciona como el escritor canario con mayor proyección. ¿En qué momento se encuentra hoy Alexis Ravelo?

Pues en el que me encontraba hace 10 años, porque yo he tenido siempre mucha suerte; mucho trabajo, pero mucha suerte. La primera novela de Eladio Monroy fue muy bien recibida en Gran Canaria, las siguientes fueron muy bien recibidas en el resto de Canarias y luego, La estrategia del pequinés o La otra vida de Ned Blackbird se han recibido muy bien fuera y parece que han gustado. Entonces, yo siempre digo que mi propósito en la vida lo conseguí hace años, que era dedicarme a escribir. En ese sentido, estoy en el mismo momento que siempre e igual de feliz, que es feliz como un cochino (risas). Pero sí que estoy en ese momento en el que, leyendo mis textos, veo que ya no soy un pibe de 30 años, sino que soy un señor de 45, ¡que no sé si es bueno o malo, ojo! Sin embargo, yo sigo manteniendo ese ideal de mi oficio como aprendizaje. Por eso, a veces, se podría decir que mi trayectoria es muy dispersa, porque he ido tocando muchos palos, pero, en realidad, lo hago para aprender a hacer cosas nuevas. Yo escribo libros para aprender a escribirlos. Y estoy en ese momento en el que sigo disfrutando como un cochino. Y aprendiendo.

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