En 1937 Cristóbal Balenciaga abre su casa de moda de París, atrás deja una España en armas expuesta ese mismo año en la capital de Francia, en el Pabellón de la República con el Gernika de Picasso y la Montserratde Julio González como testigos de cargo del terror fascista. El modisto iniciaba una historia de casi cuatro décadas en que sus diseños cambiarán la historia de la moda y la silueta de la mujer del siglo XX.

Ochenta años después, dos exposiciones, la primera al Museo Bórdele de Paris bajo el título Balenciaga, l'oeuvre au noir promovida por el museo de moda, Palais Galliera, explora la obra del creador vasco construida por su pasión por el negro como color distintivo. La otra gran celebración del diseñador tendrá lugar en el Victoria and Albert Museum de Londres que a partir del mes de mayo presenta, Balenciaga: Shaping Fashionreivindicando su estilo revolucionario en la transformación de las formas y volúmenes de la moda. Pasados los años de austeridad tras la Segunda Guerra Mundial -donde la única fantasía posible se proyecta en los sombreros femeninos-, Dior impone el "retorno al palacio" con su New look. Una "vuelta a la normalidad" que encontrará calurosa acogida en la alta burguesía que aplaude este come back a los volúmenes del Segundo Imperio y metros de más de tejido textil. Es en este teatro de las vanidades -que encuentra en las fiestas y bailes de disfraces su nuevo escenario-, donde Balenciaga acabará por erigirse en el antídoto del new look de Dior. El diseñador se dispone a iniciar su revolución a partir de la forma de una manga. Un corte magistral que hace tabla rasa de los signos hegemónicos de la feminidad para elaborar nuevos códigos de la elegancia. Sus creaciones encuentran la colaboración cómplice de fotógrafos como Irving Penn, Richard Avedon, Louis Armstrong Jones, Erwin Blumenfeld que inauguran una nueva forma de analizar y traducir la imagen de la moda. El vestido-arquitectura de Balenciaga se convierte en su manifiesto expresivo.

Cristóbal Balenciaga resta el más secreto de todos los creadores que desfilan por esa nueva Belle Époque del Paris de los años cincuenta. Sus colecciones son espiadas desde las ventanas como si se tratara de un arma secreta o un episodio de la guerra fría. Mientras las corrientes artísticas de la posguerra se mueven entre la abstracción y el gesto, de Pollock a Tàpies, Balenciaga ensaya nuevas formas en la silueta femenina que hacen arquear las cejas a más de un comprador perplejo ante este elogio de la inarmonía. En 1950 Dior lanza la línea Envol con forma de larga pirámide, donde con esfuerzo asoma la cabeza femenina. Balenciaga responde con sus abrigos en forma de globos aerostáticos. La moda se transfo rma en un tiempo huidizo y calendario vertiginoso donde creadores como Balenciaga construyen el culto a la intemporalidad mientras Coco Chanel, devuelta a una primera línea, saca con éxito del guardarropa su tailleur.

Un sistema de la moda que empujará a un joven sociólogo, Roland Barthes, a la realización de un texto para diseccionar su lógica y su retórica. La "guerra de las líneas" entre Dior y Balenciaga se sucede a lo largo de los años cincuenta bajo el nombre de las letras del alfabeto, A, H, I, pero la verdadera revolución se está dando con la emergencia de las fibras artificiales que posibilitan nuevas formas y consistencias.

La otra revolución se llama prêt-à-porter y espera a la vuelta de la esquina. Muerto Dior en el año 1957, Yves Saint-Laurent es el nuevo príncipe de los alfileres mientras Balenciaga sigue con su "filosofía desconstructora" del vestido. En 1968, el año de las mutaciones, cierra su casa de París y el creador de moda, monástico y secreto, da paso al diseñador rockstar de los nuevos tiempos. Saint-Laurent aparece desnudo para anunciar su primer perfume masculino. Los pantalones vaqueros enfundan la emancipación femenina en movimiento. El vestido de Balenciaga inicia su fuga hacia el museo y el final de unos tiempos donde los movimientos del cuerpo exigían más que aporte físico, un arte psíquico a la hora de llevarlos.