Hay que ser insolente y tener descaro para subir a las tablas y, con los primeros acordes, soltar una soflama encabezada por un "me encanta José Vélez, su ropa y sus mujeres". Si el rock es actitud, a Los Vinagres les sobra. Pero detrás de esa fachada, de esa etiqueta que ha enturbiado el género con tanto sucedáneo, hay mucho más. A base de trallazos, encadenados por una formación tan básica como batería-bajo-guitarra, sin conceder ni un instante de tregua y con la mera intención de montar una buena fiesta, el trío palmero prendió la mecha -la noche de este viernes- del Monopol Music Festival (MMF) en The Paper Club.

En Los Vinagres, a falta de la inminente mano de un productor que maquille el sonido y de los designios que trace la multinacional de turno, no hay edulcorantes. Las canciones suenan crudas. Y ahí reside el encanto de un grupo que hace rock, suena a rock e invita al rock a partir de una pila evidente de raíces. En su repertorio hay hueco para un blues, hay ritmo punkie, hay sonidos garajeros y hay bases, entre trazos de Led Zeppelin o Black Keys, que proceden de las noches de belingo con la Wamampy.

Con sus canciones por bandera, con pequeñas joyas como firmar una versión de Los Brincos -Flamenco-, Los Vinagres pusieron patas arriba The Paper Club. Arrancaron con José Vélez y no volvieron a bajar el pistón. Ni siquiera se firmó un armisticio cuando entonaron Me duele el pecho. A base de temitas -Sergio dixit- como Piñaso en la boca, Raquel -que "se largó para Venezuela con el chiquillo y las perras"-, Morena o Aguardiente conquistaron la noche del viernes.

El rock volcánico de Los Vinagres es lo que hace falta para una verbena. Que ningún productor ni ninguna discográfica lo contamine.