AYOZE GARCÍA

El chino Wang Bing y el finlandés Aki Kaurismäki (protagonistas este domingo de las proyecciones de la Sección Oficial del festival con 'Bitter Money' y 'El otro lado de la esperanza', respectivamente) son dos directores muy alejados en cuanto a estilo y recursos pero que comparten el propósito de trasladar a la gran pantalla los problemas de los desheredados: ya sea a través de documentales de duración épica, en el caso de Wang Bing, o de ficciones cuya acidez Kaurismäki suele compensar con buena música, humor y un pequeño toque de fábula.

'Bitter Money' comienza con una joven, todavía menor de edad, que viaja en guagua y en tren hasta una de las ciudades del Este de China que ofrecen empleo, abundante pero precario, en el sector textil. A lo largo de dos horas y media nos familiarizaremos con las condiciones (sueldos bajos y jornadas de más de doce horas) que afrontan estos trabajadores, en su mayoría emigrantes cuya única válvula de escape en su escaso tiempo de descanso lejos del hogar reside en la pantalla del teléfono móvil.

Dado que Wang Bing tiene documentales sobre manicomios y fábricas, no puede decirse que el escenario en el que se desarrolla 'Bitter Money', unos pequeños talleres con máquinas de coser, figure entre lo más dramático o impactante de su filmografía. Aún así, él permanece agazapado con su cámara a la espera de lo que pueda ocurrir, sin hacer preguntas salvo en una o dos ocasiones. El único contexto lo aporta un rótulo con unos pocos datos que aparece antes de los títulos de crédito finales. Claro que ningún contexto puede explicar una brutal discusión de pareja que capta Wang Bing desde la calle, con el marido golpeando a la mujer y amenazándola de muerte si no se marcha y ella exigiéndole dinero a cambio. El amargo dinero del título de la película. Se podría concluir que es el ambiente sociolaboral deshumanizado el que motiva estos comportamientos, pero Wang Bing no fuerza tal juicio, y tras mostrar el altercado cambia de protagonistas. Un rato largo después retoma la historia de este matrimonio conflictivo, que parece haberse reconciliado: no es que derrochen amor, aunque han vuelto a ser capaces de trabajar juntos. Que ya es algo.

Y hay otro viaje al inicio de 'El otro lado de la esperanza': el de Khaled, un refugiado sirio que llega clandestinamente en barco hasta Finlandia. No me extenderé mucho sobre esta película porque mejor que la vean ustedes mismos. Baste apuntar que los forofos de Aki Kaurismäki, entre los que me incluyo, encontramos aquí todo aquello que tanto nos gusta en este peculiar director, y que no nos importa volver a ver una vez más con pequeñas variaciones: la actriz Kati Outinen tiene una aparición aunque desgraciadamente muy breve, hay aproximadamente seis movimientos de cámara más de lo habitual, volvemos a las intrigas de restaurante de 'Nubes pasajeras', y la presencia de un extranjero en apuros remite al niño de Gabón de su anterior película, 'El Havre'.

Los profanos, por su parte, se toparán con una película que desprende humanismo exento de cursilería y aborda sin pontificar un tema actual y acuciante al máximo como es la crisis de los refugiados de Siria. Esto se debe a que, como decía antes, el interés de Kaurismäki siempre ha orbitado hacia los más desfavorecidos. Y su tratamiento del personaje de Khaled es el mismo que en el pasado dio a bohemios, parados y limpiabotas: los concibe como seres humanos que deben sobrellevar innumerables desgracias, pero que cuentan a su favor con la solidaridad y la picaresca de sus semejantes. Y que, ante todo, jamás renuncian a su dignidad.