La imposibilidad de hacer una película es la condición que hace posible Cuatreros, el sexto largometraje de Albertina Carri. La propia directora define este experimento artístico como "una road movie sin viaje", donde las carreteras son la memoria, la de las heridas abiertas de la dictadura argentina, y las de la propia autora, hija de desaparecidos.

Este docuficción nace con vocación de seguir los pasos de Isidro Velázquez, último gauchillo alzado de Argentina, y el recuerdo de Roberto Carri, desaparecido en la dictadura, pero este rastreo imposible se diluye en una búsqueda interior de la cineasta a través de la historia y la ausencia.

Cuatreros se articula como una instalación o patchwork artístico, que combina el lenguaje del cine, la literaratura y la performance y se proyecta en hasta tres y cinco pantallas simultáneas, donde desfila una cantidad ingente de archivos públicos y fotogramas fílmicos hilvanados con las afiladas -a ratos, desgarradoras- reflexiones en off de la cineasta.

La continua transición de distintos episodios de violencia sistemática en los años 60 y 70 a los álbumes y recuerdos personales de Carri dibujan una propuesta visceral que es, a un tiempo, cine político y cine de búsqueda.

Ambas vertientes confluyen en los sentimientos de rabia e impotencia que suscita un país fragmentado por su pasado represivo y su inestabilidad política, "donde los cuerpos no están, las imágenes no aparecen, el juicio no llega y yo no puedo olvidar", revela en la película, que "intenta ser un puente entre vivos y muertos".

Sus numerosas capas de lectura, unidas a su apabullante despliegue de datos, dificultan a ratos su seguimiento, pero también enriquecen una película hipnótica que, por su provocación social y su propuesta visual, merece mucho la pena. Además, el tono de ironía de la narradora oxigena de cuando en cuando su carga dramática. Y como toda obra de arte incómoda, imprime muchas preguntas en el aire. Así sucede con las obrasconcebidas "como inmanencia de la vida".