El espacio que abarca un certamen cinematográfico no debería ceñirse, como defienden los observadores más ortodoxos, al seguimiento y consiguiente puesta en valor de las nuevas corrientes estéticas que despuntan en el mundo. Un festival tiene ante sí otros retos igualmente importantes como, pongamos por caso, revisar seriamente la historia del cine, corregir en la medida de lo posible los inexplicables atropellos que se han cometido ignorando a figuras del calado de Pierre Etaix (Roane, Francia, 1928/París, Francia, 2016) cuando su trayectoria, abiertamente saboteada por la propia industria francesa durante años, es la de un auténtico iconoclasta que supo situarse, pese a todo, junto a los nombres más ilustres de la comedia, como su compatriota Max Linder, Jerry Lewis, Charles Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd o Jacques Tati, con el que colaboró, como ayudante de dirección, en Mi tío ( Mon oncle, 1956) y del que aprendió, según sus propias palabras, "casi todo lo que sé en el ámbito profesional".

Por eso, la proyección esta tarde (18.00 horas; sala 4 de los Multicines Monopol)y el próximo sábado (12.00 horas, sala 2 de los Multicines Monopol) de Yoyo (1965), su segundo largometraje como director y su segunda experiencia como coguionista junto a Jean-Claude Carrière, reviste, para los buenos gourmets del cine, la importancia de un descubrimiento, sobre todo entre los espectadores que por su edad o por simple desconocimiento no han tenido acceso a su breve pero enjundiosa filmografía desde que por vez primera pisara el suelo de un plató, en calidad de actor, bajo la batuta nada menos que de Robert Bresson en Pickpocket (1959) y, años más tarde, lo hiciera en obras de la talla de Le voleur (1966), de Louis Malle; con Fellini en Los clowns ( I clowns, 1970) o junto a Nagisha Oshima en Max, mi amor ( Max, mon amour, 1986).

La película, cuyo homenaje al mundo del circo está continuamente presente en un conjunto inolvidable de secuencias con aliento surrealista, muestra una serena admiración por los grandes maestros del cine mudo al tiempo que describe con nervio poético la situación de completa soledad a la que se enfrenta su protagonista, un multimillonario hastiado de su condición que encuentra en una atractiva acróbata de circo la inspiración necesaria para poder acabar con su aburrida y estulta existencia en compañía de sus viejos criados en una sombría mansión en cuyo interior solo se respira mutismo, frustración y soledad.

Vierto estos comentarios partiendo de las impresiones que conservo de los dos o tres visionados que empleé en su día, hace casi cincuenta años, para disfrutar del genio sin igual de este payaso con corazón de poeta que nos proporcionó algunas de las experiencias artísticas más gratificantes de nuestra vida cinéfila y que, por razones que jamás acertaremos a inferir, murió, el pasado año, rodeado por la incomprensión y la indiferencia del mismo público que lo vitoreó con entusiasmo durante los ya lejanos años sesenta y setenta, período durante el cual gobernó, junto al gran Tati, como el soberano indiscutible del género.