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CRÍTICA 50a Temporada de Ópera

El gran Nucci y el misterio sadomaso de 'Rigoletto'

El gran Nucci y el misterio sadomaso de 'Rigoletto'

Cantar una ópera 525 veces y hacerlo en la última como lo hizo Leo Nucci en el noveno Rigoletto grancanario, tiene algo de asombroso. Si se añade el dato de su edad, 75 años, hay que creer en el milagro. El poder de la voz está en plenitud, como la identidad inconfundible del timbre, la generosidad del fiato y el arte de colorear la emisión de acuerdo con el texto y con cada frase. El intérprete lo da todo, entregado a tope sin sombra de cansancio en su rol-fetiche, el más complejo en matices y difícil en exigencias físicas y expresivas de todos los barítonos verdianos. Este gran artista despierta por sí solo el misterio sadomaso de la ópera romántica. Deleita y hace sufrir, conturba y emociona, mantiene en máximos la temperatura del espectáculo. Es digna de especial gratitud esta oportunidad de volver a escucharle y ovacionar su saber y gran forma. Fue uno de los más amados "animales de ópera" del siglo XX y sigue siéndolo en el XXI.

Con Nucci en escena, todo se enciende. La función fue magnífica. Debutando en el rol de Gilda, la joven soprano lírica grancanaria Elisandra Melián bordó el personaje con una vocalidad perfectamente educada en cada registro, sin problemas de paso ni titubeos en melismas ni en ataques sobreagudos. Ensoñación, ternura, pasión amorosa o patetismo, todo sonó en su expresión, visiblemente emocionada en la proximidad del divo. Con él bisó a petición del público nada menos que el final del dúo de la vendetta. Por su parte, el tenor valenciano Antonio Gandía desplegó la elegante garra de la espléndida escuela krausista, haciendo brillar en sus tres arias una voz joven y muy lírica, ágil y cálida en el fraseo, valiente en los ataques de las notas más altas, generosamente prolongados in crescendo. La mezzo armenia Juliette Galstein y el bajo moldavo Roman Ialcic completaron eficazmente el célebre cuarteto del tercer acto. Todos los segundos papeles fueron bien servidos por una auténtica ONU de voces: junto a los canarios Elu Arroyo, Yauci Yanes, Rosa Delia Martín y Marisa Dorta escuchamos a Kiok Park, Qipeng Tan y Mónica Soria.

Admirable la escenografía y dirección escénica de Mario Pontiggia en esta feliz vuelta a casa. Con la base de su diseño para el Rigoletto de 2012, ideó variantes que mejoran la movilidad en escena y dan paso a uno de sus mejores trabajos con los intérpretes individuales y corales, así como a dos de sus rasgos privativos: la alternancia en decorados del preciosismo modernista y la rigurosa linealidad del arte geométrico; y la extensión mediante espejos de las dimensiones y la atmósfera del espacio. El lujoso vestuario de Claudio Martín enriquece a su vez la visualidad de la producción.

Muy buena la diferenciada actuación de las voces masculinas del Coro de la Ópera, con su directora Olga Santana. Y globalmente brillante el trabajo del director musical, Ramón Tebar, con una Orquesta Filarmónica muy implicada. El maestro Chichon, su nuevo director titular, siguió la función al detalle, desde el proscenio sobre el foso...

Noche clamorosa. Todas las arias y grandes dúos arrancaron ovaciones, con un premio final de apoteosis. Esta temporada del medio siglo mantiene su fortuna y ya solo queda un título.

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