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Entrevista a Fernando Delgado

"Uno tiene que salvarse también por la memoria y es necesario inventársela"

"El protagonista de este libro se siente culpable de un asesinato que quiso y no llegó a hacerlo", adelanta el escritor, periodista y diputado

Fernando G. Delgado, con un ejemplar de la novela. EFE

El libro cierra su trilogía del ahogado, que integran además las novelas No estabas en el cielo (1996) e Isla sin mar (2002).

En realidad, es una trilogía en la que el primero y el último libro tienen, de hecho, una continuidad, pero la trilogía es más el resultado de un ámbito, de unas emociones, que se comparten desde una misma perspectiva. Es más eso que un relato continuado de una historia. Ahora bien, No estabas en el cielo y este último El huido que leyó su esquela sí pueden tener una lectura continuada. Forman parte de un mismo ámbito, una misma emoción y de unos escenarios comunes, pero vinculados y naturalmente isleños, pero no constituyen los tres una historia cerrada. Participan de unas historias comunes con paisajes que también son comunes a figuras y personajes.

¿Es un relato sobre la culpa que arrastra el protagonista?

Si, en realidad. Cuando empecé con esta historia no llegué a pensar en el tema de la culpa, sino que lo vi luego reflejado como consecuencia de la vida del protagonista principal, en el sentido de que para él la culpa es un motor más que una condena. Es más, se siente culpable de algo que quiso hacer, de un asesinato que quiso acometer y no llegó a hacerlo, y no obstante se siente culpable de esto. Culpable porque llevaba la intención, y culpable al mismo tiempo por no haber consumado esa intención. Uno quiere matar a alguien por algo. Y curiosamente, a él lo quitan de en medio porque quiere ir a consumar un crimen y no llega porque el asesinado se muere de infarto antes, y luego recibe la condena cuando el comandante de la Guardia Civil le organiza la huida, reconociéndole un asesinato que no ha cometido. De manera que, por un lado siente la culpa de haber intentado ese asesinato y de otro la culpa por la frustración.

El personaje abandona la isla de Tenerife y de alguna manera arrastra otra culpa por haber dejado atrás a la familia cuando va en busca de esa redención.

Él es un hombre sin paisaje realmente, porque, y para empezar, su propia madre no es su madre, su madre muere y se cría con su tía en Madrid. La carrera que hace, la de maestro, no es lo que le hubiera gustado hacer y que no le interesó hacer nunca. De repente se vio en una Isla y en un territorio desangelado en el sur de Tenerife sin acabar de entender a aquella gente, y es por eso que digo que es un hombre sin paisaje, sin biografía, como si la biografía se la hubieran hecho los demás.

La acción transcurre entre Tenerife, Madrid, París y Berna. ¿Por qué estos escenarios?

El de Tenerife es natural porque es el origen de la historia. De pequeño y en la playa de El Médano, donde diría que íbamos a veranear pero suena tan finísimo, y en la playa muchas veces venía un niño bien, de estos veraneantes de postín, y me decía siempre que mi padre había escapado por aquella playa y que había muerto allí ahogado. Yo esto lo contaba en la casa, a veces se asombraban, otras se reían y otras veces se cabreaban. Y yo, obsesivamente, mantenía esa idea y la tuve siempre. Aún hoy, y es verdad que voy poco solo a esta playa, pero cuando he estado allí, me parece ver a mi padre escapando, a pesar de que no tengo gran obsesión con la figura de mi padre, no tengo ningún vínculo emotivo que me lleve a esas obsesiones, pero es como si la propia literatura me hubiera llevado a inventar ese personaje y establecerlo así.

Como escritor, cada obra se alimenta de sus propias emociones, experiencias y vivencias de forma directa o indirecta.

Yo era un niño muy mentiroso e inventor, y a los niños la mentira les satisface especialmente, porque un niño mentiroso es un niño fantástico. He tendido siempre más a inventar mi infancia, porque seguramente la verdadera infancia mía era más dolorosa. Y tengo un recuerdo más gozoso de la infancia que yo mismo me he ido construyendo. Uno tiene que salvarse también por la memoria y para ello no es necesario ser muy fiel a la memoria, es necesario inventársela. Esto te permite tener un gratificante recuerdo de los escenarios, de los sitios e incluso de las personas. Te construyes una vida mucho más gratificante, al menos ese es mi caso, aunque hay gente que sufriendo lo pasa mejor.

Agotada la trilogía da por agotado este tipo de narrativa. ¿Puede avanzar cuál será el siguiente paso literario?

Siempre pensé que estas tres novelas podrían tener otra novela, que era la novela de la madre, porque en Isla sin mar es más la abuela y un nieto, y tengo de hecho páginas escritas de un libro que se titulaba Para qué mentir, que en realidad es un libro de memorias que está articulado a través de la figura de mi madre, que para mí es fundamental en mi vida. Pero quizás por ser tan fundamental lo he ido dejando y no sé si ahora es un proyecto mío. He llegado a tener la idea de una novela que tenía el título de Todos al infierno, una obra sobre la corrupción, pero como se escribe tanto sobre esto, y ya las corrupciones llegan a un punto que no sabes si aciertas con ella. Aparecen personajes incluso en las crónicas de tribunales con los que pasan los mayores disparates, y a veces pues casi no tiene interés. Es tan zafio todo esto. Si uno quiere escribir desde la emoción literaria, no solo en los aspectos gratificantes, sino metiéndote en el corazón de los malos. Hay en la maldad misma a veces una gran inteligencia, y aquí lo que brillan son los retretes, y realmente uno ya no tiene edad ni para estarse preocupando ni para acordarse de esta gente. Y creo que esta novela no la voy a terminar.

¿Cómo combina la actividad literaria con la política?

La actividad política que hago es sobre todo referida a la cultura, pues me lo consienten todo porque la cultura crea poco conflicto, se ríen y yo también. Muchas veces se piensa que es una cuestión de presupuestos cuando muchas veces es cuestión de espíritu, de emoción y educación. Lo que quieren es más bibliotecas en las escuelas, más presupuestos, y no se dan cuenta de que muchas veces lo que hay que tener es una biblioteca común, en la escuela y en la calle. Es también aquello de, ¿qué hay de lo mío? por parte de políticos y de sectores sociales que acuden a la política. Esto no es una cuestión de dinero, sino que los padres eduquen a los hijos. Creo que a la política le falta mucha cultura, a veces se piensa en la cultura espectáculo, y lo que falta es razón, inteligencia, y cuando destierran la filosofía de las aulas, mal asunto.

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