Un día de 2007 Patricia Almarcegui (Zaragoza, 1969) partió de España rumbo a Uzbekistán y Kirguistán, países que, como acostumbra, recorrería sola durante siete semanas para culminar el viaje por etapas a través del mundo islámico que había emprendido años atrás. Filóloga, profesora de literatura comparada, ex bailarina de ballet y escritora, Almarcegui portaba un cuaderno en el que tomaba numerosas notas de lo que percibía, recordaba, evocaba o presentía. Fruto de aquel diario es el libro Una viajera por Asia Central. Lo que queda del mundo, recientemente publicado por la Universidad de Barcelona, en el que la autora, una de las grandes referentes de la literatura de viajes escrita en castellano, hace otra contribución decisiva a los estudios orientalistas.

¿Cómo debe escribirse un libro de viajes en un tiempo como éste, signado por la perspectiva poscolonial?

Con una escritura en la que el yo del autor desaparezca todo lo posible. Cuantos menos juicios haya en el libro tanto mejor. Hay que referir los acontecimientos de la forma más literal que se pueda, o sea, lo contrario de lo que hacen autores del siglo XIX como Pierre Loti.

Loti, a quien en su Ensayo sobre el exotismo Segalen llama "proxeneta de la sensación de lo diverso".

Es que Pierre Loti llega a El Cairo y, como no es como lo había soñado, cierra los ojos y se limita a describir en sus diarios El Cairo de sus sueños.

Cuenta usted en este libro que en el viaje llevaba largas listas de términos orientalistas que cotejaba por la noche con la realidad que experimentaba antes de llegar a su hospedaje.

Efectivamente. Hice unas filas verticales de estereotipos negativos del otro que había recogido de los pocos libros de teoría del orientalismo que existen, como ya había hecho antes en Siria, Jordania, Marruecos, Egipto, Líbano, Túnez, Yemen e Irán. Me refiero a términos como ignorante, despótico, fanático, etcétera. Por la noche los comparaba con lo que había visto y lo que había hablado y, por supuesto, como en los viajes precedentes, no coincidían con mi percepción.

No encontró ni ignorantes, ni despóticos ni fanáticos. Todos los habitantes de estos países eran entonces sabios, demócratas y tolerantes.

(Ríe) No. Lo que encontré fue gente sovietizada. Ése es el asunto de Asia Central: Uzbekistán y Kirguistán son países, en principio, con un 95% de mayoría musulmana, pero apenas hay reflejo del Islam en ellos, a excepción de ciertas ciudades uzbekas como Osh, donde se oye la llamada a la oración. En estos países apenas quedan huellas del pasado islámico. Hay algunas mezquitas, tumbas de santones sufíes de los siglos XV y XVI y otros vestigios arquitectónicos, como la Gran Plaza de Registán, en Samarcanda, pero el Islam fue borrado por la sovietización.

¿Buscaba usted viajar al pasado en estos países? No da el tipo de viajera nostálgica.

No soy en absoluto nostálgica. Éste era el final de muchos años de viaje por países de mayoría musulmana en los que proyectamos estereotipos orientalistas y exóticos.

¿Qué expectativas tenía antes de emprender este viaje?

Cuando viajo intento tener pocas expectativas. Leo, eso sí, toda la literatura autóctona que pue- do y leo sobre todo a los poetas locales.

Háblenos de dos lugares de Taskent, la capital de Uzbekistán: la calle Ruy González de Clavijo y Broadway.

La calle Ruy González de Clavijo es, nada más y nada menos, el nombre de la calle que lleva al mausoleo del Gran Tamorlán en Samarcanda. Un viajero muy desconocido en España que a comienzos del XV fue a visitar al emperador desde Alcalá de Henares. Broadway es el nombre que se le da al centro de la capital de Uzbekistán, Taskent. Un centro moderno del que dicen es uno de los grandes sitios para salir de marcha en Asia.

Dice también en Una viajera por Asia Central que a diez kilómetros de Bujara, otra ciudad uzbeka, hay un mausoleo, el de Bavaddin, que exime a los peregrinos de ir a La Meca si lo visitan tres veces.

Sí. No lo visita casi nadie. Es un encuentro con la tumba de un santón sufí, donde percibes también la mística y religiosidad previa a la sovietización del país, que además se prohibió.

En otro pasaje anota que hay nombres "que solo con escucharlos o citarlos la imaginación explota y genera imáge-nes mágicas" y que "Samarcanda es uno de esos nombres". ¿Qué impresión tuvo de esta ciudad mítica?

La plaza de Registán es una de las 20 plazas más importantes del mundo. Sus madrasas y mezquitas son ejemplares. Sin em-bargo, la explanada en la que están, típica intervención soviética, las desmerece. Los mausoleos son muy interesantes. También sus mercados.

En su camino se topa igualmente con viajeros singulares, como el holandés que procedía de Ámsterdam y seguía hasta Pekín en bicicleta o la pareja británica que quiere llegar hasta China para después irse a vivir a Australia.

Sí, uno de los grandes encuentros en el viaje es también con otros viajeros. Formas de vida muy diferentes, también de via-jar, a las acostumbradas. En algún caso lo que me cuentan me sirve como motor de mis próximos destinos. Por ejemplo, una viajera francesa que encontré en Japón, que trabajaba tres años y el cuarto lo dedicaba entero a viajar. Para ello, dejaba el trabajo y luego volvía a buscar otro. Me recomendó visitar el sur de la India y saltar luego a Colombo. Lo hice en cuanto pude.

¿Puede hablarnos de ese país donde los hombres llevan sombrero de copa negro, donde los niños acuden al primer día de colegio con flores y donde creyó encontrar "el fin del mundo"? ¿Puede hablarnos de Kirguistán?

El país es de un paisaje abrumador. Lo cruzan grandes cordilleras y destaca su cultura nómada y rural. Allí se encuentran dos de los lagos más grandes de Asia, uno de ellos, Isig Kul, fue, junto con Crimea, el sitio preferido para veranear de los soviéticos que podían hacerlo.

Además de libros de viajes también es autora de ficción. Acaba de publicar con Fórcola la novela La memoria del cuerpo . ¿Cuál es su asunto?

De todos los libros que he escrito éste es mi predilecta. Son mis memorias ficticias como prime- ra bailarina del Teatro Mariinsky de San Petersburgo. También constituye un homenaje a la música y al cuerpo.