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Cine

Paseo por el amor y la muerte

La Casa de Colón acoge desde hoy la 15ª Semana de Cine Japonés con cinco títulos de Kenji Mizoguchi filmados entre 1952 y 1954

'Los amantes crucificados'. LP / DLP

Con la proyección hoy lunes (20.00 horas) en la Casa de Colón de Vida de Oharu, mujer galante ( Saikaku ichidai onna, 1952), un filme de casi tres horas de duración sobre la presión social y familiar que padece una mujer en el Japón feudal del siglo XVII, se abre la 15º edición de la Semana de Cine Japonés, que concluirá el próximo viernes con la presentación de Los amantes crucificados ( Chikamatsu monogatari, 1954), otro filme con el drama existencial de la mujer como telón de fondo, que elevó a su autor a la cumbre del arte cinematográfico en una época particularmente fecunda en el ámbito de la creación fílmica.

La muestra, que incluye también Cuentos de la luna pálida de Agosto ( Ugetsu monogatari, 1953), El intendente Sansho ( Sansho Dayu, 1954) y La mujer crucificada ( Yukinojo Henge, 1954), tiene como objetivo la reivindicación de la figura de su director como una de las claves determinantes para entender la evolución del cine japonés desde los lejanos años 20 y del que, por mor de un pavoroso incendio que acabó con la mayoría de los negativos de su cuantiosa filmografía, especialmente la perteneciente al etapa del cine mudo, solo se conserva una exigua parte de sus casi 90 largometrajes, aunque lo suficientemente relevante como para poder constatar con toda suerte de detalles la verdadera dimensión de su arte inimitable.

Junto con Ingmar Bergman, puede que Mizoguchi (Tokio, 1896/Kioto, 1956) sea el cineasta más personal, complejo e influyente que ha logrado trascender más allá del ámbito puramente artístico para instalarse en la órbita de los grandes preceptores del pensamiento contemporáneo. Sí, su facilidad para transmitir ideas y dialogar con el espectador a través de sus sesudas biopsias sociales y de sus retratos familiares es de tal magnitud que el hecho de revisar periódicamente sus películas se ha convertido prácticamente en un puro acto de reconocimiento y de reafirmación de su genio, es decir, como quien, por imperiosa necesidad intelectual, acude a la relectura de Platón o de Leibniz para entender algunos aspectos del contradictorio mundo que nos rodea. Y ese impulso sólo lo provoca un auténtico demiurgo del que siempre se extraen nuevas y estimulantes lecciones, sobre todo de coherencia moral e ideológica frente a una realidad que hunde sus raíces incluso en el terreno de su propia biografía. Su cine, en resumidas cuentas, nos acerca a lo más profundo de la condición humana y nos invita constantemente a emprender un largo e interminable paseo por el amor y la muerte como los dos senderos fundamentales por los que ha transitado tradicionalmente la cultura nipona.

El propio Kenji Mizoguchi refuerza nuestra percepción sobre su obra cuando confiesa, dos años antes su prematura muerte a los 58 años: "Quiero hacer películas que representen la vida y las costumbres de una determinada sociedad. Pero, en todo caso, no hay que exasperar al espectador. Sería necesario inventar un nuevo humanismo que pueda conllevar cualquier tipo de salvación. Quiero continuar expresando lo nuevo pero no puedo, de ningún modo, abandonar lo antiguo. Mantengo un gran apego al pasado mientras que tengo pocas esperanzas en el porvenir. Y sean cuales sean mis dificultades pecuniarias, no me impedirán seguir unido a la pasión por mi trabajo".

Aunque muy prolífico como cineasta, Mizoguchi no gozó en Occidente del mismo predicamento ni la misma difusión que sí disfrutaron sus ilustres compatriotas Masaki Kobayashi, Yasujiro Ozu, Mikio Naruse, Kaneto Shindo o Akira Kurosawa, cinco de sus más acreditados compañeros de viaje en su apasionante aventura cinematográfica durante la primera mitad del siglo XX, hasta que, en 1952, y tras treinta años de brillante carrera como director en su Japón natal, deslumbró a la crítica europea acreditada en la Mostra de Venecia con Vida de Oharu, mujer galante, un estilizado y soberbio melodrama de corte histórico con el que obtuvo el codiciado León de Oro y su consiguiente consagración internacional como creador de una iconosfera de extraordinaria influencia en la obra de, por ejemplo, Andrei Tarkovski, Teo Angelopoulos, André Bresson o Krzysztof Kieslowski.

La extraordinaria hazaña veneciana la repetiría al año siguiente con Cuentos de la luna pálida de Agosto y, en 1954, con El intendente Sansho, dos dramas prodigiosos de cuya extraordinaria belleza visual han tomado buena nota, a lo largo de la historia, centenares de cineastas del mundo entero, aunque pocos han podido elevar tan alto el listón de la estética cinematográfica como lo hizo este hombre enjuto, ascético y de aspecto introvertido que, a lo largo de casi 50 años de carrera profesional, supo encarar con serenidad, firmeza y sentido poético las contradicciones de una sociedad, la japonesa, embargada por las tradiciones más atávicas y por una concepción poco edificante del papel de la mujer en un mundo cuajado de violencia y de sangrientas luchas fratricidas por el poder, generando situaciones que, como las que reflejan algunos de los títulos que, a partir del lunes, se presentarán en la Casa de Colón, constituyen el paradigma moral de un director profundamente comprometido con una idea del hombre muy alejada de la que han defendido secularmente en su país los eternos guardianes de la tradición y de la fe ciega en los designios de la historia.

Por eso, su nombre no tardaría en convertirse en el santo y seña para toda una generación de grandes realizadores nipones que siguieron muy de cerca sus pasos como muñidor de uno de los estilos más depurados, sobrios y expresivos que ha alumbrado el cine en toda su historia. Y el ciclo que nos ofrece la próxima semana el colectivo Vértigo incluye cinco títulos que muestran, insisto, con precisión de relojero, las características más importantes de este inimitable creador de historias íntimas, sobrias y conmovedoras, cuya prematura desaparición, en 1956, nos privó, con total seguridad, de nuevas y apasionantes experiencias cinematográficas.

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