El descubrimiento del inmaculado talento que ha acompañado a Dustin Hoffman (Los Ángeles CA, 1937) durante toda su carrera como intérprete no pudo tener mejor marco de presentación que la formidable película de Mike Nichols El graduado ( The Graduate, 1967), cuya notable repercusión internacional se debió en gran medida al joven y atribulado Benjamin Braddock, personaje central de esta espléndida comedia con ribetes dramáticos en la que se ponen continuamente de manifiesto las duras invectivas de Nichols contra una América clasista, autoritaria y desmemoriada frente a una generación despojada de prejuicios, que florece en medio de un candente clima de transformación social de cuyo irrefrenable proceso seguirían dando testimonio durante más de dos décadas algunos cineastas con los que compartió generación y compromiso, como William Friedkin, Martin Scorsese, Brian de Palma, Arthur Penn, George Roy Hill, Monte Hellman, Sam Peckinpah, Hal Ashby, Paul Mazurski, Robert Altman, Francis F. Coppola, Roman Polanski o Peter Bogdanovich.

Un Hoffman a punto de entrar en la treintena, sin ningún carisma ni atractivo aparentes, dotado de un rostro irrelevante y con una estatura que no sobrepasaba el metro sesenta y siete, se metía, ante el asombro general, en la piel de un medroso y asustadizo estudiante universitario asediado por la insaciable voracidad sexual de la Sra. Robinson (Anne Bancroft), madre de su prometida (Katharine Ross) e íntima amiga de sus propios progenitores. Y aunque pocos apostaron en Hollywood por un actor de tan inusitado perfil, Hoffman demostró urbi et orbi que muchas de las condiciones prefijadas por décadas de tradición cinematográfica pueden hacerse añicos si detrás de quien es capaz de alterarlas se esconde una sensibilidad dramática tan explícita y conmovedora como la de este intérprete irremplazable.

Pero la lógica perplejidad que provocó su atípico debut entre el público y la crítica al encarnar a un personaje tan ajeno a los patrones tradicionales del cine dominante se convertiría, dos años después, en pura admiración ante la clarividencia y el realismo con los que resuelve su difícil papel del errabundo Rico Rizzo en Cowboy de medianoche ( Midnight Cowboy), de la mano del cineasta británico John Schlesinger. Junto a un John Voigh imprevisible, incauto y con ansias de merendarse el solo el mundo vagando por las atiborradas calles de Nueva York en busca de cualquier oportunidad que lo pueda sacar del arroyo, Hoffman se convierte en su fiel acompañante, compartiendo su precaria y menesterosa existencia a lo largo y lo ancho de la jungla neoyorquina hasta el patético desenlace que, no por consecuente, resulta menos apesadumbrado y desolador.

Capacidad camaleónica

Su presencia en Pequeño gran hombre ( Little Big Man, 1970), de Arthur Penn, sosteniendo a un mismo personaje a lo largo de sus más de 100 años de vida, es otro ejemplo de la capacidad camaleónica de este veterano intérprete que, como sucede a menudo con los grandes maestros del arte de la actuación, se crece ante los retos más engorrosos. Y su trabajo en esta película constituye, probablemente, uno de sus desafíos profesionales más importantes pues, a través de la evolución de su personaje, de sus contrariedades, frustraciones y enfrentamientos continuos con un mundo radicalmente hostil Penn repasa uno de los más arduos y demoledores episodios de la historia de América, dejándonos a ratos los sinsabores de una gran derrota moral que el anciano Jack Crabb se encarga de evocárnosla, con indisimulada nostalgia, a lo largo de más de dos horas y media de cine mayúsculo.

En 1971, Sam Peckinpah lo reclama para encabezar junto a Susan George el reparto de Perros de paja ( Straw Dogs), otra de sus legendarias radiografías sobre la violencia con la que revalida su reconocimiento internacional tras su triunfo apoteósico con Grupo salvaje ( Wild Bunch, 1969). En esta ocasión Hoffman, convertido ya en un actor consagrado, interpreta a David Sumner, un profesor de matemáticas que regresa de Estados Unidos para pasar una larga temporada en el pueblo natal de su joven esposa en el norte de Inglaterra. Una atmósfera cada vez más tensa y desasosegante acaba desatando la irrefrenable cólera de un grupo de lugareños que encuentran la adecuada respuesta en la reacción fría, violenta y devastadora de Sumner a través de una larga y explosiva secuencia final en la que el actor, convertido en ángel vengador, se erige en el protagonista absoluto de la función con una convicción estremecedora.

Pero su proverbial habilidad transformativa no se detendría en este memorable filme. En Papillon ( Papillón, 1973), bajo la dirección del injustamente olvidado Franklin J. Schaffner, se convierte en Louis Dega, un solitario y envejecido recluso de una lejana prisión en la Guayana Francesa que, pese a su prolongado cautiverio, no pierde nunca la esperanza de poder escapar de aquel infierno junto a Henry Carrière, alias Papillon (Steve McQueen), otro inquilino de aquella inmunda prisión que sí logra colmar su sueño de libertad. Su complicado rol en esta exitosa y emotiva producción, como el que afronta en Lenny (1974), de Bob Fosse, o la Dorothy Michaels de Tootsie ( Tootsie, 1982), de Sidney Pollack, contribuiría a engrosar más aún la fama de actor dúctil y versátil que aún hoy, en la cima de su carrera, le persigue como una de sus más preclaras señas de identidad.

En 1976, y tras su elogiada experiencia con Cowboy de medianoche, Schlesinger volvería a contar con él para protagonizar, junto a Laurence Olivier y Roy Scheider, Marathon Man ( Marathon Man), un siniestro e inquietante thriller en el que Hoffman se ve envuelto en una sombría trama criminal protagonizada por un viejo gerifalte de la Alemania nazi. El intérprete, que en otras ocasiones ya se había medido con algunas de las más veteranas estrellas de Hollywood, le tocó esta vez lidiar con una verdadera leyenda de la profesión sobre la que no dudó en calificar de "maestro y guía para cualquier profesional con ganas de llegar a lo más alto de su profesión. Trabajar junto a Olivier supuso para mí todo un desafío del que pude salir relativamente airoso, sobre todo teniendo en cuenta de que no se trataba de un actor cualquiera sino de una verdadera institución en la historia del cine a la que todos veneramos".

Candidato al Oscar en siete ocasiones, acabaría obteniéndolo en 1979 por su emotivo papel de padre divorciado en Kramer contra Kramer ( Kramer Vs. Kramer), de Robert Benton, y, en 1988, por su deslumbrante composición de un joven autista en Rain Man ( Rain Man), de Barry Levinson, dos títulos que dieron la vuelta al mundo como paradigmas de un cine enormemente comercial pero felizmente laminado por la grandeza profesional de este pequeño gran actor al que le debemos algunas de las más gratificantes experiencias artísticas que hemos vivido ante una pantalla cinematográfica.