Una película que reflexiona sobre el arte de crear películas, que muestra las costuras del proceso creativo y sus puntadas de libertad, abre las puertas de la 15ª edición de Ibértigo. Muestra de Cine Iberoamericano, impulsada por la Asociación de cine Vértigo.

La película de nuestra vida, ópera prima del creador audiovisual y cineasta catalán Enrique Baró, inaugura esta cita anual en su tradicional prólogo en el Cicca, al que asiste el propio director para reflexionar sobre los entresijos de su trabajo con el público. Los títulos que aloja el prólogo de Ibértigo anticipan la línea programática de la muestra, que este año se celebrará del 19 al 27 de octubre en la Casa de Colón, y que despliega un escaparate selecto de las mejores películas realizadas en Iberoamérica en los últimos años.

El cine que arriesga, que cuestiona, que transgrede, que reflexiona y que exige es el que se abre hueco en la selección de Ibértigo y estas son las coordenadas en las que se mueve el filme de Baró. Su título toma prestada la paráfrasis de un estribillo de Joe Crepúsculo para trazar un juego cinematográfico alrededor de la casa familiar de verano, el tiempo de la infancia y el relato sobre la propia vida.

Creación

"Una de las particularidades de La película de nuestra vida es que asume la propia creación de la película como tema, donde el propio proceso de rodaje queda expuesto y donde se reflexiona sobre en qué consiste contar historias a través de las imágenes", explica el cineasta. "El resultado es una película parecida a una obra de teatro, como el acto de una vida, pero que, a su vez, pone de manifiesto su condición de película".

Su punto de partida remite a un episodio autobiográfico de la primera noche del cineasta en su primer refugio de verano. "La necesidad de hablar de un espacio que se transforma, en el que has sido feliz y que sabes que, inevitablemente, va a desaparecer, fue la motivación de esta película", revela Baró.

Pero este verano encapsulado es un trasunto de sus propias vivencias, donde se diluyen las fronteras entre el documental y la ficción poniendo de manifiesto, a su vez, la propia función del cine como herramienta. En la vertiente más personal, Teodoro Baró, padre del cineasta, da vida al personaje del abuelo, que introduce a un tiempo anécdotas reales y experiencias derivadas del propio rodaje en la casa, donde el equipo se instaló durante el proceso de creación.

En este sentido, La película de nuestra vida es un continuo juego de transiciones del pasado al presente, de la realidad a la imaginación, del cine a la vida, donde siempre queda "una puerta abierta a la improvisación" y otra a redescubrir la vida a través de "sensaciones, atmósferas y ensoñaciones".

Este salto sin red al largometraje, "que nace del corazón más que de la razón", en palabras del cineasta, se ha apeado en distintas paradas festivaleras desde su estreno en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, dentro de la Sección Nuevas Olas. Desde entonces, La película de nuestra vida ha recorrido el circuito de citas cinematográficos en Madrid, Barcelona -donde fue galardonada con la Mención Especial del Jurado de la Crítica del D?A Film Festival-, Toulouse y, tras su paso por la capital grancanaria, en Extremadura y Asturias.

Experimento

Su arquitectura narrativa se desmarca de los esquemas convencionales y experimenta con el tiempo, los formatos y la estética. Su lenguaje cinematográfico se nutre de la yuxtaposición de materiales para documentar el tiempo y el espacio intercalando imágenes del archivo familiar en nueve milímetros y medio o en Super 8, grabadas por su abuelo y por su padre.

"Mi forma de contar se basa en el juego del lenguaje para contar una historia y esto la aleja de otras propuestas más comerciales", sostiene Baró. "Pero yo sentí que necesitaba contar esto, así que me armé de diner y de valor, recluté cómplices y nos lanzamos todos al vacío".

Y aunque Baró reivindica que "las palabras no salen de los posesivos", la vocación de este proyecto redunda en "una película que solo pudiera hacer yo, aunque tampoco se hacer las cosas de otra manera".

Al respecto de su selección en Ibértigo, el cinesta catalán reconoce que "cuando me planteaba esta película buscaba lugares afines en la geografía española donde esta película pudiera encontrar su sitio". Y lo ha ido encontrando, sobre todo, en las mentes abiertas de espectadores despiertos. "Evidentemente, esta es una película que requiere de la complicidad del espectador, porque reclama su participación", afirma. "No es una película complicada, ni en fondo, ni en forma, pero exige algo de quien la ve".

Para aquellos que decidan entrar en las habitaciones de la casa de verano, Baró advierte de que hay que franquear el umbral "con esa tensión de quien observa una escena y toma conciencia del teatro de la vida".

Y aunque rechaza la idea de dar una película por finalizada, como sucede con la propia vida, Enrique Baró ya ha emprendido la escritura de su segunda película, pero, de momento, en lo que respecta a Ibértigo, el horizonte es el prólogo.