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Crítica 'Nina y Laura' y 'Santa Teresa y otras historias'

Del amor y otras soledades

Se extiende cada vez más la idea según la cual el cine debe narrar ordenadamente una historia, contarnos paso a paso un relato rectilíneo, sin cambios de rasante, que pueda resultar accesible, directo y asimilable a los ojos de cualquier espectador, sin regatear el menor detalle ni la más mínima licencia narrativa. Si todo esto fuera realmente cierto, la lógica nos conduciría a reinventar nuevas categorías en torno a lo que entendemos por séptimo arte y apartar a quienes, por convicción propia, no han desarrollado sus carreras profesionales empleando las normas establecidas por el discurso dominante y han decidido, por el contrario, emprender su propio vuelo, sin sometimiento alguno que no sea el de sus propias certezas personales acerca de cómo deben plasmarse sus ideas en la pantalla.

No existe, en resumidas cuentas, forma humana de convencer a quien no desea, bajo ningún concepto, dejarse convencer sobre un tema que alimenta continuamente el debate sobre la necesaria reoxigenación del cine a la luz de los nuevos paradigmas que, desde distintas plataformas internacionales, están pidiendo paso en medio de una creciente y cada vez más incontrolable oferta audiovisual para filtrar algo más de sensatez y creatividad en esta suerte de gigantesca iconosfera que lo invade todo. Por eso, la presencia de una mirada alternativa como la que nos propone cada año esta modesta pero sustanciosa muestra cinematográfica en la que, a tenor de lo visto hasta ahora, sigue prevaleciendo, por encima de todo, un cine de inequívocos tintes experimentales.

Pues bien, una prueba más de la diversidad temática y estilística que caracteriza a las últimas generaciones de cineastas iberoamericanos independientes la encontramos en los dos largometrajes que hoy presenta Ibértigo en la Casa de Colón, tras el brillante arranque ayer con la producción dominicana Cocote, de Nelson Carlo de los Santos. Nina y Laura (2015), del costarricense Alejo Crisóstomo, y Santa Teresa y otras historias (2014), la opera prima de de los Santos, son dos películas diametralmente opuestas en su concepción visual aunque unidas, eso sí, en un esfuerzo común por reflejar en la pantalla asuntos que no dudo de que podrían levantar serias ampollas, tanto entre los consumidores habituales del cine mainstream como en el ámbito de los defensores más irreductibles de la moral tradicional. En cualquier caso, no serían precisamente estos los perfiles que demandaría nunca su público natural. Afortunadamente, ninguna de las dos cae en los fáciles clichés que espera uno ver en géneros tan manoseados como el melodrama de corte sentimental o el documental.

En Nina y Laura Crisóstomo nos sumerge en la tormenta emocional de Nina, cuyo hijo de cuatro años acaba de fallecer y cuya relación con Laura, su pareja sentimental, no pasa por su mejor momento. Un personaje que necesita vivificar continuamente sus recuerdos para poder sobrellevar el drama de una soledad sobrevenida que ha irrumpido en su vida con tal fuerza que ha paralizado por completo su apacible existencia en un cómodo barrio residencial de San José. La película, galardonada en diversos certámenes latinoamericanos, muestra la vida cotidiana de su joven protagonista mediante un admirable ejercicio de introspección visual que explora a fondo las raíces de su dolor, evocando diversos pasajes de su problemático pasado familiar y revelando, sin concesión alguna, el callejón sin salida en el que ha desembocado.

Nelson Carlo de los Santos, del que vimos en la jornada inaugural Coco, su segundo largometraje, debutó, en 2015, con Santa Teresa y otras historias, un insólito documental sobre la ciudad de Juárez, acompañado de los hermosos textos de la novela homónima del malogrado escritor chileno Roberto Bolaño, donde el director dominicano penetra en las zonas más oscuras y siniestras de la populosa ciudad mexicana para mostrarnos la cruel realidad de una población asediada por el crimen, la superstición religiosa y la corrupción. La película, pese a sus continuas inflexiones visuales, respira verdad por todos sus poros al tiempo que destila una extraña pero intensa coloración poética que no nos abandonará hasta sus imágenes finales.

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