¿Qué significan para usted homenajes como el que le ha rendido este Festival?

Es inevitable plantearse si es justo que le hagan un homenaje a uno ahora y no a otro. Lo que pasa es que uno paga el precio de cierta vanidad mínima, porque todo homenaje te gratifica y lo agradeces. Te parece que está muy bien que te reconozcan que has hecho cosas geniales y que tu vida ha sido un ejemplo de profesionalismo (risas). No, en serio, es bonito.

¿Cómo es su proceso creativo, cómo se acerca a los personajes? En la rueda de prensa previa pudimos ver que es un hombre emotivo, ¿le sirve esto para su trabajo?

Ayuda, siempre y cuando la emoción no se convierta en una suerte de exhibición de la gran alma que todos tenemos. Es tan pernicioso hacer de la emoción una especie de centro exhibicionista como negarla. Te obliga a un nivel de cautela, afectivamente bastante puntilloso, bastante controlado, porque, si no, uno se convierte en una especie de personaje llorón, que todo lo traduce a partir de lágrimas. Lo digo porque, a veces, uno piensa que la emotividad en sí es un valor y no lo es. En realidad es una especie de fondo de la paella que está por ahí, y que, según el personaje, vale la pena ponerlo en funcionamiento o no. En general, no tengo para esto ninguna formulación. Lo que me importa mucho es la lectura de guión, porque ahí aparece la clave. Una historia hermosa que se puede contar bien, implica que los personajes sean atractivos, más allá de que sean cortos o largos. Después aparecen todas estas cosas muy de los actores, que son la imaginación, cómo come, cómo camina, cómo duerme, cómo es con el vecino. Hay una suerte de componente ético, aun en el individuo más despreciable. Cuando tú haces un personaje horrendo, francamente rechazable, como puede ser un torturador, un nazi, se hace notable y reveladora su actitud, cuando lo humanizas. Sería muy sencillo decir: "Este señor que hace tales bestialidades es una bestia". Entonces, ¿dónde está la contradicción? Si le das el matiz de que los que hacen esas cosas terribles son humanos, ahí es donde está el horror. A Himmler le gustaba escuchar en los campos de concentración a Haendel, a Mozart... y esto le convierte en un ser francamente espeluznante. No hay seres buenos y malos, sino seres humanos. Cada actor tiene su propia definición de los métodos, y en lo que no variamos unos y otros es en que a todos nos gusta que nos digan que estamos bien (más risas).

¿Se identifica en algún momento con la figura del actor fetiche?

No, la verdad. Creo que eso es una comodidad periodística. El cine es muy complejo. Es una especie de olla de grillos donde tú te metes toda la mañana a dirigir a 40 actores y técnicos. Entonces, por pura comodidad, muy a menudo ruedas muchas películas con los mismos elencos. Quizá es porque tienes una complicidad afectiva muy honda. Una parte del corazón está ya cubierta por actitudes de afecto. El fetiche sería considerar que no habría un cuadro que pudiese pintarse sin una modelo determinada. Picasso no habría dibujado nunca y Dalí sería un tonto de atelier.

¿Qué es lo último que ha aprendido de un compañero o compañera de rodaje?

Hay una cosa en el mundo de la actuación, y fundamentalmente en el mundo del cine, que obliga sí o sí a aprender, o, al menos, a estar muy alerta. Hay gente capaz de estar en un set con una suerte de rotundez, de condición casi terráquea para enfrentar el mundo de la cámara, de los nervios y más allá. Es el caso de Victoria Abril, por ejemplo, que es un animal de la actuación. Tiene una rara relación con el mundo de las cámaras, las luces. Es muy difícil encontrarla en un momento de no creatividad. Al tiempo ves a actores que tienen un sutil y profundo manejo de la economía. Son auténticos estrategas de sí mismos. Saben hasta dónde tienen que llegar y su capacidad de entrega es muy sutil, muy acotada. Eso me maravilla y me hace feliz.

¿A la hora de elaborar los personajes, es usted más de matices o de registros?

No están separados. Lo que diferencia la actuación de cualquier tipo de expresión creativa es que, frente al cuadro, a los óleos y los pinceles, tú eres un elemento que mecánicamente los toma y pinta. El actor es violín y ejecutante a la vez. Hay una cantidad enorme de matices, por ejemplo, en el esfuerzo de comunicarte con alguien, que, si los observas, te das cuenta de que algunas veces gastas más energía cuando actúas que en la vida real. Conseguir esa economía es lo ideal. Le pongo un ejemplo más concreto. Yo querría tener en mi vida de actor, aunque sea dos o tres minutos por año, lo que tienen Ronaldinho o Zidane. Que en un metro cuadrado son capaces de hacer florituras que no las puede hacer ni Mozart, ni Picasso.