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Ibértigo 2017

El obrero errante

El obrero errante

La de hoy se convertirá, sin duda, en otra jornada de buen cine para el público de Ibértigo. Tres jóvenes cineastas, el tándem formado por los brasileños Joao Dumans y Affonso Uchoa y el cubano Carlos Lechuga presentan, respectivamente, Arábia y Santa y Andrés, dos sólidos largometrajes sobre la soledad, la represión política, la homosexualidad y la interdependencia emocional, inspirados en sendos guiones originales, cuya consistente puesta en escena compensa sobradamente la precariedad presupuestaria con la que, evidentemente, han sido abordadas ambas producciones. Arábia, por su parte, participó en la pasada edición del Festival de Rotterdam, un certamen que maneja criterios altamente exigentes a la hora de determinar el perfil de su programación, y Santa y Andrés obtuvo, en la edición celebrada el pasado mes de marzo, el Premio a la Mejor Película Iberoamericana en el Festival de Guadalajara, tras ser retirada por la organización del Festival de Cine Iberoamericano de La Habana por su posición abiertamente crítica frente al socialismo cubano.

Se trata, especialmente en el segundo caso, de un trabajo realizado con escasos medios, dos escenarios naturales y un exiguo reparto que no supera la media docena de intérpretes, lo cual da una idea de las dificultades que entraña este tipo de rodajes y de los méritos que hay que atesorar para poder salir airoso de tan enojoso embate. Así todo, ambos filmes muestran, con meridiana claridad, que tras las cámaras se mueven profesionales solventes, que saben cómo se construye una película sin caer en ningún tipo de cliché ni de estereotipo melodramático.

El filme brasileño, protagonizado por actores no profesionales, se nutre en parte de una historia verdadera que gira en torno a los avatares de un joven obrero metalúrgico que encuentra, tras la muerte de un colega, un cuaderno de notas donde se revelan las experiencias personales del difunto trabajador a lo largo de una dolorosa existencia como obrero especializado a lo largo y lo ancho del país. La película, narrada desde una mirada poética, pone su foco crítico en la persistente situación de desigualdad, violencia y miseria que arrastra Brasil desde tiempos inmemoriales, dejando que las sabias y sentidas palabras que recoge el viejo cuaderno del obrero muerto vayan articulando un alegato sin paliativos contra un mundo ahogado en un profundo pozo de indiferencia, insolidaridad y corrupción.

El filme de Uchoa y Dumans también comparte de alguna manera el mismo discurso de Arábia, aunque los dardos, en esta ocasión, se dirigen a dianas mucho más concretas. El drama de Andrés, un escritor homosexual que vive hacinado en un rincón perdido del Oriente cubano represaliado por el Gobierno y el de Santa, la joven campesina encargada de su vigilancia, constituye la metáfora más acertada sobre la situación del propio país, que vive en una permanente e incómoda encrucijada: dos polos de una misma realidad que se buscan, se encuentran y, sin embargo, acaban eligiendo caminos diametralmente opuestos, pese a la proximidad sentimental que los une.

Así pues, no es de extrañar que la película, aún con los éxitos cosechados en los certámenes internacionales adonde ha sido invitada, siga aún vetada en los cines cubanos. Su desgarrador retrato de la Isla durante la represiva década de los años 80 no es fácil de digerir para un país que, además de sufrir uno de los bloqueos económicos, comerciales y financieros más injustos y miserables del planeta, se ha de enfrentar a un establishment nada proclive a erradicar cualquier asomo de censura política.

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