Roma, ciudad abierta, a la que conducen todos los caminos, desde las cartografías neorrealistas de posguerra hasta los silencios románticos en La boca de la verdad o el desenfreno en la vacuidad nocturna de Jep Gambardella. Y en los últimos tiempos, en los que cayeron muros pero se levantaron fronteras, Roma también es destino de sueños truncados, donde mujeres migrantes como Luz (Laura Rojas) buscan los mimbres de su futuro desde los rincones en penumbra.

Los objetos amorosos (2016), primer largometraje de ficción de Adrián Silvestre, se construye "como un puzle", en palabras de su director, quien ensambló sus piezas en un engranaje cinematográfico de crónica social; una historia de amor entre dos mujeres y el juego paisajístico con la belleza decadente y monumental de Roma. "La película es la suma de un planteamiento amoroso entre dos mujeres, que hacen de sí mismas, con un trasfondo social en el que otros secundarios revelan las historias de sus vidas sobre ese bello decorado que es Roma, al que los personajes están pegados y donde todos encajan, pero no terminan de integrarse del todo", relata Silvestre, que ha paseado Los objetos amorosos por más de 40 festivales y que el próximo mes cumple un año de trayectoria en pantalla grande.

"El resultado sirve para plasmar una realidad a partir de toda la investigación y el trabajo de campo que he hecho en torno al género y la inmigración en proyectos anteriores en Cuba y en Madrid, así como a partir de talleres en Alemania, Madrid e Italia", añade el director, que introduce los testimonios de mujeres que participaron en estos talleres y que desnudan sus vivencias reales ante la cámara.

El 'cómo'

Silvestre aterrizó ayer en la capital grancanaria para presentar su película en el ecuador de la décimo quinta edición de Ibértigo. Muestra de Cine Iberoamericano, que proyectará el filme hoy en un pase único en la Casa de Colón.

Premiada en el Festival de Cine de Sevilla, en la sección Resistencias, Los objetos amorosos se enmarca en el cine que rompe los esquemas: en su arquitectura narrativa y tonal, en la utilización libre y creativa de los tiempos, en su apuesta por lo real frente a la fábula y en el propio discurso que subyace a la trama, donde se desbaratan todos los horizontes de su protagonista. "Para mí, más que el qué, lo fundamental ha sido el cómo: la idea era generar un hipertexto sin miedo a poder cambiar de repente los formatos o a abrir un hilo narrativo y, luego, romperlo totalmente", manifiesta. "En este sentido, tenía más sentido jugar a hacer un documental y mostrar a personas reales para que el espectador entendiera mejor de dónde vienen estas mujeres migrantes, cómo se sienten y qué opciones y aspiraciones tienen. Y una vez comprendido este background, me lanzo a urdir una historia de amor entre dos personas opuestas en los rincones de una Roma inhóspita. Y creo que el público, pese a los riesgos, lo ha entendido muy bien", indica.

La relación romántica entre Luz (Rojas) y Fran (Nicole Costa) guarda su símbolo en el título del filme, que Silvestre toma prestado del capítulo tercero de El arte de amar, de Erich Fromm. "No leía este libro desde los 16 años y, al repasar ese capítulo, vi que era claramente uno de los temas de la película: esa idea de amar al otro como objeto y no como sujeto; de proyectarnos en el otro por lo que queremos que sea, y no por lo que es, y no amar tanto la identidad del otro como la proyección de nuestra propia identidad", apunta. "Esa idea de narcisismo y de irrealidad, que hoy es casi una enfermedad social, se reflejaba muy bien en lo que yo quería contar a través de la historia de amor entre Luz y Fran".

Ambas se aman desde las antípodas, porque "Luz es un personaje más ingenuo, que se proyecta hacia el futuro, que no tiene miedo a amar ni a asumir desafíos, mientras que Fran está huyendo de su pasado y es muy escéptica con respecto a lo que el futuro le pueda deparar". "Y cuando se conocen, las dos aprenden mucho la una de la otra, pero también se produce un choque de trenes. Y a través de la relación, la comunicación y el amor, cada una mejora un poco y aprende a complementar ese lado que le falta a la otra aunque, a medida que se conocen, se dan cuenta de cuánto las separa".

Con todo, Silvestre arroja luz a través de Luz sobre aspectos identitarios como la sexualidad, la inmigración, la maternidad o la búsqueda, que retrata en la frontera entre el documental y la ficción, la espontaneidad y el guión, los actores profesionales y "las personas de la calle". Y el ejercicio de retratar esta realidad poliédrica se acomete desde la más absoluta libertad creativa y la noción del cine como lenguaje, "que siempre es más fácil que la tenga un artista que un director de la industria", concluye.