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Crítica 'Una ciudad de provincia'

La vida sin aditivos

Concluye esta tarde la decimoquinta edición de Ibértigo, tras ocho largas y jugosas jornadas, con la sensación de habernos acercado algo más a la cada vez más compleja realidad que muestra el cine iberoamericano desde que abriera de par en par sus puertas a una hornada de cineastas jóvenes con ganas de transformarlo todo: sus cánones narrativos, sus historias, sus miradas a sus entornos sociales, políticos y existenciales más cercanos y, sobre todo, por su posición de oteadores, y protagonistas a un mismo tiempo, del proceso irrefrenable de transubstanciación del que está siendo objeto el lenguaje cinematográfico en el ámbito del cine independiente internacional desde hace más de una década.

La muestra, cuya supervivencia sigue garantizada gracias a los ímprobos esfuerzos que despliegan cada año, de forma altruista, los miembros del colectivo Vértigo, nos ha permitido tener acceso, y esto ha sido lo más importante, a un puñado de filmes que representan el paulatino cambio de paradigma que ha ido experimentando, durante las últimas décadas, la industria del cine en países como Colombia, México, Cuba, República Dominicana, Brasil, Argentina, Perú, Costa Rica, Honduras, Portugal o Chile, éxitos refrendados por un largo rosario de galardones obtenidos, en muchos casos, en los certámenes cinematográficos más prestigiosos del mundo.

Y para cerrar la presente edición la organización ha programado la première internacional de Una ciudad de provincia (2017), del cineasta argentino Rodrigo Moreno, del que pudimos ver ayer Réimon, un trabajo de corte observacional, sobrio, sugerente y de fuerte aliento poético que pone claramente de relieve el talento de Moreno para penetrar silenciosa y objetivamente en la vida de un personaje sometido a una disciplina laboral rutinaria y gris como modelo ejemplar de empleada de hogar.

En Una ciudad de provincia, ambientada en la pequeña población de Colón, en la provincia argentina de Entre Ríos, el cineasta prosigue con su idea de mostrar, mediante una mirada neutral y objetiva, el pálpito vital de una comunidad que no hace cosas demasiado distintas a las de cualquiera otra en cualquier rincón el planeta, pero que merced a la capacidad de movimiento que demuestra en el manejo del lenguaje y al baño de naturalidad que cubre toda la película, al espectador le parece estar asistiendo a una suerte de representación colectiva en medio de un escenario urbano donde no parece suceder nunca nada.

Sólo el milagro cotidiano de centenares de vidas que transcurren apaciblemente frente a la mirada de un observador que rastrea sin otro objetivo aparente que capturar, no sé si al azar, trozos de esas vidas y mostrárnoslos ante nuestros atónitos ojos como algo excepcional que discurre ante nuestra presencia sin que, en la mayoría de los casos, nos apercibamos de ello.

Moreno, que asistirá esta tarde a la presentación del filme, nos dibuja un retrato lineal de una comunidad de ciudadanos cuya existencia es mostrada a través de una mirada particularmente conductista de la vida o, si lo prefieren, con ojos de entomólogo, un modo de ver, de ser y de actuar que merece, como de alguna manera parecen reflejar las imágenes de este filme, que nos miremos más, que observemos todo lo que nos rodea con mayor atención, armonía y equidistancia.

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