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Música Crítica

Shlomo Mintz, en plenísima forma

Espléndido recital de uno de los grandes violinistas de cuna o ascendencia israelita, lanzados por Isaac Stern al estrellato internacional. Después de su presencia de hace años en el Festival de Música de Canarias, Shlomo Mintz, nacido en Moscú y crecido en Israel, ha vuelto a Las Palmas en plenísima forma, acompañado por un importante pianista holandés, Sander Sittig. La inspiración luminosa y la calidad melódica de la tercera Sonata de Brahms (op.108 en re menor), obra de plena madurez como todas las escritas en su "decenio de oro", fue un alarde de elegancia, estilo y fidelidad creativa al texto. El juego fluido, fácil y emotivo de Mintz, con un violín de sonoridad nítida y carnosa a la vez, delineó admirablemente el carácter de los cuatro movimientos, con musicalidad insuperable en el tercero y jubilosos acentos expansivos en el agitato final. Antológico.

Previamente, el duo había bordado el cálido Poema op.25 de Chausson, acentuando su compromiso entre el romanticismo final y el primer impresionismo para sonorizar la espiritualidad meditativa y la sublimación del deseo que crece hasta límites casi congestivos en las últimas páginas, sencillamente prodigiosas en la expresión de ambos artistas.

Llegaron finalmente tres obras de Sarasate, el Capricho vasco op.24, la Fantasía Carmen op.25 y la Habanera (esta última como bis) exultantes en su refinado rapsodismo y pasmosas en términos virtuosísticos. Sería prolijo describir los recursos técnicos del compositor en la ornamentación de los temas, porque aparecen -y suenan íntegros en la ejecución de Mintz- todos los posibles y en especial los imposibles, con una apariencia de naturalidad que verifica el dominio de un superdotado.

Cito en último lugar la obra de inicio del recital, la Sonata K.454 de Mozart, porque fue una versión apática, desganada y no muy limpia, que nos hizo temer lo peor. Por fortuna, lo que vino después relegó la mala impresión mozartiana al terreno de lo inexplicable. Muy complacido con las ovaciones del público, tocó finalmente el bis de Sarasate ya citado, y el salonero, encantador Tambourin chinois de Fritz Kreisler.

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