El teatro imposible de Lorca, que el poeta granadino tildó de "irrepresentable" antes de que el golpe fascista asfixiara los sueños de vanguardia, vuelve a despertar en las tablas del Teatro Pérez Galdós, porque su pacto con la renovación teatral no cayó en las fosas del olvido. Así que pasen cinco años, inscrita en la trilogía lorquiana del teatro imposible, junto con El público y Comedia sin título, vuelve a hacerse posible en los escenarios de la mano de la veterana compañía teatral Atalaya, en coproducción con el Centro Dramático Nacional.

El dramaturgo jienense Ricardo Iniesta revisita esta fábula poético-onírica, después de dirigir una primera versión con Atalaya en 1986 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, que distinguió a Carmen Gallardo como actriz revelación.

Treinta años después, Atalaya estrena una relectura de la propuesta más premonitoria de Lorca, sofocada en su estreno primigenio en 1936 por el estallido de la guerra civil española, que el propio poeta anticipó bajo el título Así que pasen cinco años, al igual que su asesinato, representado en el texto en la muerte del protagonista. La obra, en el horizonte de la modernidad, gravita sobre "el tiempo que pasa", tanto en su trama sobre la espera amorosa como en su retrato de los tiempos convulsos de preguerra, plasmados con una impronta fatalista de tragedia griega y un prisma surrealista que caló en las corrientes europeas en los años 20 y 30.

"El proceso de investigación de volver a llevarlo a escena fue muy interesante, porque descubrimos otra lectura completamente diferente a la que habíamos formulado hacía 30 años", expone Iniesta al respecto de esta nueva versión, que conquistó a la crítica teatral durante sus siete semanas consecutivas de exhibición en el Valle-Inclán de Madrid. El dramaturgo afirma que el resultado es "una propuesta muy diferente", cuyo elenco artístico aumenta de seis a nueve actores en escena, que dan vida a casi 20 personajes. Eso sí, el texto permanece intacto. "No hemos prescindido de una sola coma", afirma Iniesta, "porque las obras de los grandes, como Valle Inclán o Lorca, no se deben adaptar, porque hay que verlos como eran y porque, además, su obra está muy viva". "Y si no lo hubiesen asesinado, Lorca hubiese sido uno de los grandes de la dramaturgia del teatro universal, porque anticipa una serie de referentes de lo que fue el teatro del siglo XX", añade.

Sin embargo, su inmortalidad se refleja en que "lo maravilloso del teatro y la poesía es que uno regresa a ellos después de 30 años y te producen una sensaciones totalmente diferentes, tanto por lo que has vivido en ese tiempo como por los cambios que se producen en el país", indica. En este sentido, Iniesta compara los marcos temporales de sus dos aproximaciones a la obra de Lorca con dos etapas marcadas en la pintura de Goya, "los paisajes de las fiestas en la pradera de San Isidro, que es una España luminosa, y los cuadros de Saturno devorando a sus hijos, que es la España negra, que hoy está devorando a sus hijos".

"España, en 1986, no tiene nada que ver, lamentablemente, con la España de 2016. La primera era una España esperanzada, fresca, emergente, que miraba hacia arriba. Mientras que la de 2016 es una España hacia abajo, oscura, tenebrosa, con los corruptos en el poder y la juventud yéndose del país", sostiene. Y esa penumbra conecta con los claroscuros de la España que vivió Lorca, porque "España en aquel tiempo era un país muy moderno antes del golpe fascista", concluye. "Sin embargo, Lorca ya hablaba de la posibilidad de haber o no salida. Y en este texto hay una premonición que dice: 'existe un pozo donde caemos todos'. Y es el pozo de la guerra civil que se abre cinco años después, en el que caen todos los españoles, y en el que cae él literalmente. Una fosa de la que no ha salido, igual que miles de españoles que no han salido aún de esas fosas, en los bordes de las carreteras de este país".