El pintor grancanario Alejandro Reino, uno de los retratistas más distinguidos de España, falleció ayer en la capital grancanaria, el mismo día que cumplía 83 años. El artista cultivó una larga trayectoria nacional e internacional en la pintura, el dibujo y la fotografía, encabezada por su virtuosismo en el retrato, que cristalizó en más de 400 cuadros y que, a partir del nuevo milenio, entreveró con las nuevas tecnologías para seguir creando con el pulso de los nuevos tiempos.

Su estilo artístico basculó entre el imaginario abstracto, la figuración hiperrealista y las composiciones fotográficas digitales, por lo que su trayectoria se dibuja como un singular entramado de caminos en continua búsqueda de nuevas formas de expresión. Su obra forma parte de los fondos de prestigiosas colecciones internacionales públicas y privadas, entre los que desfilan los retratos de Mohamed VI, Hassan II y la Familia Real de Marruecos, el Rey Simeón de Bulgaria, los presidentes del Cabildo de Gran Canaria o celebridades como Yves Saint Laurent, así como una ringlera de personalidades destacadas y anónimas de la sociedad canaria con las que cruzó su camino. Junto con Millares y Chirino, el pintor figura hoy en el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de Historia.

"Creo que hay algo cierto en esa creencia primigenia de que quien reproduce tu imagen absorbe algo de ti. Y yo me enriquezco con lo que extraigo de la gente que pinto porque me sucede como a todos, que vamos enriqueciendo nuestra vida a través de la absorción de los demás", manifestaba el pintor, cuya técnica, lejos del posado, consistía en fotografiar al retratado durante la secuencia de un diálogo.

La comunidad artística de Canarias lamenta la pérdida de un pintor único, culto y brillante, devoto de Caravaggio, que postuló un discurso intelectual crítico en los debates sobre arte contemporáneo y que, en su octava década, atravesaba un momento de efervescencia artística desde su noción del arte como un acto creativo de libertad.

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1935, Alejandro Reino se inició en la pintura de manera autodidacta después de cambiar los micrófonos de Radio Atlántico por el pincel. En 1955, zarpó a Madrid junto a Manolo Millares, Martín Chirino y Manuel Padorno a bordo del trasatlántico Alcántara, que constituyó un viaje histórico y referencial en la travesía nacional del arte. En marzo de 1957, Reino inauguró una exposición de figurines de moda en la casa madrileña de César Manrique, que suscitó el interés de la prensa.

En esta etapa primigenia, Reino trabajó con el diseñador vasco Cristóbal Balenciaga y ambos viajaron a París, donde el pintor trabó contacto con el modisto francés Yves Saint Laurent. A finales de la década, participa en la exposición colectiva Blanco y Negro, en la Galería Darro de Madrid, donde figura junto a artistas en primera fila de la vanguardia europea.

Grupo Zaj

En 1964, Reino se integra en el Grupo Zaj, el más radical de los movimientos artísticos de la historia del arte español, fundado por el artista grancanario Juan Hidalgo, junto a Walter Marchetti y Ramón Barce, que se articuló como un grito artístico rebelde en plena dictadura. El colectivo embarcó a artistas como José Luis Castillejo, Manuel y Ramiro Cortés, Luis Mataix, Eugenio de Vicente, Luis Cuadrado, Alain Arias-Misson e Ignacio Yraola y promovió acciones en las coordenadas del arte conceptual y la poesía experimental, con la música de vanguardia como punto de encuentro. El Grupo Zaj expuso de forma colectiva en el Instituto Cervantes de Roma y sus míticas postales rezaban: "Zaj es como un bar. La gente entra, sale, está; se toma una copa y deja una propina".

En esta década, Reino formó parte del grupo fundador del Museo de Arte Abstracto de Cuenca, junto a Gustavo Torner y Gerardo Rueda, y de la Galería Juana Mordó. En 1965, diseña una máscara para un concierto y exposición ZAJ por las calles y plazas de Madrid donde también se muestran obras de Ramón Barce, John Cage, Juan Hidalgo y Walter Marchetti. Además, durante estos años participó en bienales en París, Oslo y Japón, así como en galerías de Madrid, Barcelona, París y Nueva York.

Después de acomodarse en residencias en París, Roma, Estoril (Lisboa) y Nueva York, Reino se instala en Marrakech, donde diseñó su propia casa del Palmeral y residió hasta principios de los años 90, frecuentando a numerosos artistas internacionales y coleccionistas de sus obras. En esta etapa, el pintor se convirtió en retratista oficial del monarca Hassan II y realizó una importante nómina de retratos por encargo , entre los que se encuentran las imágenes de los presidentes del Gobierno de Canarias y del Cabildo de Gran Canaria, así como personajes políticos y financieros como el rey Mohamed VI y miembros de la Familia Real marroquí, el Embajador Príncipe Bandar ben Sultan de Arabia Saudita, Talitha y Paul Getty, Francesco Smalto, Yves Saint Laurent, el Rey Fahd de Arabia Saudita, el Príncipe Sultan ben Abdul Aziz o el Príncipe Abdullah, entre otras personalidades del mundo árabe.

Tras su regreso a Las Palmas de Gran Canaria, a la que siempre quiso volver, Reino acometió una amplia labor creativa, que exhibió en los principales museos y galerías de la capital grancanaria, como el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM), el Centro de Arte La Regenta, la Galería Saro León o el Centro de Iniciativas de La Caja de Canarias (Cicca), tanto a título individual como en colectivas e, incluso, muestras retrospectivas.

La inauguración del nuevo milenio abrió paso a la exploración de nuevos territorios creativos a partir de la incursión en las nuevas tecnologías, que vertió en su primera muestra de composiciones titulada Los dinteles de la muerte, en el CAAM, en 2006, donde trabajó con fotografías digitales y técnicas del Photoshop. El pintor continuó ahondando en la técnica de las composiciones digitales, que exhibió en muestras como E t Omnia Vanitas (2010) en el Centro de Arte La Regenta o L'inaperçu (2012) en la galería Saro León.

El pasado 2015, Reino expuso en la Fundación Mapfre Guanarteme una serie de retratos correspondientes a amigos y particulares que, para distinguirlos de los "encargos" de monarcas o presidentes, denominó "ejercicios de mano", que nunca concibió como para salas, pero donde "trasladó en una pincelada lo que adquirió de cada persona". Y ese legado permanece.