La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Entrevista | Alberto Conejero

"El teatro nos hace mirar nuestra fragilidad y enfrentarnos a ella"

´Todas las noches de un día´ es una historia de amor entre dos personas incapaces de amar", explica el dramaturgo

El dramaturgo Alberto Conejero, autor de 'Todas las noches de un día'. LA PROVINCIA / DLP

Todas las noches de un día se despliega como un texto de "alta densidad poética", ¿qué cuestiones esenciales desfilan entre sus alegorías?

Uno de los asuntos centrales de Todas las noches de un día es nuestra fragilidad a través de la cuestión del recuerdo. Me obsesiona la idea de que lo que a menudo consideramos como recuerdo es en parte una invención y cómo, a un mismo tiempo, el recuerdo nos inventa a nosotros y nos hace ser quienes somos. Por tanto, diría que estos son los asuntos centrales de la obra: por un lado, nuestros anhelos y fantasmas, que es lo que nos hace frágiles y, por otro lado, el recuerdo según la idea de que somos aquello que recordamos y somos mientras alguien nos recuerde.

¿Qué representa el invernadero como espacio simbólico o no-lugar dentro de la trama?

El invernadero y todo el mundo vegetal tiene, lógicamente, un montón de implicaciones simbólicas. Pero debo remitirme al comienzo de la historia, que empieza cuando un policía acude a este invernadero, que cuida un jardinero llamado Samuel, para averiguar el paradero de Silvia, la propietaria de la casa, el jardín y el invernadero, desaparecida varios años. A partir de aquí, la trama se desarrolla a partir de la declaración de Samuel a este policía -un personaje que no está presente en escena- y de la historia de amor vivida entre Samuel y Silvia en ese invernadero. Por tanto, el invernadero representa muchas cosas: habla de la belleza de lo inútil a través de ese espacio aparentemente inútil pero lleno de belleza, pero también habla de los ciclos de la vida, los ciclos de la resistencia -en definitiva, los ciclos de las plantas y las emociones- y, por último, también refleja todo ese mundo natural que es testigo de la historia de amor imposible entre Samuel y Silvia.

Sin ánimo de incurrir en el spoiler , ¿qué es lo que convierte ese amor en imposible?

Esta es una historia de amor entre dos personas incapaces de amar. Y eso es lo que la convierte en una historia de amor imposible. Desde el punto de vista del espectador tiene una carga emocional alta, porque le invita a estar pendiente todo el tiempo de si efectivamente esa historia va a culminarse o no. Pero, sobre todo, también quería transmitir una idea del amor que, si bien no se corresponde del todo con la idea del amor romántico, sí lo hace con la idea del amor excepcional. Sí, la idea del amor como una experiencia absolutamente excepcional.

Carmelo Gómez y Ana Torrent llevan sobre sus hombros el peso de la obra, ¿el texto se desarrolla como un diálogo o como un combate entre ambos?

Yo diría que la obra se desarrolla como un combate entre ambos personajes, porque el peso recae en ellos y no hay un protagonista y un personaje subsidiado, sino que son ellos dos en escena, defendiendo una función en la que lo que predomina es la palabra.

¿Cómo surgieron Samuel, Silvia, el invernadero y el amor imposible en su imaginación?

Pues me resulta muy difícil señalar cuándo empieza a escribirse una obra de teatro y cuando se termina, si es que se termina alguna vez. Esta es una historia en la que llevo trabajando desde hace años y no sabría precisar el momento del nacimiento, pero sí que responde a esa serie de temas habituales en mi teatro, como son la fragilidad y el recuerdo.

Y una vez que el texto pasa a manos de Luis Luque, y entran en escena su imaginario y el de los intérpretes, ¿cómo asume su transformación y, al mismo tiempo, en qué medida se ajusta el resultado a su idea original?

Yo asistí a varios ensayos con el equipo y, durante ese proceso, el texto sufrió varias modificaciones, pero yo siempre parto de la idea de que un texto teatral siempre está por escribirse, porque es algo vivo, nunca está del todo fijado. Y la suerte que tuvimos en este caso fue que, desde la versión original con la que empezamos los ensayos, los textos se fueron ajustado a Carmelo y a Ana, y sobre todo, a cómo ellos habitaron a Samuel y Silvia para que el texto les perteneciera aún más. Al final, el actor también es un co-creador del personaje, no un mero reproductor de lo que el dramaturgo ha escrito, porque el teatro es una suma de imaginarios.

¿Cuáles son los retos de plasmar en escena un texto con tantas líneas poéticas?

Precisamente, creo que lo singular y lo excepcional de Todas las noches de un día es la alta carga poética del texto, que es casi un poema de raíces y alas. Claro, había que contar con un equipo tan poderoso como el que está detrás para llevarlo a escena y, en ese sentido, estoy muy contento. Creo que vamos a tener la oportunidad de ver un tipo de teatro de texto que no es tan habitual y que los espectadores que acudan al Cuyás van a ver una historia de amores casi imposibles pero, sobre todo, van a tener una experiencia poética, donde hay una determinada materialidad del lenguaje y una historia de luces y sombras hecha con un alto sentido de la artesanía teatral, en la música, el espacio escénico y el vestuario, porque se ha cuidado cada elemento de la obra. Me siento feliz porque lo peor que le puede suceder a un texto teatral es que nunca se convierta en teatro y ahora llega el momento de ver cómo reacciona el espectador.

Su trayectoria reúne numerosas versiones de grandes clásicos, ¿se identifican estas reminiscencias en este texto?

Sí, creo que este texto dialoga con otros autores y autoras de otro teatro más poético o simbolista. Aunque yo soy el peor para hacer un diagnóstico, yo entiendo que tiene algún parentesco con el teatro de Tennessee Williams, con un toquito de Lorca o el Pinter de Viejos tiempos. Yo creo que no estamos sobrados de poesía y que nos hace falta compartir experiencias poéticas juntos. El teatro nos hace mirar nuestra fragilidad y enfrentarnos a ella y creo que, en ese sentido, la propuesta cumple con la esencia del teatro, porque no tenemos tantas ocasiones de vivir esa experiencia poética compartida.

Esa impronta lorquiana atraviesa muchas de sus obras, pero también cita como maestros a contemporáneos como José Sanchís o Juan Mayorga, ¿apuesta por ese diálogo de temporalidades en el teatro?

En mi están aquellos maestros de maestros y luego están otros autores más cercanos, como Mayorga o Sanchís, que han sido fundamentales en mi camino como dramaturgo. Aunque mi teatro quizás no esté tan emparentado en las formas con ellos, pertenezco a una generación de dramaturgos que ha tenido la suerte de poder formarse con estos autores, lo cual, además, te permite entender la escritura también como algo asambleario que se puede compartir, que se puede debatir y que se puede dialogar. Al final, la voz de un autor es la suma de todas las voces que le han acompañado, tanto en el contacto directo como en sus lecturas. Cada vez creo más que un texto es un cruce de textos y que una voz es una suma de voces.

Con todo, ¿cómo valora el estreno en el teatro Cuyás como casilla de salida del montaje?

Yo estoy encantado. Ya he estado en Canarias, donde di un curso hace un par de años y conocí el Cuyás, y es una emoción enorme que sea el punto de partida de Todas las noches de un día. El nacimiento de una función siempre es un momento delicado, porque es como un parto, y para mí es excepcional que nazca en Canarias, una tierra que quiero mucho.

Compartir el artículo

stats