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Crítica Jorge Drexler ('Salvavidas de hielo')

La pena no llega hasta aquí

Daba igual si los pies bailaban al ritmo del chamamé o de una bossa nova. Esas dudas, debates a baja escala según la zona de la platea, ya se habían convertido en un asunto trivial. Dos horas y pico después de que se oyera la primera nota en el Auditorio Alfredo Kraus, Jorge Drexler ejercía de chamán: cantaba, bailaba, marcaba el ritmo de su banda, se revolcaba por el suelo y el público, de pie, entregado, celebraba la vida. Sonaba, en el primer bis de la noche, La luna de Rasquí y allí, al final (o principio) de Las Canteras, en un pequeño rincón del mundo, la pena -como festeja esa canción- tenía un punto ciego. Poco importaba ya si la civilización se desmoronaba fuera. Drexler, a su manera, había hecho feliz a un puñado de gente. Y la velada, solo por eso -que no es poco-, ya había valido la pena.

Fueron los bises el punto culminante de una noche transformada en un carrusel de emociones, una cita en la que Jorge Drexler presentó su último álbum, Salvavidas de hielo, y ofreció una generosa ración de su repertorio sin convertir el concierto en una ciencia exacta. Acompañado del tinerfeño Martín Leiton, Javi Calequi, Borja Barrueta y Carlos Campon, despejó, poco a poco, la primera incógnita de la cita: cómo defender en directo un disco en el que los únicos elementos sonoros registrados durante la grabación fueron la guitarra y la voz. En vivo no hubo lugar para la indiferencia. La formación sacó músculo para sostener, jugar, dar vida y llenar de nuevos matices en directo canciones como Telefonía, Abracadabras, Asilo, Despedir a los glaciares, Estalactictas, Pongamos que hablo de Martínez -un cariñoso homenaje a Joaquín Sabina- o Silencio.

Ese último álbum hiló el recital, un concierto en el que Drexler varió el rumbo a su antojo sin miedo al vértigo por mezclar ritmos y sones. Dejó en el baúl, bajo llave y sin complejos, éxitos como Todo se transforma, Me haces bien o Al otro lado del río, subió de revoluciones ligeramente otros como Amar la trama más que el desenlace, maridó con buen gusto -para rendir tributo a Tom Petty-, Antes con Free Fallin, hipnotizó el ambiente con los ritmos a ratos cumbieros y a ratos hinduistas de Bolivia, reservó momentos íntimos -sólo con voz y su guitarra- con la audiencia para complacer las peticiones que brotaron de la platea - Soledad y Milonga del moro judío que vive con los cristianos-, le quitó el polvo a pequeñas joyas como 12 segundos de oscuridad y, paradójicamente, puso patas arriba el auditorio con tres temas de su anterior disco, tal vez el más alejado a las etiquetas que han marcado su carrera: Bailar la cueva, La luna de Rasquí y Esfera.

Innovar y arriesgar le sientan bien a Drexler, que el domingo, en Las Palmas de Gran Canaria, convirtió el Auditorio Alfredo Kraus en un asilo de resistencia junto a sus incondicionales y dejó un regusto dulce. Ya lo advirtió él mismo al cierre de Movimiento, la canción con la que abrió la noche y en la que nos recuerda que somos una especie en viaje: " Si quieres que algo se muera, déjalo quieto".

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