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Brenda Navarro Escritora

«Los que tienen el poder están cabreados con nosotras por existir»

‘Ceniza en la boca’, de Brenda Navarro, refleja los problemas que sufren las mujeres y las personas migrantes, con el foco en las realidades de las trabajadoras del hogar y el suicidio adolescente

La escritora Brenda Navarro.

‘Ceniza en la boca’, de Brenda Navarro, refleja los problemas que sufren las mujeres y las personas migrantes, con el foco en las realidades de las trabajadoras del hogar y el suicidio adolescente.

«There’s a headstone right in front of you / And everyone I know» [Hay una tumba delante de ti / y de todo el mundo que conozco]. Así son los versos de Vampire Weekend que Diego escucha en bucle y que tiene en su estado de perfil de WhatsApp. Diego es el adolescente que se suicida al comienzo de la novela Ceniza en la boca. La otra protagonista es su hermana mayor. Una joven mexicana que, junto a Diego, cruza el charco y se instala en Madrid con su madre, quien tuvo que dejarlos tiempo atrás. Pero pronto se muda a Barcelona, entre otras cosas, para escapar de su madre y del propio Diego, que siempre anda metiéndose en problemas. Aunque para dejar de ser la cuidadora de su hermano, debe trabajar cuidando ancianas españolas y limpiando sus casas.

La escritora Brenda Navarro (Ciudad de México, 1992) dejó pasmado al mundo editorial y a lectores y lectoras con Casas vacías, su primera novela, que tuvo un recorrido de lo más inusual. Ahora se enfrenta al vértigo de la segunda. Si aquella hablaba de violencia de género y de las frustraciones de la maternidad, aquí la maternidad es más bien un vacío y en torno a ella se anudan un sinfín de violencias, que no se pueden comprender por separado. Los debates en el seno del feminismo, los derechos de las trabajadoras del hogar, el aislamiento al que se somete a las personas migrantes, el suicidio de los jóvenes, el amor entre hermanos y el perdón como un bien que solo puede concederse ante una ausencia son algunos de los temas de esta novela. Se habrán dado ya cuenta: Ceniza en la boca, entre otras cosas y virtudes, pone a España ante un espejo en el que preferiría no mirarse.

Las limpiadoras del hogar y las cuidadoras tienden a aparecer como personajes de fondo. Usted las pone en primer plano. ¿Diría que fue la idea central de esta novela?

La idea central es el suicidio de un niño aventándose de un quinto piso en Madrid. El tema de las cuidadoras… Justo ayer una colega tuya me decía: «Bueno, pero es una chica muy inteligente esta mujer». Iba implícito el «para ser limpiadora, para no tener educación formal». Esa era parte de mi intención: no necesitas tener una educación formal para tener una visión propia del mundo y no necesitas, como escritora, tener una vivencia específica para entender que estas problemáticas, que no son tan atractivas para la mayoría de las y los escritores, deben tener lugar en la conversación literaria.

¿Cómo ha sido el proceso de construcción de esa mirada?

La ficción tiene esta posibilidad de echar a volar la imaginación y conseguir un personaje verosímil. Para mí era muy natural darle voz a una mujer que sea limpiadora, como puede ser natural darle voz a una astronauta que tiene un conocimiento muy técnico, pero sigue siendo una persona con necesidades humanas corrientes y tiene que limpiar sus trastes.

La oralidad, con una musicalidad muy cuidada, tiene mucha importancia en sus novelas. ¿Qué le atrae de este registro?

Tenía miedo de sentirme cómoda con esta oralidad que ya me había funcionado muy bien en Casas vacías. Me decía: «Debes salir de tu zona de confort...». Pero luego me di cuenta de que actualmente es también una postura política. Y quería rescatar, no solo la oralidad mexicana, sino también el habla de las personas bolivianas, colombianas, como de estos mixes que se hacen aquí en España. Fue un currazo, pero era importante porque se trata del fondo de la novela: estoy hablando de cómo muchas personas, con muchas identidades y un bagaje cultural tremendo, están enriqueciendo un país que no se está dando cuenta de esa riqueza ni de las grandes cosas culturales que se están gestando en los círculos de personas migrantes.

No puedo dejar pasar esta frase de la novela: «Los españoles te ofrecen su casa, pero nunca te dan la dirección».

La protagonista lo dice, pero la escritora lo toma de una alemana que lleva años en España. Me pareció una gran frase. En México hay una canción popular que se llama La negra, que dice «a todos les dices sí, pero nunca les dices cuándo». Me pareció un símil tremendo. Esas son las cosas que nos unen culturalmente. Somos personas que creemos que somos superacogedores, supersimpáticos, superamables, que siempre abrimos los brazos, pero en el fondo… No sé si la palabra es «hipócrita», pero sí una cosa de parecer amables para no mostrarnos realmente. Y esto lo digo como mexicana-española.

«Me di cuenta de que la oralidad, que me funcionó muy bien en ‘Casas vacías’, es una postura política»

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La protagonista refleja una división en el seno del feminismo entre las estudiantes –jóvenes blancas y de familias burguesas– y el grupo que al principio la arropa, «las primas», mujeres migrantes y precarizadas. ¿Qué le atraía de ese conflicto?

Por supuesto, no estoy revelando nada nuevo. Es una cosa que a mí me ha dolido mucho. Especialmente, en Barcelona me tocó ver manifestaciones de mujeres de la limpieza, no importa si son españolas o latinoamericanas, y siempre estaban muy solas, con dos o tres curiosas que solíamos ser latinoamericanas, y que, además, no nos quedábamos, dicho sea. Eso me duele personalmente. El otro día, Noemí López Trujillo, la periodista, contaba que una mujer trabajadora del hogar interpeló a Pedro Sánchez y que él ni siquiera volteó a verla. Eso es algo doloroso de lo que tenemos que empezar a hablar.

En Nada se opone a la noche, de Delphine de Vigan, la madre de la protagonista se suicida y la protagonista emprende un camino de comprensión y aceptación que culmina en la última página. En su novela, en cambio, parece que la protagonista comprende perfectamente esa opción y la valora como igual de válida que la vida.

Es muy peligroso hablar de estos temas. De eso se trata, de problematizar algo dentro de la literatura. Yo sí creo que todas las personas deberían tener derecho de preguntarse hasta dónde y qué tipo de vida quieren vivir. La sociedad no te permite tener un proceso de dolor en el que puedas estar triste. Me parece espantoso que a alguien que tiene una tristeza muy grande se le diagnostique como enfermo y no se escuchen sus motivos.

La novela habla de cómo hacerse adulta.

La novela trata la muerte y, sí, trata de cómo convertirse en adulta y ese enojo que te da el hacerte responsable de tus decisiones y saber que los adultos están igual de perdidos y perdidas que tú. Lo que les estamos diciendo a los adolescentes es: «No importa que esté horrible, tú sigue, obedece, obedece». Y yo me pregunto cómo les podemos estar diciendo que sigan viviendo sin sentarnos a escucharlos. Ellos también pueden pensar en el suicidio. No es que puedan, es que hay muchos adolescentes suicidándose actualmente.

En tu novela se ve cómo las vidas de las personas migrantes y las nacidas en España transcurren en realidades paralelas y solo ocasionalmente se tocan. ¿Qué tiene que pasar para que esto cambie?

Una persona o un colectivo no va a dejar de sentir enojo hasta que no dejen de atacarlos. Este problema que tenemos las personas que estamos en posiciones vulnerables, donde incluyo a las mujeres, los pobres… Se solucionará, en todo caso, cuando los que tienen el poder dejen de estar cabreados con nosotras por existir; están cabreados con nosotras porque les afeamos las calles, les afeamos el paisaje y les afeamos con necesidades humanas su mundo capitalista modernísimo. Están cabreados con nosotras, y cuando dejen de estarlo, probablemente quieran conversar, porque nosotras estamos conversando todo el tiempo.

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