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El otro mundo posible de Francisco Morote

En el libro ‘Clave altermundista’ manifiesta con firmeza su creencia en los deseos transformadores colectivos con el empleo de la inteligencia

Francisco Morote.

I

Por fortuna para la humanidad, hombres como Francisco Morote siempre han existido. Han sido y son los próceres, los prodigiosos, los benefactores que, con sus pasos, han contribuido y contribuyen a enriquecer la vida de sus semejantes; y son también sus maestros, aquellos que supieron trasladar a sus discípulos una imagen sobre cómo ha de ser el mundo que se necesita, los que lograron mostrar a sus discentes un punto de vista alternativo que caló en su entendimiento y que terminó por ser el sustento de cuanto ha hecho posible que los consideremos inmortales. Pensadores, científicos, estadistas, artistas…, desde hace milenios, nos han conducido de un modo u otro a este siglo XXI que ahora nos contempla, repleto de miserias, es cierto; mas lleno, henchido, de maravillas. ¿Mejorable? Sí, claro, todo siempre es perfectible; pero, sin duda, superior a lo que ha habido de aquí para atrás. Ninguna etapa de la historia, por muy virtuosa que haya podido ser y muy nostálgicos sus afines, se desea en el fondo repetir. La Edad Dorada no existe y la de los áureos, la de quienes, a la vanguardia de su tiempo, colocaron en el tortuoso camino de sus coetáneos baldosas para que pudieran avanzar más y mejor, no ha dejado nunca de darse.

El autor de este libro, inmortal maestro de inmortales, es uno de esos hombres de oro aludidos que, entre tantos calificativos positivos como hay, se ha hecho acreedor de uno que lo define a la perfección: esencialmente bueno. Su bondad le conduce a desear el bien a todos sin distinción. Su concepción de la totalidad es coherente: hay en su obra un lugar para los seres humanos y, junto a estos, para las especies botánicas y zoológicas, con las que compartimos el planeta en igualdad de condiciones. Como su pensamiento se articula con el propósito de defender a ultranza ese exclusivo hogar que poseemos, la Tierra, sus miras intelectuales y filantrópicas se orientan hacia nuestros semejantes, los únicos seres que han sido capaces de convertirse en agentes transformadores de la superficie terrestre, de la biosfera y de la biodiversidad.

Aunque el panorama que nos presenta no es el que debería ser, las atenciones que nos dedica son un grito de esperanza y convicción de que es posible vivir en un mundo mejor; un mundo más igualitario, más justo; un mundo de todos y no de unos pocos; un mundo, en suma, más radiante. El mundo que nos propone está más próximo a la felicidad y carece de lastres argumentales que motiven la conclusión de que habla de un lugar que habita en la imaginación y no en la realidad ni de que se deja llevar por el impulso de fundar una suerte de utopía cuya única validez se halla en la ficción porque no es así. Al contrario. Nada más factible, posible, tangible y realizable que todo cuanto nos expone como sugerencias para lograr ese altermundo, pues solo requiere de aquello que ha permitido estimular los cambios trascendentes a lo largo de los miles de años de historia que nos preceden: la voluntad de mejorar.

Morote cree con firmeza en la fortaleza que tienen los deseos transformadores colectivos y sabe cómo alentarlos haciendo uso del exclusivo y singular recurso que tenemos los seres humanos para sobrevivir, la única capacidad que nos diferencia del resto de las especies con las que compartimos el mismo planeta: una inteligencia que nos permite razonar, dialogar y escoger bajo parámetros científicos qué es lo que nos conviene. Por eso es un hombre generoso: porque no se ha guardado para sí su creencia ni su conocimiento; porque ha decidido invertir tiempo y energías a lo largo de su vida para trasladar la esperanza altermundista a través de sus pensamientos, sus análisis, sus conclusiones… Este libro es un reflejo de la preocupación que siente por nuestro presente y, de alguna manera, porque es humano y los afectos próximos sujetan de un modo especial, por el futuro que vivirán los suyos cuando de él nos quede solo la memoria y la palabra. En esta inquietud se fundamenta la razón filantrópica de sus miras y es aquí donde hallo, en un discreto y siempre cálido lugar del discurso, en los intersticios de los renglones, en el backstage de cada hecho declarado y reflexión compartida, la imagen de su nieto Luis. ¿Qué mundo le estamos dejando? Cuando tenga la edad en la que su abuelo publicó En clave altermundista, ¿cómo será la sociedad? ¿Más ecosocialista, ecofeminista y ecopacifista que en la actualidad? Él es el emisario de estas palabras, el llamado a atravesar la frontera que separa los siglos XXI del XXII. ¿Le hablará a su nieto como ahora, a través de este libro, le habla su abuelo? ¿Serán sus temas los mismos e idénticas sus preocupaciones?

Tiene Luis, sin duda, una hermosa misión: lograr que el mensaje que contiene estas páginas siga vigente cuando ya no estemos. Dentro de cincuenta años, convendría que cotejara su realidad con esta certera crónica de la época que nos ha tocado, tan repleta de injusticias, de fallos en el sistema y de errores que no se han subsanado porque no ha habido interés para ello; un periodo donde buena parte del planeta no puede tener una percepción nítida de que vive, sino de que se sobrevive. Nuestro deseo, el de Francisco Morote y el mío, y por extensión y suposición el de toda la gente de bien que nos rodea, es que dentro de medio siglo –probablemente próximo a la jubilación– Luis relea el libro y concluya que por fin el mundo –su mundo– es y está tal y como su abuelo consideró que debía ser y estar. Cuando eso suceda, logrará aprehender con la hondura necesaria que en 2022 la obra asimilada era un producto acerca de un pasado que se deseaba arreglar en el presente y que aspiraba a que en el futuro se viera como una lejana historia sobre lo que el mundo fue; y, al mismo tiempo, que su abuelo, consciente de las dificultades que suponía abordar el «altermundismo» y del peso que han de tener voces como «solidaridad» y «compromiso», se entregó en la teoría y en la práctica al generoso propósito de mostrarnos con la amabilidad de quien busca lo mejor para los demás qué debería ser extirpado y qué modificado; cuánto convenía ser añadido y qué era menester preservar.

II

La impresionante obra que nos convoca está dividida en dos grandes partes: la primera, denominada «Capitalismo», contiene ocho apartados y recoge un total de 67 artículos; la segunda, titulada «Altermundismo», distribuye su contenido en nueve secciones y 64 textos. Los 131 escritos que la componen se fueron publicando en diferentes medios de comunicación a lo largo del siglo XXI. El conjunto viene a ser una continuidad de su Después de la Guerra Fría y otros artículos, que apareció en la Editorial Fundamentos, en 1999, y que estaba constituido por un repertorio de escritos que, siguiendo las mismas directrices científicas, didácticas e ideológicas que el que nos convoca, habían visto la luz durante la última década del siglo XX. Ambos títulos forman una unidad de pensamiento y de preciso quehacer fácil de percibir en la coherencia del mensaje que se comparte y en la solidez de la argumentación con la que se desarrollan los diagnósticos de las situaciones y las propuestas que se ofrecen como alternativa.

Dos relevantes decisiones marcan la diferencia entre ambos proyectos editoriales: por una parte, la supresión, en el que nos reúne, de cualquier detalle que informe de la fecha de publicación. Aunque mantienen los escritos un orden cronológico, no se ha dejado constancia alguna de cuándo vieron la luz. ¿La razón? Consolidar la idea de que el problema que se plantea y el remedio que se proponen no son puntuales, específicos de un momento determinado, sino que están integrados en un extenso periodo que, en la connotación del lector, no debe quedar sujeto a los límites temporales que marca la datación del medio donde se han divulgado.

Por otra parte, no se interviene en la reiteración de los planteamientos, las citas, las conclusiones… que se dan en los artículos que comparten una sección. En una monografía, estas repeticiones podrían llegar a ser un antipático problema que dificultaría el acceso al texto; pero en una obra tan heterogénea y extensa como la que ahora nos reúne y tan dependiente de su naturaleza recopilatoria, no representa fallo alguno que exija una subsanación, pues contribuye a consolidar la noción de que nada de lo que se cuenta está desactualizado ni forma parte de un pasado ya superado. Por desgracia, todo cuanto se ha ido recogiendo en las últimas dos décadas de artículos sueltos y que ahora se ofrece agrupado por temas y contenidos más o menos comunes no ha desaparecido, y los crímenes contra los Derechos Humanos y nuestro Estado de bienestar se siguen perpetrando.

Además, el mantener las mismas citas en reiteradas ocasiones, las mismas ideas y los mismos datos en diferentes artículos tiene también mucho de letanía: es la retahíla de la conciencia, la oración de los males presentes y los bienes esperados. Los apuntes son terribles, la verdad es insoportable. Hay que repetirla, hay que anunciarla y proclamarla. No cabe el silencio. No es admisible la lectura pasajera, efímera, el vals de los ojos en los renglones, el salto de página, el desdén por el punzón. No. Han de clavarse los datos, fijarse, aprehenderse. Deben mortificar, dañar la estabilidad. Hablan de la desigualdad y de la injusticia, de la mala suerte y de la impotencia. Por eso no importa que se repitan; al contrario, es imperativo ser reiterativos en ellos. El olvido no ha de caber como excusa para la inacción, como tampoco la pereza ni la abulia.

Súmesele a lo señalado que nada hay más didáctico que volver sobre lo ya dicho, repetirlo, insistir en que conviene no deshacerse de lo apuntado para que se pueda constatar cómo encaja con lo nuevo. De ahí el método socrático que, en sus exposiciones, representa un rasgo de estilo; de ahí ese lenguaje accesible, próximo, preciso, impecable, sin buscar ese alambicamiento propio de quienes consideran que solo lo que llega a una inmensa minoría es lo que merece la pena escribirse y leerse. De ahí ese convencimiento que he tenido desde el primer artículo de que es esta una obra adecuada y necesaria para nuestro alumnado (el suyo, el mío) de secundaria y para el que cursa estudios superiores, pues sostiene su naturaleza sobre el hecho de ser un libro de historia reciente de la economía y la sociedad centrado en aquellos aspectos que se han abordado en los medios –de ahí que los hayamos podido conocer– y que, a la vez, en estos mismos medios u otros afines se ha ocultado y manipulado. No se cuenta nada que no deba saberse y que nuestros jóvenes no puedan asimilar ni comprobar.

A pesar del panorama desolador que parece mostrar, el autor no es pesimista. En el fondo, su fe en el ser humano es mucho más poderosa que cualquier opuesta posición que conduzca al derrotismo o la resignación. Por eso es la voz «esperanza» el término clave en este volumen, en esta pieza intelectual y académica indispensable, en este vademécum de historia reciente e historia probable que merece la pena morder y hacer morder, como la manzana edénica, para que se pierda el paraíso de la candidez y se sitúe al destinatario en un estado de conciencia del mundo circundante que lo habilite para actuar en su mejora.

III

Reconozco, tras la lectura de la obra, que defiendo, sostengo, proclamo… cuanto ha venido proclamando, sosteniendo y defendiendo Francisco Morote durante muchas décadas y que viene recogido en el presente volumen, una obra que me resulta imposible no calificar como un extenso, generoso y valioso catecismo de la solidaridad y del compromiso con los habitantes de la Tierra; una suerte de evangelio que no desmerece al religioso, pues habla del milagro de la verdad y de la fuerza de la esperanza, y fija el camino por donde ha de hallarse el remedio para las desigualdades. El mensaje sagrado del texto bíblico aquí se transmuta en uno de naturaleza social y ecológica (por encima incluso del que pudiera ser económico o político), que solo necesita del verbo científico para constituir el ensamblaje de un discurso que solo aspira a mostrar y demostrar que otro mundo es posible y que solo la voluntad por hallar el equilibrio es lo que hace falta. Los que están en lo alto han de bajar; y los de abajo, subir. En el punto donde se encuentren, ahí, en esa confluencia, se habrá de situar la virtud del siglo en el que vivimos. Quizás Paco y yo no lo podamos ver; esperamos que Luis, sí.

De la unión de personas, colectivos, pueblos, Estados, organismos… a favor del reto de construir el mundo definitivo, el que sabemos que queremos y que necesitamos (justo, solidario, pacífico y sostenible) va esta obra; y del compromiso –de un intenso, inmenso y hondísimo compromiso– para que los vínculos que guían el propósito sean indestructibles; y de una defensa a ultranza de la vida, de la nuestra y de la de ellos, de la de ustedes y de la de todo cuanto forma parte de lo que nos rodea. Por eso es este un libro bondadoso, aunque sea crudo en sus verdades, aunque duelan las desigualdades, aunque hieran las injusticias; por eso, es una obra que, casi sin proponértelo, te convierte en un militante activo del «altermundismo», en un convencido de que es posible hacer de nuestro planeta ese espacio maravilloso que tenemos claro que es a pesar de que nunca lo podamos ver ni disfrutar como nos gustaría.

Con el tomo en mis manos y, en mi intelecto, la profunda admiración por su contenido y por lo que representa, solo me resta asumir el compromiso que me corresponde con la causa. Atenderé al deber que conlleva luchar por el «altermundismo». Cuidaré de mi parcela, nuestra parcela; de ese huerto desde el que me será posible cultivar para compartir los humildes frutos, ya enumerados, de mi ecología, mi socialismo, mi feminismo, mi pacifismo y mi defensa de los Derechos Humanos; degustaré con mis semejantes cada pequeño logro, cada ínfimo paso que nos acerque a ese mundo deseado; e informaré a cuantos me acompañen que conmigo tengo el inmenso privilegio de llevar la buena nueva de la humanidad. Y cuando obtenga tras mi afirmación algún gesto de extrañeza, me bastará con mostrar un ejemplar de este libro y decir simplemente «hela aquí».

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