Arte

80 años del pintor Manolo Ruiz

Su estilo expresionista lo convierte en un referente de la plástica isleña

El aliento de Felo Monzón y de Miró Mainou ha sido la base de su incansable creatividad

80 años del pintor Manolo Ruiz

80 años del pintor Manolo Ruiz / José A. Luján

José A. Luján

José A. Luján

Cuando hablamos de un artista con motivo de un significativo aniversario como puede ser las ocho décadas del pintor Manolo Ruiz creemos que el ámbito de nuestra cultura ha de manifestar su satisfacción a la vez que propicia realizar una síntesis de las cualidades que lo han adornado en su trayectoria creativa.

Manolo Ruiz, de manera imborrable, arrastra en su memoria las primeras luces de su vida que se encienden en el paisaje mítico del barrio de San José. Allí, al borde del camino, le espera el cálido abrazo de su padre, que como un personaje bíblico, trabaja en silencio en su taller de torneador de la madera. Y la madre virginal, con sus cálidas manos de mujer isleña, cuida la sangre original donde agasaja el latido del infante que abre los ojos al mundo. Y quienes asistimos a su presencia en este paisaje de ciudad atlántica no podemos dejar de expresar el lirismo que brota de su memoria.

Luz del amanecer sube escaleras/ de un cielo transparente, sin las sombras,/ que anuncia primavera de leyenda/ en hermosa jornada creativa/ por el frágil camino de existencia./ Y ya afloran colores de pinceles/ que nacen en el mundo de tus ojos,/ en la larga memoria del Castillo / con la piedra inundada por las olas./ Y el olor de marisma en la rompiente / con fachadas que trepan la montaña,/ pisadas populares en ascenso,/ buscando las estrellas de la infancia.

La casa se convierte en la medida del tiempo. Aparece el alfa iniciático de los amaneceres que hacen que el muchacho comience a refunfuñar, pidiendo la pitanza. Y llegan los primeros pasos del vástago en el entorno interior de la vivienda. La luz de la media mañana lo lleva a la escuela donde aprende las primeras letras y pronto empieza a descubrir la fuerza de los colores y de las formas talladas que logra su padre con la madera. Y se fija en los artistas que se acercan a la casa paterna para llevarse las formas en las maderas torneadas.

Sin duda, el joven Manolo empieza a percibir lo que es la transformación de la realidad a partir de un trozo de madera que no tiene todavía una expresión propia. Antes de los veinte años, se acerca al pasillo de la Academia que luego se transmuta en la Escuela Luján Pérez, con un autorretrato entre sus manos. El entonces reconocido pintor Cirilo Suárez Moreno lo invita a entrar y cuando muestra su obra al director, un señor que se llama Felo Monzón, escucha la orden: «Usted no sale de aquí». En esta expresión se encierran varios significados: uno, que el cuadro es una hermosa carta de presentación; otro, que el propio director observa que el muchacho tiene maneras de artista; un tercero, el mismo director quiere que se incorpore a la Escuela de pintura.

El joven Manolo empieza a moverse entre artistas de diversas generaciones. La Escuela Luján Pérez es el primer referente de su vida sociocultural, el mundo de la plástica. Manolo Ruiz se maravilla al ver que todas las paredes de la Escuela están pintadas de colores. La pintura informal, que se recoge en tinteros de cristal, envuelve a este muchacho que estrena paleta, donde mezcla pinturas que llegan desde su memoria.

La luz de la jornada se hace presente en el mediodía, cuando el sol, llegado a su cénit, se extiende por los paisajes de la isla. Son espacios cubiertos por lava ancestral o por trigales amarillos que la brisa mueve como cintura de mujer.

Y no tarda en llegar la puesta de sol con sus pinceladas globales de nubes ensangrentadas tendidas en el cielo. El esfuerzo del camino a lo largo de la jornada se traduce en el dolor de la herida abierta por el paso del tiempo, que deja su rastro de color ocre, en un firmamento que se escapa con toda la ternura en un gran lienzo encendido por la naturaleza.

Y pronto, el mundo visible ingresa en el ocaso nocturno, donde todo se vuelve plano, sin perfiles y sin ofrecer relieves para su lectura. Sin embargo, en un ambiente de nocturnidad, Manolo Ruiz sigue pintando, partiendo de la memoria que se vuelve lúcida, en sus pinceladas. La noche tiene su lenguaje plástico.

El hombre pintor no es estático. Sigue una estela que viene marcada por el nacimiento de un sol que se hace presente desde primera hora de la mañana, cuando la estrella, en su redondez absoluta, emerge en el horizonte, dejando tras el horizonte la cuna de la última jornada.

En paisajes puede parecer un epígrafe como una necesaria apoyatura para poder acercarnos a la obra de Manolo Ruiz. Si bien en momentos pretéritos el paisaje servía de punto iniciático para que el pintor, con la mirada extendida, lo convirtiera en elemento necesario. Pero el paisaje no tiene en su semántica el sentido estricto. Si hablamos de Manolo Ruiz, el paisaje está inserto en su memoria. Y la memoria de un pintor es la forja de sus colores, el elemento que debemos explorar para aproximarnos e imbuirnos de su expresión plástica.

Paisaje

El paisaje surge de un impulso no referencial a la mirada externa. Es un paisaje neuronal, interno, subjetivo que nuestro pintor modela con sus pinceles cuando trata de dejar su huella sobre el lienzo. Aquí es donde está el valor de su pintura que ha llegado a esta orilla expresionista depurado de referencias figurativas. Todo ello se muestra en su obra actual, con la fuerza del derrame del óleo sobre la superficie del lienzo. Manolo en su pintura realiza un paseo cromático y plástico desde el mítico barrio de la Vega San José, con la depuración de las anécdotas, quedando tamizada la expresión esencial, en el tránsito de la memoria al plano vertical del lienzo, aun siendo de pequeño o mediano formato.

Las personas que rodean a Manolo Ruiz son circunstancias que poco aportan a su expresión plástica. No obstante, no debemos obviar la cercanía de unos personajes como Felo Monzón o como Miró Mainou. Si interesa su mención en este texto elaborado en la circunstancia de su ochenta cumpleaños, es debido a que ejercen sobre el pintor una influencia indirecta y también porque la palabra o la sintética conversación se convierten en léxico orientativo, otorgándole confianza, sin llegar a convertirse en menciones tutoriales.

Otra dimensión al respecto la encontramos en el más de medio centenar de personas que se han sentado frente al pintor para ofrecerle las singularidades de sus respectivos rostros. Son personajes de nuestra cultura que permanecerán en la galería universitaria de la ULPGC como protagonistas de nuestro tiempo.