Sangre amarilla, orgullo de una grada huérfana de iconos de gofio. Antonio Guayre Betancort (Las Palmas, 20-4-1980) anotó su primer gol de la temporada tras aprovechar una indecisión de la zaga madrileña y fusilar por bajo a Cobeño. Luego llegó la rabia y el recuerdo amargo de casi dos de tortura. Su maltrecho tobillo tuvo que rendirse al ímpetu y al nervio del internacional que dejó Pío XII en 2001 para triunfa en el Villarreal.

Luego llegó la llamada de la selección, Luis Aragonés le hizo debutar con la absoluta, y los partidos de Champions con el Submarino Amarillo. Pero todo se truncó, Pellegrini le abrió la puerta y aterrizó sin glamour en el Celta de Vigo. Tampoco pudo pulir su arista diabólica en el CD Numancia la pasada campaña, con Kresic también en el banquillo, su verdadero salvavidas. Siete Palmas le esperaba en un desierto de agonía para festejar un tanto con el corazón amarillo. En verano era un cadáver deportivo -se ejercitaba por su cuenta y bajo la supervisión de Juan Vidal (su segundo salvavidas) en el Parque Romano- y ahora es tornado de rabia.

Es un ejemplo de superación. "Aún no está al cien por cien pero hace cuatro meses no se sabía si iba a jugar y ahora ha sido clave", Kresic bendice la llegada del Dios coraje. Por fin, Guayre se encontró en el espejo oculto de la memoria.