Todo niño empuñó una espada en su vida, aunque sólo fuera como parte del disfraz de mosquetero. A veces era de papel, otras de palo y la mayoría de las veces sólo existía en la imaginación. Sin embargo, en el club de esgrima Ceiscan las espadas son de verdad y cada tarde, en la base aérea de Gando, una veintena de chiquillos aprenden a manejarla con arte.

Desde el pasado noviembre la cantera de este club teldense está de suerte, con la llegada de una maestra de lujo, la tiradora cubana Dianicely Marín, miembro de la selección cubana de espada femenina hasta 1998, con un amplio palmarés de éxitos deportivos, en el que destacan, entre otros, el título de subcampeona del mundo en Budapest en 1991 o un oro en el Festival Olímpico de México 1994.

Francisco Reguero, presidente del club, explica que el esgrima "no tiene término medio, o no te gusta nada o te apasiona". Detrás de lo que parece un juego de niños se esconde un deporte con una técnica compleja que requiere de años para llegar a dominarla. Aunque parezca que a los tiradores se les van solos los pies, para moverse con esa elegancia han tenido que interiorizar unas posiciones nada naturales. Exige además una gran disciplina y autocontrol, ya que cualquier mal gesto -como tirar la espada al suelo- supone la descalificación del tirador. Desde sus remotos orígenes, la esgrima -un deporte originariamente español- ha sabido conservar un halo de nobleza y romanticismo. Ese mismo que lo ha hecho parte de los sueños de todo niño.